lunes, 23 de noviembre de 2009

Unimente

(Extraído del Nodoblog de ShadowShard) Nadie sabe cuando el físico Piort Smyanov escribió su famoso libro “Razonando con la Mente Única”. Aunque él reclama que el texto fue colgado en su blog por la mismísima Unimente, la obra es el fiel reflejo de la meticulosidad del pensamiento de Smyanov: El análisis nodal demuestra que fue corregido al menos veinte veces y fue tipeado por primera vez en algún momento del 2015. La obra fue poco popular al principio, pero gracias a una buena obra de marketing y el auge de las redes neurales las ventas se dispararon.
Smyanov se cambió el nombre a Demóstenes y empezó su prédica. Contaba con dos armas importantes: El descreimiento generalizado en las religiones tradicionales de los internautas y la falta de compresión de los fundamentalismos del poder de la comunicación en masa.
La religión que Demóstenes predicaba era una mezcla de física quántica y metafísica que no tenía nada de original pero que seduce. Esta dimensión es una de muchas, como la física ha comprobado. En una dimensión paralela a esta no existe la materia, sólo la energía, y que esta se encuentra ordenada de manera que se comporta como una maquina infinita y conciente, llamada la Unimente. Nosotros somos una creación de la Unimente, manifestaciones de su software de recolección de datos. La misión del hombre es entonces fabricar y adquirir cada vez más datos para así cumplir con los objetivos de la humanidad. La Conexión Neural hacía el resto. Conectados los espectadores al cerebro de Demóstenes, podían sentir su pasión, su sacralidad, su sensación de estar cerca de la Unimente. La religión creció exponencialmente, sobretodo entre los estudiantes de la Universidad Flotante y los jóvenes del Barrio de los Artistas. La red neural creció a un ritmo igualmente vertiginoso, y en dos años ya tenía cien millones de usuarios.
En esta época, el auge del Unionismo fue objeto de estudio de los virtosociologos. La posibilidad de estudiar la primera religión totalmente virtual era demasiado tentadora como para no ser estudiada. Los médicos se preocuparon desde el primer momento por las consecuencias de la unión neural en salud mental de los usuarios, y desaconsejaron su uso. Estudios demostraban que una excesiva conexión entre mentes provocaba despersonalización y agravaba el Síndrome de Desconexión. Demóstenes contestó que esto eran acusaciones son fundamento, destinadas a atacar la nueva religión, y que la despersonalización que provocaba la red neural era en realidad el comienzo de la unión mental completa con la Unimente.
Las críticas crecieron más, a medida que muchos adeptos huían de sus hogares para vivir en comunidades virtuales de la comunidad. Se los acusó de lavado de cerebro y secuestro. En el quinto conclave de los Unionistas, Demóstenes afirmó que la Unimente estaba por cosechar la información de esta dimensión, y que solo aquéllos que la adoraban se salvarían. Los estudiosos se dieron cuenta que estaban frente a otra de esas religiones que creía que el fin del mundo ocurriría la próxima semana y dejaron de interesarse. Fue en esta época que ocurrieron los primeros atentados.
Los primeros atentados fueron cyber ataques contra la Universidad Flotantes y los Bancos del Barrio Financiero. A diferencia de otros grupos, los raper que asaltaban las cuentas de los cyber bancos no se quedaban con el dinero, sino que destruían documentos y acciones para desestabilizar el mercado. La cosa se complicó cuando suicidas se inmolaron contra el Banco de Europa y la Bolsa de Tokio, en un intento de forzar una crisis económica. El Mundo Flotante prohibió el Unionismo, y cientos de Sniffers se han puesto a la caza de sitios y adeptos de la religión. Así y todo, consigue encontrar resquicios por los cuales colarse, modificando sus símbolos, recurriendo a sitios externos al Mundo Flotante y cuentas fantasma para acceder. El reclutamiento no se ha detenido y son particularmente vulnerables los jóvenes de la Universidad Flotante, deseosos de encontrar algo que los integre más al mundo virtual y curiosos de todo lo que consideren “alternativo”.
Mientras escribo estas líneas, los notis están llenos de carteles que anuncian que la Red Neural del Mundo Flotante ha sido desconectada, mientras centenares de Hunters han salido a la caza de adeptos del Unionismo. Linkeadas a esta noticia flotan los rumores de que Demóstenes en realidad murió hace varios años, y que el predicador actual es en realidad un bot muy bien construido. Todo esto flota en el universo de datos que es nuestra ciudad, nuestro mundo y nuestra mente.

