El edificio está bastante bien. Otro rascacielos negro, que baila con la brisa. El ascensor pregunta y digo el nombre de mi amigo. Apenas siento el traqueteo mientras mastico una pastilla para la altura. Voy a ver a Julián después de diez años. Julián el tecnópata que saqueaba las cuentas bancarias para nuestra causa. Julián encerrado en prisión domiciliaria en un rascacielos del gobierno central. Julián que por fin tiene derecho a visitas, después de cinco años de soledad en la cima de un edificio de altura incomprensible. El ascensor se detiene. Un portero me pregunta mi nombre, me pide una identificación y hace un gesto al ver los sellos que indican que estoy en libertad condicional que brillan en el monitor. Decide no decir nada, y señala una puerta negra y lustrosa al final del vestíbulo. Siento como el piso se mueve mientras camino. Tranquilo, uno se acostumbra con el tiempo. No te marees, no te marees. Faltaría que aparezcas todo vomitado frente a tu viejo amigo.
La puerta pregunta mi nombre y me deja entrar, me están esperando. Un leve olor a encierro me recibe en una habitación a oscuras. Enciendo una luz. Julián está sentado en un sillón. Frente a él, el ordenador como un antiguo monolito de roca negra, lleno de pequeñas serpientes de luz azul oscuro que reptan por su superficie. Está delgadísimo, demacrado, pálido, canoso. Apenas lo reconozco, pero sé que es él. A su lado, una taza de sopa instantánea, volcada. Ni siquiera la probó. Hay otro par de lentes conectados al procesador-monolito. Me los coloco. Un mar de colores indistinguibles me inunda mientras entro en el servidor.
Aparezco en una ciudad de edificios de porcelana color manteca, de formas psicodélicas, bajo un cielo rosado. Cientos de seres caminan metidos en sus asuntos. Usan máscaras de color plateado y túnicas de colores apagados, tachonados de estrellas de color negro. A la distancia, un sol helado se oculta tras una cordillera roja.
¿Tres Cielos? Preguntan detrás de mí. Me doy vuelta. Un ser de máscara de cristal azul tallado y manos de plata trenzada me mira fijamente. ¿Julián? Pregunto, y nos fundimos en un fuerte abrazo. No te reconocí bajo ese avatar. Casi no te reconocí afuera tampoco. Ajá, puede ser. La cárcel hace milagros con el aspecto de uno. Cierto, cierto. ¿Tanto tiempo, no? Tanto tiempo. Acompañame, vamos a tomar algo. Lo sigo en silencio. No puedo evitar sentir que molesto. La voz de Julián no es la de antes, seguro es una voz sintetizada, que suena a una mezcla de sonidos de gatos y piedras cayendo, profunda, sonora, algo chillona.
El bar está en la terraza de uno de los edificios de porcelana. Abajo, góndolas negras surcan aguas color verdoso en canales marcianos. Unas pocas casas se ven a la distancia, a la vera de un mar seco. Dunas negro y oro ondean en lugar de agua. Un mozo de color cobre, delgado hasta lo imposible, me sirve un vaso de un líquido rosado. Julián se bebe el suyo en silencio, mirando el paisaje simulado. Recién me autorizaron contactar con vos la semana pasada, le digo. Si, me contaste. Fui el último en ser liberado de la prisión domiciliaria solitaria. Era el cabecilla después de todo. ¿Tenés noticias de afuera? Le pregunto. No, claro que no, no puedo conectar con el exterior, ni contactar con otros cyber-cerebros. La ciudad está cambiadísima, no puedo creer la altura de los edificios. Le digo. Cierto, a veces cuando está claro, se puede ver el resplandor de Córdoba en la noche. Le echo un trago al líquido rosado. Sabe agridulce, suave. Bonito lugar el que te has hecho, ¿Eh? Le digo con una sonrisa. Cierto. Estaba aburrido, me dice mientras mira el vaso. El departamento estaba más lindo que la celda en el penal de Juárez, pero aburría de todos modos. ¿Qué iba a hacer, mirar la costa uruguaya todo el día? Así que me hice un mundo. Siempre fuiste bueno en eso, lo halago. Siempre fui un buen tecnópata, siempre. Mary preguntó por vos, le suelto de sopetón. ¿Mary? Ah claro, Chessire. Los ojos de la máscara brillan por un instante. Resultó llamarse Maria Kouznetsova, vivía en Rusia. La agarraron poco después que a nosotros, en Berlín. El gobierno alemán la soltó por buena conducta. Por fin escucho la famosa risa