Pero la cámara la amaba, y ella amaba a la cámara. Maquillada exageradamente sobre el plató era más ella misma que aquella otra grosera millonaria encerrada en su mansión fortaleza. Era una actriz consumada, un camaleón perfecto que se transformaba completamente, poseída por el demonio del cine. Nadie hacia tan bien un papel como ella. Para “Delirios del Administrador” conseguí una actriz casi tan buena como ella, un poco más alta y de voz más chillona: Maud Jörgsen El público consideró la actuación como un digno debut en el cine. Yo consideré un alivio no tener que discutir sobre cada cosa que había de hacerse. Era bella, pero me recordaba demasiado a Alisa, y no me la llevé a la cama. El productor y el actor principal (el pobre Jack Simmons, que en paz descanse el muy hijo de puta) si lo hicieron, y toda la vida me reprocharon no haberme cogido una mujer que estaba totalmente disponible para mi.
Luego del exilio dirigí “Dos Infiernos” que año, que verano, que película. La crítica la despedazó, para luego mejorar sus comentarios frente al inequívoco gusto del público. A esta altura se notaba que Alisa era el objeto de mis obsesiones, mi adorado fetiche. La actriz que contraté, Martha Elwood era físicamente muy parecida a ella, pero su actuación era un poco más afectada. Además su cara era más redonda, casi ovalada diría yo. Los agentes de mi amor llamaban constantemente, pidiendo papeles. Yo me moría por acostarme con ella, por dirigirla, por ver como la luz del escenario hacía brillar su piel y envolverla en un halo brillante casi divino. Pero mi orgullo siempre me impidió aceptarla para un papel. Me había casado, y no quería problemas. Me había cansado, y tampoco los quería.
Lamenté amargamente su muerte. Debo haberla llorado tanto como todos los que la amamos y la odiamos y deseamos que se muriera para liberarnos de su hechizo. En su entierro había una procesión de amantes, novios, maridos, los pocos amigos que tenía, deudores, acreedores y los inescrupulosos periodistas de siempre. Debo haber sido el último en notar que en la cinta fúnebre había seis nombres distintos.
Mark Hjltner, aquél director casi ciego y loco del todo me miró desde el ciclópeo ojo de su monóculo y me dijo “Te diste cuenta, ¿verdad?” Tuve que pensar un momento para darme cuenta. Los nombres de Maud y Martha estaban allí, en la corona fúnebre.
“Ya me parecía que había algo raro”, me dijo Mark. “No sólo por el extraordinario parecido de esas actrices, sino porque Alisa no se quejó tanto cuando la condenamos al ostracismo.” Era cierto, Alisa no era de las que soportaban un castigo sin chistar, era de las tercas que se imponen pese a todo, por eso la sacamos de la cámara. Porque no soportábamos una mujer independiente, porque no soportábamos un actor que una fuera una pieza más de un ajedrez perfecto. Y ella encontró la forma de volver a nosotros, y de que nosotros la dejáramos volver sin herir nuestros orgullos de hombres viejos y locos. Se maquilló y se vistió, haciendo cada vez de alguien más para volver al mágico plató, a la divina cámara.
Besé su féretro mientras sonreía, pensando que el mejor papel que Alisa había hecho era su propia vida. Esa vida tan misteriosa y fascinante como ella misma.
4 delirios:
hay un cuento de benedetti... ni el argumento ni la forma de escribir se parecen, y hasta creo que me gusta más el tuyo, pero tienen una familiaridad espectacular.
V podría ser un terrorista, pero sus ideas casi anarquistas eran completamente significativas, preciosas, lo que realmente un mundo como ese necesitaba.
Para mí era una persona maravillosa, la otra cara, la cara burda de la justicia que ya no existía. Creo que hace falta personas como él en este lugar..
casualmente de benedetti el cuento...como se atreve a morirse así...sin avisar...
Esta bueno el cuento :)
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