Las horas muertas de la siesta pasan, pesadas, lentas. Siempre es así: si hay calor, que hace calor, si hay sol, que es por sol, si el guiso estaba fuerte es por la digestión. Hay mucho silencio en el patio del palacio, en mis habitaciones en la Torre de la Perfecta Armonía. Silencio logrado por la mezcla de adecuados sonidos: el graznido de algún pájaro oculto tras el denso follaje de los árboles, un chasquido de los guardias que sudan bajo las placas metálicas de sus armaduras, el sonido de la respiración relajada de mi sierva. La maldita está durmiendo. Cualquiera la mataría por el atrevimiento de dormirse, peor yo la perdono. No necesito mis ojos ahora, ojos que ella lleva. Además, ella debe vigilar mi sueño, no mi vigilia. Sueño que es guardia, sueño que es acecho pero no descanso.
Tanteo la mesa buscando algún caramelo. El loro grazna, advirtiendo mi movimiento, mientras mis ojos navegan por una niebla de colores. No recuerdo el nombre de la mayoría de ellos. Ya no podría decir si ese color es negro o verde o rojo, no los recuerdo del todo. Cuando era niña me encantaba el verde…era tan vivo. La Ciega no recuerda los colores, jamás vio los colores, ni siquiera sabe que son.
¿Cuál era la voz de la niña? Trato de recordar, pero no hay caso. La imagen pública tiene una voz, ELLA tiene una voz. Graznido monocorde y melodioso, con un sonido infantil que resalta la crueldad de las palabras. Muevo el pie para adelante. Hey tú, despiértate. Ronquidos, una cabeza se acomoda. HEY TU, DESPIERTATE, HEY TU DESPIERTATE, HEY TU DESPIERTATE. La voz seca del loro inunda la habitación. ¡Excelencia! Un cuerpo cae al suelo, la frente debe estar tocando el suelo. ¡Perdone! ¡Me dormí! Estiro mi pie y le acaricio el pelo con la punta de mi sandalia. No pasa nada, enciende el fonógrafo. Escucho la cuerda comprimirse, el metal crujir. Finalmente una voz metálica sale del cilindro de cera. La cantante nívea tiene una voz de gorrión, suave y clara. Voz de cristal, voz ligera como plumas. ¿Será su voz? No…debe de ser la voz que usa en público. Voz que canta y dice frivolidades, voz usada para hablar sin decir nada.
Hace semanas que no hablo. Hace semanas que no digo una palabra. Es La Ciega la única que ha hablado durante semanas. Ella ha repetido formulas sagradas todas las mañanas, analizado sus delirios místicos por las noches. Ella ha hecho su guerra silenciosa y brutal con los otros miembros de la corte. Siempre usando mi voz, siempre usando mi voz.
¿Y con quién hablaría de todos modos? ¿Con quién usaría voz? Con los loros no. No me puedo fiar que callen aquéllos que repiten mecánicamente. Con María tampoco, no entendería lo que me ocurre. O peor, entendería. Con el clero, los Adoradores, no vale la pena. Están ocupados domesticando o parasitando el mundo, no escuchan a nadie. No he dicho una palabra, no porque no tengo nada que decir, sino porque no hay nadie que la escuche. No digo, porque todos estamos demasiado ocupados diciendo. Y La Ciega está demasiado ocupada parasitando mi voz para dejarme decir algo.
Apaga esa cosa, me duele la cabeza. ¿Está bien, Excelencia? Si sólo apaga eso y guarda silencio. El fonógrafo se calla, se muere la voz de gorrión metálico. El loro sale volando por la ventana. El calor sigue allí. La Ciega también.
Cara Berlangganan WeTV
Hace 1 año
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