Atardecía. En el cielo color ladrillo, un sol blancuzco y helado titilaba moribundo. El doctor Marrande se acercó a la pequeña casa, una burbuja de cristal azul al costado del mar seco. “El dueño está en casa” murmuró en voz alta, sonriendo. Esta vez quizás tuviera más suerte. La puerta era un círculo de vidrio que parecía jade blanco o un trozo de nube cristalizado. Golpeó la puerta con fuerza, esperando que el morador estuviera durmiendo.
El marciano abrió. Era alto y muy delgado. Sus brazos eran plata trenzada, su cuerpo una túnica rojiza como la llanura y de su cuello color cobre reposaba una máscara de cristal tallado. Lo saludó con una reverencia elegante y le dijo que le agradaba recibir su visita. Marrande entró, silencioso, a estancia. Unos pocos muebles decoraban la sala: un cubo color manteca a modo de mesa, esferas mullidas oficiando de sillas y raquíticas plantas plateadas que parecían rayos congelados dentro de macetas de bronce. En las paredes, en huecos a modo de estantes, centenares de libros de cristal y cristal se amontonaban en aparente desorden.
-¿Le sirvo algo, Doctor?- Preguntó el marciano, mientras con su mano raquítica señalaba una de las esferas.
-Gracias- contestó con una sonrisa forzada, mientras se sentaba, el Doctor Marrande. El marciano salió de la sala, dejando al hombre observar la habitación si ser molestado. Los libros se acumulaban en los huecos en la pared, como pájaros que dormían en nidos agujereados en un acantilado. Tomó uno de ellos, una tabla de cristal celeste tallada en caracteres que parecía braille mezclado con árabe.
-Un estudio de medicina. Afirma que la influencia de Deimos afecta las ondas mentales e induce a la locura en determinados días.- dijo el marciano, mientras entraba en la habitación llevando una bandeja de plata en sus manos. El doctor movió la cabeza, sin dejar de mirar la tabla.
-¿Hay muchas de estas no?- preguntó, mientras dejaba la tabla en el estante. El marciano dejó la bandeja en el cubo color manteca y tomó los sorbetes, dándole uno al doctor.
-De esos hay unos cuantos…esa civilización se caracterizó porque escribió muy poco y muy tarde…- le contestó mientras le entregaba el sorbete. El marciano se sentó, desparramándose en la esfera.
-Por supuesto que sabían escribir…pero, por algún motivo no creían que fuera algo…útil….En fin, recién cuando su civilización empezó a decaer, empezaron a escribir casi a apuradas, para poder transmitir su conocimiento a las otras generaciones.- continuó explicando el marciano, haciendo muchos movimientos con las manos y la cabeza. –Pero por favor- continuó, moviendo sus manos hacia el sorbete. –Coma mientras está frío.-
El doctor Marrande probó el sorbete, más por cortesía que por otra cosa. Como la mayoría de los terráqueos, no se acostumbraba a los extraños sabores de las frutas marcianas. Enormes iceberg flotaban a la deriva, desde la tierra, trayendo frutas y verduras para aquellos paladares que no encontraban gusto en aquellas plantas que lograban crecer en el desierto, llenas de espinas y partes venenosas.
Se hizo un silencio, mientras ambos se estudiaban. Marrande intentaba encontrar una forma educada de abordar el motivo de su conversación. Sonrió al recordar que el marciano podía leer la mente, así que seguramente ya sabía porque estaba él visitándolo. Por otro lado, no era muy difícil deducir el motivo, siempre venía por lo mismo.
-Creo que sabe porque vengo, caballero…-empezó a hablar Marrande. La máscara de cristal se movió arriba y abajo, en un gesto que había aprendido del doctor hacía no mucho.
-Sí, doctor. Usted quiere que le de algo.- dijo con voz queda el marciano.
-Exacto…- dijo Marrande y se produjo un silencio incómodo.
-Y yo, cada vez que usted viene, le digo que puedo dárselo…- continuó el marciano, levantándose y dejando el sorbete en la mesa.
-Pero usted siempre juega conmigo, señor. Parece disfrutar el tomarme el pelo- le contestó Marrande, mirando la esquelética espalda y la túnica carmesí.
El marciano tomó un libro, un fino tomo de metal dorado lleno de letras color azul. Se lo entregó a Marrande, quien lo observaba con detenimiento.
-Es un tratado de teología, de hace diez mil años. Analiza las probabilidades de que la civilización sea el resultado del sueño de uno de sus habitantes. Cada mañana despierta, y el mundo se acaba, pero cada noche vuelve a dormir y el mundo vuelve a la vida. El autor acaba por rechazar la idea por carecer de belleza.
-¿Carecer de belleza? Preguntó extrañado Marrande.
-Si, doctor. Esta civilización creía que las ideas tenían que ser, por sobre todas las cosas, bellas para ser verdaderas.- le contestó el marciano.
-Interesante- dijo Marrande al cabo de un momento. –Pero no es lo que busco.- le dijo devolviendo el libro.
