sábado, 17 de octubre de 2009

Los caníbales

Los argentinos somos un poco de todo. Somos un poco honestos, un poco chorros, un poco héroes y un poco caníbales. Somos un poco caníbales…
El equipo gana y todos felices. Los cuarenta millones de directores técnicos de la Selección Argentina resaltan los infinitos aciertos de un equipo destinado al panteón olímpico. El equipo pierde, y los directores técnicos se vuelven el público de un circo romano, desesperado por bajarle el dedo a quien puedan culpar. Porque alguien tiene que tener la culpa, tiene que ser uno solo, y además de preferencia tiene que ser el más grande. Porque es alternativo criticarlo, porque es Pro.
Y en el medio, los periodistas deportivos, los máximos caníbales. Los mismos que el lunes dicen que sos bueno, y el viernes piden tu cabeza, los hombres sin memoria a corto plazo. Porque ¿Para qué ser coherente con uno mismo? Lo importante es el rating. Es mejor opinar de la misma manera que la mayoría de los cuarenta millones de directores técnicos, sino cambiarán de canal, y eso es lo peor. Porque para que te vean hay que hacer todo, hay que conseguir chapa de trasgresor, de sabio, de lo que sea. Hay que buscar que un grande te de chapa, hay que buscarlo, buscarlo, buscarlo…hasta que te conteste, hasta que se harte. Y en la tergiversación de lo que dijo, tener el titular del día siguiente. Y en los insultos, la chapa de ser un hombre criticado por los grandes, que se anima a decir lo que nadie dice, aunque solo sean provocaciones de pirañas.
Pirañas que siguen el río. ¿O nadie se dio cuenta que los que más agreden, más buscan las respuestas más soeces son de América o de Canal 9? ¿No será que están molestos porque ya no tienen el monopolio de la televisación del fútbol? ¿No será que hay que oponerse al oficialismo, atacando a sus referentes como sea? ¿No será eso? No sé, yo me pregunto nomás, algún motivo para buscar las respuestas hay que tener. No lo pueden hacer de masoquistas, creo.
Y llega el momento en que, cansado de ser picado por los tábanos, que molestan pero no matan, harto de que las pirañas le mordisqueen los pies, el grande contesta. Y su voz repercute sobre todo en los criticados. En los caníbales, indignados por la acusación de su antropofagia. Los ingleses siempre se reían cuando buscaban caníbales en África: ninguno lo era, todos apuntaban al vecino, se sentían ofendidos por la acusación. Los nuestros también, los nuestros también. Piden castigos por lo insultos, sin tener en cuenta lo que ellos hicieron para provocarlos. Para qué hacer mea culpa, cuando es mejor criticar al otro. Ah, me olvidé de decirles que los argentinos también somos de no aceptar los que nos toca.
Y todos los caníbales en marcha, volando como cuervos, excitados con la sangre como tiburones. Todos graznando. Y su voz. Su voz clara, calma, profunda. Su voz que trata de explicar lo que pasa, que no pone más leña al fuego sino que trata de que entendamos. Su voz que explica no como se le explica a un nene, sino como se trata de calmar a un amigo enojado, comprendiendo pero no compartiendo la ofensa. Y ahí sale a la cancha Víctor Hugo Morales, diciéndonos “Entiendan, hay que aguantar lo que aguanta de ciertos payasos. Hay que vivir todos los días en el agravio, en el criticar por criticar. Hasta un monje estalla”. No con estas palabras, pero más o menos eso. Ahí esta él, la voz entre la tormenta, pidiendo que no nos comamos entre nosotros, que entendamos que pasa, y porqué. Y quienes son los insultados, y que hicieron para merecerlo.
¡Ah! Me olvidaba de decirles que Víctor Hugo es uruguayo.

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