A Isidoro Blaisten
Vuelvo del súper. Hace demasiado frío para caminar, pero es lo que hay. Aparte, caminando llego más rápido que en colectivo. Rememoro las enumeraciones de Borges en Funes el Memorioso. El ciego amaba enumerar, le permitía desplegar todo su vasto conocimiento, volver a su escrito parte de una larga lista de cosas prodigiosas y pasadas. Ciro, rey de los persas, que sabía llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos, Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los 22 idiomas de su imperio, Simónides, inventor de la mnemotecnia, Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez. Agreguo al propio Funes, que recordaba todo con absoluta fidelidad, a los hombres de memoria eidética y a los que sufren de Asperger para los cuales nos multiplicamos en manierismos exagerados que nunca podrán olvidarse. Para ellos el pasado no se deforma, no se vuelve más bello ni más trágico, simplemente se conserva impoluto, exacto, congelado como las palabras en las hojas de un libro que acumula polvo en un estante. Llego al departamento. El gato se vuelve muchos pidiendo por comida. Lo alimento y me voy a dormir, no estoy de humor ni para comer ni para escuchar las súplicas lejanas de las mujeres hormonales. Me duermo. Una columna enorme de fuego se yergue en una llanura de mustio pasto amarillo. Repta lentamente, al parecer sin rumbo fijo, vagando entre la maleza rala como pastando. De repente, se detiene por un instante y mi conciencia de sueñero me dice que me está mirando. Me observa con detenimiento, incluso con el asombro que tamaño prodigio a mí me provoca. Avanza rápidamente hacia mí. Yo quiero correr, pero mi cuerpo no me hace caso. Quedo helado, más quieto que el pastizal escarchado y siento en mi espalda crecer el calor infernal de la hoguera que se me acerca. Un grito desgarrador destroza la llanura cuando me despierto. Afuera, los de EPEC cavan trincheras donde juegan a los soldados en un amanecer helado.
El día es pesado, cansador. No dormir bien no ayuda. Funes el Memorioso claramente era una referencia a la agotadora noche del insomnio. Mientras trabajo, compongo un poema a mis ojeras, uno a las ojeras de la cajera y otro al azúcar. Ninguno verá la luz, todos son muy triviales para mi ego de escritor amateur. El día se acaba de a poco, extinguiéndose a medida que las viejas van dejando el súper. En el camino, recuerdo el tiempo circular y pienso que en otroa vida también crucé este puente, este rio marchito y alimenté este gato ruidoso. Pensar todo esto no ayuda a dormir.
Me estoy ahogando. Braceo ocasionalmente para mantenerme a flote, pero cada movimiento me genera un dolor inmenso en los brazos y la espalda. Estoy muy cansado, hace muchas horas que vengo nadando, intentando encontrar algo flotando, una costa salvadora, donde salvarme y descansar el cuerpo adolorido. Pero no hay nada. Sólo aguas negras, aceitosos coágulos de sangre repugnante que queman en la garganta. Braceo, pero no sale nada, ya ni puedo mover los brazos. Las piernas hacen desesperado último intento y lentamente me sumerjo, en un pánico resignado, agotado. Me despierto con sed, y la sensación de esa sangre podrida en la garganta.
Mientras desayuno. Una nota en el diario me hace recordar un cuento de Blaisten: “Beatriz Querida”. Aristóteles me recuerda el cuento “El Aleph” en el que se inspira. La Divina Comedia debe haber pasado por mi mente, porque recuerdo el infierno donde Dante conoce a Paolo y a Francesca y ellos, unidos en un torbellino eterno, no saben donde empieza uno y acaba el otro.
Mi vecina me visita. Ella, mi Beatriz, pienso socarrón. Toda altura y belleza enérgica y maciza. Tomamos unos mates. ¿Qué hiciste estos días? ¿Cómo empezaste la semana? pregunto, para evitar que me pregunte por mis pesadillas o por mi insomnio. Y…bien…me contesta. El Lunes me volví a teñir el pelo de rojo… De golpe, hablamos del enorme grano que le afea el cachete izquierdo y le pregunto si le vino. Se sonroja y me dice que si, antes de preguntarme si vuelve a poner la pava porque el agua esta fría.
Mientras la veo mover sus caderas hacia la cocina, recuerdo a los amantes unidos, a Blaisten y a su Beatriz que pinta lo que él sueña (o él sueña lo que ella pinta, como sea) al puente sobre el río helado y casi seco, las aguas sanguionlentas y coaguladas y el genio ardiente.
Y pienso que necesito un psiquiatra.
1 delirios:
Para los que no sepan quien es este excelente escritor argentino, les dejo su biografía http://www.escribirte.com.ar/autores/27/isidoro-blaisten.htm y el cuento en el que baso este http://bibliotecaignoria.blogspot.com/2009/03/isidoro-blaisten-beatriz-querida.html
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