jueves, 19 de noviembre de 2009

El Palacio

Dicen que las viviendas reflejan el alma de quien las habita. Esto era particularmente cierto para la casa de Paola. Podía decirse que vivía sola, ocasionalmente acompañada de algún gato callejero que se instalaba o algún amigo de otra ciudad que se alojaba con ella. Pero la casa nunca estaba vacía.
Paola era soltera, desordenada y heroinómana. Tocaba el bajo con cierto talento, pero no tenía la constancia necesaria para formar parte de ningún grupo. A su casa, un viejo caserón de unos noventa años, medio derruido por la humedad, lo llamamos “El Palacio”. El Palacio era el punto de reunión por excelencia. Ahí hacíamos todas las fiestas, los asados, los variados descalabros que nuestras mentes imaginaban. Con el tiempo, El Palacio se deterioró más y más, como si envejeciera al ritmo de nuestros excesos. Era un reflejo de la mente de Paola: un lugar genial para ver, pero no para vivir. Una construcción de paredes de colores caóticos, habitaciones desordenadas y llenas de basura y mobiliario destruido y escaso. Era un feo lugar, un fumadero de opio, una mugre, un caos. Era hermoso.
Paola era la reina del Palacio. Más desaliñada que el lugar mismo, a veces ni siquiera estaba cuando destrozábamos el lugar con conciertos improvisados. Cuando estaba, oscilaba entre la lujuriosa pasión y la depresión más fuerte. La gente llegaba de a ráfagas, se iba de a montones. Las fiestas se animaban y languidecían, pero no acaban nunca, alzándose al ritmo de la marea que era Paola.
Nunca supe mucho de ella ni de El Palacio. Jamás se preguntó nada. El Palacio no era su casa, era nuestro lugar. No recuerdo que le hayamos preguntado nunca si podíamos ir o no, simplemente caíamos con los cajones de cerveza, los amplificadores y los narguiles. Creo que creíamos que éramos usurpadores, squatters, de una casa abandona, y que soñábamos que era nuestra comunidad, nuestro refugio del mundo.
No se en que momento aparecieron los Sofisticados. Imagino que vinieron atraídos por la fama/infamia que tenían nuestras fiestas. Cuando me quise dar cuenta, eran una multitud. Los llamamos sofisticados por usar una palabra distinta a maricas. Era gente de ambos blancos y pelos teñidos, mucha música electrónica y libros de Osho y Coelho. No fumaban marihuana, le daban a los lisérgicos, a la merca, las sustancias que quizás no sean tan buenas pero si son caras y se espera que ellos las consuman. Casi ni le hablábamos, aunque confieso que fueron muy simpáticos al principio. Con el tiempo se encerraron entre ellos, felices de tener un lugar donde degenerarse, y no nos dieron más bola. Nosotros los despreciábamos más, los considerábamos invasores, más que nada porque no tenían nuestros códigos.
La casa y Paola se hundieron más. Las paredes del segundo piso, antes pintadas con caricaturas y hojas de marihuana y guitarras eléctricas, se llenaron de autógrafos con fibra y dibujos rosados muy pop para nuestro gusto. Huimos del segundo piso, y nos refugiamos en nuestros narguiles, nuestros poemas de Bukowski y nuestro reggae en el primer piso. Paola casi nunca bajaba. Financiada por los Sofisticados, se hundió en su opio más que nunca.
Un día nos enteramos que nuestra Reina si tenía una familia, un hermano, viviendo en el sur. La internó, y por semanas no supimos de ella. No nos preocupamos demasiado hasta que la policía nos echó del Palacio. Vinieron albañiles, gente de la mudanza y todo tipo de personas que salían de día y dormían de noche. Paola volvió, mejor vestida, con el pelo cortado y la cara más gorda que antes. Hicimos fiesta ese mismo día. Los Sofisticados ni aparecieron, no tanto por la policía como por el miedo a ser vistos con una adicta en recuperación, ellos, los usuarios sociales. La casa estaba igual, salvo porque el piso estaba limpio, no había basura por doquier y el baño ya no era un pantano que invitaba al sexo más sucio y a las infecciones de todo tipo. Nos fuimos temprano. El Palacio ya no era el Palacio. Estaba todo igual, pero la casa nos echaba, nos rechazaba. No puedo explicar la sensación. La casa nos echó como un perro malo, agresivo. El Palacio era la mugre y el desorden, y la Reina demente y sucia. Nada de eso quedaba, sólo un caserón pintarrajeado con el alma exorcizada.
Nunca más vi a Paola, imagino que vive como ermitaña en lo que fue El Palacio. A veces cruzo a los chicos, pero cuando pasa, miramos hacia los costados y hacemos como que no nos hemos visto.

