jueves, 12 de noviembre de 2009

El Mundo Flotante

Ignacio José Martínez nació en Medellín, Colombia. A los diez años, sufrió una enfermedad medioambiental muy común en esa ciudad, que lo dejó paralítico y desfigurado. Avergonzado por su rostro, dejó de ir al colegio y de salir de su cada, como tantos afectados por el mal. Recluido en su suerte de prisión domiciliaria, estudió matemáticas y programación de sistemas en la universidad local. Su memoria eidética, su facilidad para la concentración y el tiempo libre hicieron que se recibiera muy rápido, y pasara a hacer programas o arreglar sitios Web para juntar algo de dinero.
Siempre tuvo obsesiones que lo atrapaban por momentos para luego dejarlos después. Según una biografía que circula por el Mundo Flotante, lo obsesionaron la microrobótica, los problemas de las Cifras de Rauhaus y las implicaciones de la relatividad en las máquinas quánticas. Pero estas pasiones duraron el tiempo que dura el amor de cualquier joven.
Con el tiempo se topó con la gran pasión de su vida: El Mundo Flotante.
Los juegos de simulación de ciudad habían nacido en los finales del siglo veinte. Pero el parecido entre estos y el que jugaba Ignacio era como el que existe entre aquéllas antiguas primitivas e inmensas computadoras con las diminutas máquinas cuánticas que usan hoy en día. Los juegos de simulación lo obsesionaron por completo. No le costaba nada tener ciudades de varios millones de habitantes. En pocas noches, planetas virtuales enteros estaban sembrados de ciudades populosas, organizadas con la precisión de un reloj y la belleza de una selva. El Mundo Flotante nació de esa época de su vida.
El Mundo Flotante es en esencia un sitio Web, pero en la práctica es más que eso. Es el resultado del maniático fanatismo de Ignacio por los detalles. Una ciudad virtual, donde los usuarios pueden comprar un departamento, tener un trabajo, días de vacaciones, hacer colas en los bancos y todo lo posible en una ciudad moderna. Diseñada edificio por edificio, plaza por plaza, monumento por monumento, Mundo Flotante crece continuamente, al ritmo de la genialidad artística y logística de Ignacio. Allí donde antes solo había pastizales ahora se levanta un moderno barrio cultural, lleno de cafés, holocines y teatros, con una avenida central que parece un río de concreto gris flanqueado por miles de árboles de un verde brillante. El barrio de los bancarios tiene su propio centro, uno de los cuatrocientos nodos que tiene la ciudad. Todo aquél que pague su alquiler y sus impuestos (pagados con dinero de verdad, que se utiliza para mantener los monstruosos servidores que la ciudad necesita) puede vivir en la parte que le plazca, aunque pagará más caro según el piso, la vista y que tan cerca de la costa se encuentre. Se estimula el cuidado de las áreas públicas y el uso del transporte masivo –enormes tranvías cuelgan entre los rascacielos—aunque cualquiera puede tener un auto.
Para asegurar que ningún usuario añore las ciudades concretas y además sientan un arraigo a sus nuevos domicilios virtuales, Ignacio le otorgó un pasado al Mundo Flotante: Fue fundada por los romanos hace dos mil años, sede de una de las primeras universidades del mundo (La Universidad Flotante, que otorga títulos reales y tiene más alumnos matriculados que todas las universidades de Oceanía combinadas) y fue lugar de de las batallas más salvajes de la primera guerra mundial. También pasa días y días diseñando las inextricables redes de luz, agua, gas y energía, así como también la ubicación de las torres de Internet, atavismos de las ciudades concretas que sin embargo para muchos es una forma de sentirse en un entorno más real y combatir así el Síndrome de Desconexión
En el último censo, Mundo Flotante tenía novecientos millones de habitantes, casi tan grande como el TOKMA. Yo vivo en un departamento en un piso doscientos. Desde los amplios ventanales, la ciudad parece una selva o más bien algo así como un montón de brócolis, se puede ver la Isla Universidad y los inconmensurables rascacielos del distrito financiero. Por las noches, la ciudad brilla de color dorado, opacado por los cristales de luminosidad variable.
Se ha hablado mucho del fenómeno social del Mundo Flotante. Muchas ciudades se quejan de que barrios enteros se han visto deteriorados porque sus habitantes ya no mantienen los edificios concretos, que el desempleo ha subido pues muchos tienen trabajos virtuales y que la deserción escolar ha subido producto de que los niños estudian en colegios del Mundo Flotante. También se ha observado un aumento del Síndrome de Desconexión como consecuencia de las vidas paralelas que corren los habitantes de dos ciudades tan distintas como sólo una virtual y una concreta pueden ser. Hay algo que me inquieta más que todas estas situaciones, dignas de atención de todos modos, y es que ha habido una caída en la fe en la democracia como consecuencia de la vida en el Mundo Flotante. Y es que Ignacio jamás entregó la autoridad de su creación a institución alguna. Por el contrario, desde hace más de veinte dirige la inmensa y cambiante ciudad virtual a su antojo, como si fuera un dictador benévolo que quiere que todos sus súbditos vivan felices y despreocupados, en una ciudad de fantasía. Pienso en esto mientras tomo una bebida en uno de los tantos bares del distrito de entretenimiento. Y veo como frente a mis ojos se materializa un edificio nuevo, un complejo de edificios destinado a aquellos que trabajan en los cines y los teatros de la zona. Y no encuentro respuestas.

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