-Quizás pueda encontrar alguno de filosofía que le interese…- empezó a decir el marciano.
-No, señor. Siempre hacemos lo mismo, le pido algo, y usted sale con esos libros inentendibles, que no sirven para gran cosa. Ya sabe que es lo que quiero.- dijo le cortó Marrande, visiblemente molesto. El marciano guardó silencio unos momentos, sorprendido por el tono grosero del terráqueo.
-No tengo lo que usted pide, doctor.- le contestó el marciano, cortante.
Marrande se puso de pie. – ¿Me va a decir que entre todos estos libros- dijo casi gritando, señalando los nichos en las paredes – no hay un solo libro que ofrezca los planes de una máquina, la receta de algún medicamento? ¿Todos son puro palabrerío?
El marciano miró los libros un instante. –Usted siempre pide lo mismo, doctor: Un libro que revolucione la sociedad terrestre. Algún texto sobre una vacuna nueva, una máquina que permita calcular mejor, viajar más cómodo, adelgazar más rápido, lo que sea.- le dijo casi en un murmullo.
-¡Exacto! ¡No puede decirme que no hay nada de eso!- le contesto gritando Marrande.
-Y yo le digo que no hay- le contestó en tono calmo el marciano. –No hay de esos. Tengo libros que pueden cambiar su cultura. en serio los tengo. Hay una multitud de libros de filosofía de una secta que desapareció hace mil años, y que son tan complicados que no puedo explicarle del todo lo que dicen. Tengo tratados de arte que podrían hacer las delicias de sus pintores. Pero no tengo libros de medicina porque a nosotros jamás se nos ocurrió que debíamos curar las enfermedades. Sino que casi todas nuestras civilizaciones dejaron que ellas se desarrollaran y mataran a quien debieran. ¿Para qué detenerlas? ¿Es que hay alguien que sea tan irremplazable que deba ser curado? ¿Es que las enfermedades no merecen vivir también?- El marciano sonaba irritado, Marrande estaba a punto de estallar.
-Usted lo que quiere es un descubrimiento tan grande que le deje en los libros de historia. Pero no tiene la capacidad de descubrirlo por usted mismo.- siguió hablando el marciano, enojado – por eso, necesita que esté en uno de estos libros. Por eso viene todas las semanas, a ver si me he ablandado y le ofrezco algo que sirva para volverlo famoso. Por eso se contiene ahora las ganas de estrangularme: porque sino le traduzco yo el texto, no podrá entenderlo y su “descubrimiento” se le irá para siempre.- Marrande se sentó ruidosamente, conteniendo sus deseos de golpearlo.
-Por eso me ofrece dinero y me halaga y me escucha, quiere ser famoso. Quiere que lo admitan en el gran mundo, como usted dice. Y necesita que yo le de ese libro maravilloso que contenga un descubrimiento increíble y lo traduzca para usted.-
Marrande pateó el sorbete que había dejado en el piso, volcando su contenido rojizo en el piso. El marciano se quedó viendo la mancha como si fuera sangre. Se dirigió a la biblioteca y tomó otro libro. Estaba hecho en una especie de gel traslucido, y en el primer vistazo Marrande pensó que era una bolsa rectangular de agua. Cuando el marciano tocó el libro, este se llenó de formas de verde brillante que se movían continuamente.
-Esto es un libro que tiene todos los libros. La civilización que construyó esta casa hace dos mil años tenía centenares de estos. El libro combina los símbolos hasta que se forma algo, casi siempre incoherente. Pero de vez en cuando sale algo, algo que puede ser tanto verdad como mentira. Fue la causa de la ruina de esa civilización. Una vez, en uno de estos libros apareció una verdad tan inmensa, que esa civilización simplemente se extinguió por alcanzar un nivel de conocimiento vedado a las criaturas vivas.- Se lo alargó a Marrande. El libro era más bien una tabla de un gel blando, fría al tacto, llena de símbolos que bailaban brillantes en la sustancia.
-Llévelo doctor, quizás en algún momento descubra en ella lo que busca.- le dijo el marciano, mientras abría la puerta. –Y ahora, váyase, por favor. Estoy muy nervioso y muy cansado.-
Marrande se fue en silencio, con la tabla bajo el brazo. La noche estaba helada y las lunas marcianas brillaban como enormes estrellas, llenando la llanura rocosa con una luz lechosa, sepulcral. Llegó al poblado humano en la otra orilla del mar muerto, una masa de luz, casas de madera y plástico pintadas de rosa y música electrónica. Pensó en arrojar la tabla por el canal, pensando que era inútil, incluso peligrosa. Pero no lo hizo, pensando en la verdad que quizás pudiera contener. Esa noche no durmió, combinando símbolos en la tabla, escuchando el viento levantar el polvo en el mar muerto hacía mil años.
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Now playing: Moby - Raining Again (Steve Angello's Vocal Mix)
via FoxyTunes
Cara Berlangganan WeTV
Hace 1 año