jueves, 12 de noviembre de 2009

El Mundo Flotante

Ignacio José Martínez nació en Medellín, Colombia. A los diez años, sufrió una enfermedad medioambiental muy común en esa ciudad, que lo dejó paralítico y desfigurado. Avergonzado por su rostro, dejó de ir al colegio y de salir de su cada, como tantos afectados por el mal. Recluido en su suerte de prisión domiciliaria, estudió matemáticas y programación de sistemas en la universidad local. Su memoria eidética, su facilidad para la concentración y el tiempo libre hicieron que se recibiera muy rápido, y pasara a hacer programas o arreglar sitios Web para juntar algo de dinero.
Siempre tuvo obsesiones que lo atrapaban por momentos para luego dejarlos después. Según una biografía que circula por el Mundo Flotante, lo obsesionaron la microrobótica, los problemas de las Cifras de Rauhaus y las implicaciones de la relatividad en las máquinas quánticas. Pero estas pasiones duraron el tiempo que dura el amor de cualquier joven.
Con el tiempo se topó con la gran pasión de su vida: El Mundo Flotante.
Los juegos de simulación de ciudad habían nacido en los finales del siglo veinte. Pero el parecido entre estos y el que jugaba Ignacio era como el que existe entre aquéllas antiguas primitivas e inmensas computadoras con las diminutas máquinas cuánticas que usan hoy en día. Los juegos de simulación lo obsesionaron por completo. No le costaba nada tener ciudades de varios millones de habitantes. En pocas noches, planetas virtuales enteros estaban sembrados de ciudades populosas, organizadas con la precisión de un reloj y la belleza de una selva. El Mundo Flotante nació de esa época de su vida.
El Mundo Flotante es en esencia un sitio Web, pero en la práctica es más que eso. Es el resultado del maniático fanatismo de Ignacio por los detalles. Una ciudad virtual, donde los usuarios pueden comprar un departamento, tener un trabajo, días de vacaciones, hacer colas en los bancos y todo lo posible en una ciudad moderna. Diseñada edificio por edificio, plaza por plaza, monumento por monumento, Mundo Flotante crece continuamente, al ritmo de la genialidad artística y logística de Ignacio. Allí donde antes solo había pastizales ahora se levanta un moderno barrio cultural, lleno de cafés, holocines y teatros, con una avenida central que parece un río de concreto gris flanqueado por miles de árboles de un verde brillante. El barrio de los bancarios tiene su propio centro, uno de los cuatrocientos nodos que tiene la ciudad. Todo aquél que pague su alquiler y sus impuestos (pagados con dinero de verdad, que se utiliza para mantener los monstruosos servidores que la ciudad necesita) puede vivir en la parte que le plazca, aunque pagará más caro según el piso, la vista y que tan cerca de la costa se encuentre. Se estimula el cuidado de las áreas públicas y el uso del transporte masivo –enormes tranvías cuelgan entre los rascacielos—aunque cualquiera puede tener un auto.
Para asegurar que ningún usuario añore las ciudades concretas y además sientan un arraigo a sus nuevos domicilios virtuales, Ignacio le otorgó un pasado al Mundo Flotante: Fue fundada por los romanos hace dos mil años, sede de una de las primeras universidades del mundo (La Universidad Flotante, que otorga títulos reales y tiene más alumnos matriculados que todas las universidades de Oceanía combinadas) y fue lugar de de las batallas más salvajes de la primera guerra mundial. También pasa días y días diseñando las inextricables redes de luz, agua, gas y energía, así como también la ubicación de las torres de Internet, atavismos de las ciudades concretas que sin embargo para muchos es una forma de sentirse en un entorno más real y combatir así el Síndrome de Desconexión
En el último censo, Mundo Flotante tenía novecientos millones de habitantes, casi tan grande como el TOKMA. Yo vivo en un departamento en un piso doscientos. Desde los amplios ventanales, la ciudad parece una selva o más bien algo así como un montón de brócolis, se puede ver la Isla Universidad y los inconmensurables rascacielos del distrito financiero. Por las noches, la ciudad brilla de color dorado, opacado por los cristales de luminosidad variable.
Se ha hablado mucho del fenómeno social del Mundo Flotante. Muchas ciudades se quejan de que barrios enteros se han visto deteriorados porque sus habitantes ya no mantienen los edificios concretos, que el desempleo ha subido pues muchos tienen trabajos virtuales y que la deserción escolar ha subido producto de que los niños estudian en colegios del Mundo Flotante. También se ha observado un aumento del Síndrome de Desconexión como consecuencia de las vidas paralelas que corren los habitantes de dos ciudades tan distintas como sólo una virtual y una concreta pueden ser. Hay algo que me inquieta más que todas estas situaciones, dignas de atención de todos modos, y es que ha habido una caída en la fe en la democracia como consecuencia de la vida en el Mundo Flotante. Y es que Ignacio jamás entregó la autoridad de su creación a institución alguna. Por el contrario, desde hace más de veinte dirige la inmensa y cambiante ciudad virtual a su antojo, como si fuera un dictador benévolo que quiere que todos sus súbditos vivan felices y despreocupados, en una ciudad de fantasía. Pienso en esto mientras tomo una bebida en uno de los tantos bares del distrito de entretenimiento. Y veo como frente a mis ojos se materializa un edificio nuevo, un complejo de edificios destinado a aquellos que trabajan en los cines y los teatros de la zona. Y no encuentro respuestas.