de Julián. La mezcla de sonidos del sintetizador la hace sonar como piedritas cayendo en un cuenco, pero es la risa de Julián. ¿Buena conducta? Me acuerdo de Chessie: Una media luna fina y helada, como una sonrisa de luz, flotando en la oscuridad. Voz de adolescente y unas ganas terribles de que le pusiéramos bombas a los edificios públicos. La consideraron víctima de nuestras manipulaciones. Más risas. ¡Pero su ella era la que nos manipulaba a nosotros! Cyber-comunistas…acordate lo que te digo, la tercera guerra mundial va a tener su nombre…Guerra Chessire…Miro el horizonte, las lunas de Marte brillan heladas en el cielo nocturno. ¿Qué fue de vos? Me pregunta. Me agarraron y me declaré culpable. Me sentía un mártir de la causa. Me dieron la condicional después de que ayudé a hacer los antivirus para el Foxglove. ¿Foxglove? El mozo sirve más vino. Una mutación de nuestro Digitalis, entraba en el cyber-cerebro y modificaba información al azar. Fue todo un problema, porque la gente no se da cuenta que lo tiene, hasta que ya no sabe como volver a su casa. Ah…interesante…
Julián se levanta. Acompañame, me dice. Tenés que ver como se la ciudad desde la quinta. ¿La quinta? Vivo en una quinta a la vera del mar muerto. Nos vamos en una góndola por un canal de aguas de vino blanco. A mi izquierda se sienta Julián, mirando el paisaje con aire aburrido. Una niña marciana, de máscara roja y manitos de cobre pulido juega con una araña de oro, que arroja finísimos hilos de seda multicolor al aire. Nos bajamos en un puerto pequeño, de piedra negra. La quinta es una construcción de vidrio azul opaco, con forma de burbuja. Unas pocas plantas decoran su puerta. Adentro, las paredes de vidrio brillan azuladas. Unos muebles decoran la estancia: unas sillas, algo que reconozco como una mesa y libros. Vamos afuera, me dice Julián.
Nos sentamos en unas sillas en el porche de la quinta. Julián abre un libro, que se pone a recitar una nania lúgubre desde dentro de sus páginas de oro. Miramos en silencio el mar seco de dunas color oro mientras escuchamos. La casa fue construida hace diez mil años, por la civilización anterior. Me dice Julián. ¿Ahí sí? Digo por toda respuesta. Acá los pueblos no se fueron matando entre ellos cuando sentían que eran muy fuertes o muy débiles, simplemente se fueron sucediendo unos a otros, como las estaciones o los días. Uno encuentra los restos fósiles de las ciudades muertas por toda la llanura…Pero esa historia la inventaste vos, ¿verdad? Le digo, tratando de llamarlo a la cordura. No sé…ya no sé cuanto inventé yo y cuanto creó el programa. La nania termina, silencio. Maria está viviendo en Entre Ríos, le digo. No me contesta. Una casa quinta hermosa, se dedica a las flores y los pájaros, apenas se conecta lo normal. Mira vos, me dice. Me manda a decirte que si te querés mudar con ella, sería algo muy bueno. Silencio. Yo creo que deberías ir con ella, ustedes dos se amaban.
Julián se pone de pie acaricia las páginas del libro y éste empieza a repetir su nania. Te equivocás Tres-Cielos. Yo estaba enamorado de Chessire. Estaba enamorado de su rebeldía homicida, de su egoísmo, de su cinismo, de su esperanza. Maria no me dice nada, ni siquiera se quién es….Gustavo, para….No me llamés Gustavo, no me llamo Gustavo. Me llamo Demóstenes, siempre me llamé Demóstenes. Y acá es donde vivo ahora. La realidad afuera no me interesa. La realidad me encerró y yo me liberé acá adentro.
Me desconecto de golpe, casi arrancando los cables del procesador. Julián sigue sentado en su sillón, tan demacrado y delgado como antes. El atardecer violáceo recorta las siluetas de los edificios brillantes que parecen latir. Me voy del departamento y de la ciudad casi como si estuviera huyendo, como prófugo de algo terrible.
No vuelvo a saber de Julián. Se que Maria se dedica a cuidar chimangos en su quintita de Entre Ríos. Yo me consumo escribiendo un libro sobre nuestra cyber-revolución y dando entrevistas a quien quiera escucharlas. Aunque sea para saber que mi pasado es real y no el invento de un procesador color negro. Los edificios negros se siguen meciendo en Buenos Aires y sus habitantes siguen soñando otros mundos dentro de sus cabezas.