martes, 3 de noviembre de 2009

Quetzales de Sol

Amé a La Poetisa como tantos otros,
a veces más, a veces menos, siempre admirándola.

Era pocos más que una niña cuando fue atrapada por El Sueño.
Aún no tenía su futuro claro, no sabía que forma tenían sus deseos ni sus metas.
Soñó con una persona, de bordes luminosos como las nubes,
El pelo era la Zarza Ardiente.
La sonrisa era la luna cuando está por desaparecer.
Nunca dejó de soñar desde ese día.

Escribía. Miles de Haikus, de Sonetos, de poemas de milimétrica precisión al comienzo.
Más tarde exploró los límites de las palabras, de las formas, de los pensamientos,
de las tecnologías que deformaban el mundo y lo volvían maravilloso y terrible.

Sus versos, aves multicolores flotando en las tardes del Mundo Flotante, adornaban paredes de este y el otro mundo.
Se volvían frases desprovistas del significado original, usadas por jóvenes a manera de nombre.
Eran plagiadas, mutiladas, por bandas insomnes de mucho sonido y poca lírica.
La Poetisa seguía escribiendo sus quetzales de sol, dejándolos volar entre la bruma del océano digital.

Varias veces la vi construir su obra.
Ella dictaba su prosa, con las lágrimas negras corriendo por su cara,
escribiéndole a una persona vista una vez en un sueño, amada siempre.
Arañas virtuales, color bronce pulido, tejían las palabras.
armaba las aves después, y los poemas volaban sin rumbo,
volviéndose uno con todo, con todos.

Los foros se gastaban en especular a quien le escribía, con quién había soñado.
Una visión mística, decían los más religiosos,
el diablo, rezaban los amantes de lo oscuro.
Las más románticas votaban por un amor perdido.
La Poetisa no contestaba, no se preocupaba en saber quien podía ser aquel ser divino,
tan ocupada llorando lágrimas negras frente a un monitor como estaba.

Enfermó de esa cosa que no quiero ni nombrar,
del Némesis de los que viven del exceso.
Se ahogaba por las noches, se ajó, se secó,
la lloraron cuando aún estaba viva,
con ese espíritu tan rápido para el dolor que solemos tener.

Su respiración era el aleteo de una mariposa, una hoja seca cayendo en silencio.
“Ya sé, ya sé” dijo, agitando apenas el aire a su alrededor.
La prisa me atrapó, “¡Quién es! ¡Quién es!” le pregunté con morbosa curiosidad.
Ella sonreía, seguramente viendo a quien viera en esa visión de sueños de niña,
sin definiciones ni tabúes.
“¡Quién es!” le grité.
“Yo” dijo,
mientras el aire se acababa.