lunes, 24 de agosto de 2009

El marciano (extracto)

Atardecía. En el cielo color ladrillo, un sol blancuzco y helado titilaba moribundo. El doctor Marrande se acercó a la pequeña casa, una burbuja de cristal azul al costado del mar seco. “El dueño está en casa” murmuró en voz alta, sonriendo. Esta vez quizás tuviera más suerte. La puerta era un círculo de vidrio que parecía jade blanco o un trozo de nube cristalizado. Golpeó la puerta con fuerza, esperando que el morador estuviera durmiendo.
El marciano abrió. Era alto y muy delgado. Sus brazos eran plata trenzada, su cuerpo una túnica rojiza como la llanura y de su cuello color cobre reposaba una máscara de cristal tallado. Lo saludó con una reverencia elegante y le dijo que le agradaba recibir su visita. Marrande entró, silencioso, a estancia. Unos pocos muebles decoraban la sala: un cubo color manteca a modo de mesa, esferas mullidas oficiando de sillas y raquíticas plantas plateadas que parecían rayos congelados dentro de macetas de bronce. En las paredes, en huecos a modo de estantes, centenares de libros de cristal y cristal se amontonaban en aparente desorden.
-¿Le sirvo algo, Doctor?- Preguntó el marciano, mientras con su mano raquítica señalaba una de las esferas.
-Gracias- contestó con una sonrisa forzada, mientras se sentaba, el Doctor Marrande. El marciano salió de la sala, dejando al hombre observar la habitación si ser molestado. Los libros se acumulaban en los huecos en la pared, como pájaros que dormían en nidos agujereados en un acantilado. Tomó uno de ellos, una tabla de cristal celeste tallada en caracteres que parecía braille mezclado con árabe.
-Un estudio de medicina. Afirma que la influencia de Deimos afecta las ondas mentales e induce a la locura en determinados días.- dijo el marciano, mientras entraba en la habitación llevando una bandeja de plata en sus manos. El doctor movió la cabeza, sin dejar de mirar la tabla.
-¿Hay muchas de estas no?- preguntó, mientras dejaba la tabla en el estante. El marciano dejó la bandeja en el cubo color manteca y tomó los sorbetes, dándole uno al doctor.
-De esos hay unos cuantos…esa civilización se caracterizó porque escribió muy poco y muy tarde…- le contestó mientras le entregaba el sorbete. El marciano se sentó, desparramándose en la esfera.
-Por supuesto que sabían escribir…pero, por algún motivo no creían que fuera algo…útil….En fin, recién cuando su civilización empezó a decaer, empezaron a escribir casi a apuradas, para poder transmitir su conocimiento a las otras generaciones.- continuó explicando el marciano, haciendo muchos movimientos con las manos y la cabeza. –Pero por favor- continuó, moviendo sus manos hacia el sorbete. –Coma mientras está frío.-
El doctor Marrande probó el sorbete, más por cortesía que por otra cosa. Como la mayoría de los terráqueos, no se acostumbraba a los extraños sabores de las frutas marcianas. Enormes iceberg flotaban a la deriva, desde la tierra, trayendo frutas y verduras para aquellos paladares que no encontraban gusto en aquellas plantas que lograban crecer en el desierto, llenas de espinas y partes venenosas.
Se hizo un silencio, mientras ambos se estudiaban. Marrande intentaba encontrar una forma educada de abordar el motivo de su conversación. Sonrió al recordar que el marciano podía leer la mente, así que seguramente ya sabía porque estaba él visitándolo. Por otro lado, no era muy difícil deducir el motivo, siempre venía por lo mismo.
-Creo que sabe porque vengo, caballero…-empezó a hablar Marrande. La máscara de cristal se movió arriba y abajo, en un gesto que había aprendido del doctor hacía no mucho.
-Sí, doctor. Usted quiere que le de algo.- dijo con voz queda el marciano.
-Exacto…- dijo Marrande y se produjo un silencio incómodo.
-Y yo, cada vez que usted viene, le digo que puedo dárselo…- continuó el marciano, levantándose y dejando el sorbete en la mesa.
-Pero usted siempre juega conmigo, señor. Parece disfrutar el tomarme el pelo- le contestó Marrande, mirando la esquelética espalda y la túnica carmesí.
El marciano tomó un libro, un fino tomo de metal dorado lleno de letras color azul. Se lo entregó a Marrande, quien lo observaba con detenimiento.
-Es un tratado de teología, de hace diez mil años. Analiza las probabilidades de que la civilización sea el resultado del sueño de uno de sus habitantes. Cada mañana despierta, y el mundo se acaba, pero cada noche vuelve a dormir y el mundo vuelve a la vida. El autor acaba por rechazar la idea por carecer de belleza.
-¿Carecer de belleza? Preguntó extrañado Marrande.
-Si, doctor. Esta civilización creía que las ideas tenían que ser, por sobre todas las cosas, bellas para ser verdaderas.- le contestó el marciano.
-Interesante- dijo Marrande al cabo de un momento. –Pero no es lo que busco.- le dijo devolviendo el libro.
-Quizás pueda encontrar alguno de filosofía que le interese…- empezó a decir el marciano.
-No, señor. Siempre hacemos lo mismo, le pido algo, y usted sale con esos libros inentendibles, que no sirven para gran cosa. Ya sabe que es lo que quiero.- dijo le cortó Marrande, visiblemente molesto. El marciano guardó silencio unos momentos, sorprendido por el tono grosero del terráqueo.
-No tengo lo que usted pide, doctor.- le contestó el marciano, cortante.
Marrande se puso de pie. – ¿Me va a decir que entre todos estos libros- dijo casi gritando, señalando los nichos en las paredes – no hay un solo libro que ofrezca los planes de una máquina, la receta de algún medicamento? ¿Todos son puro palabrerío?
El marciano miró los libros un instante. –Usted siempre pide lo mismo, doctor: Un libro que revolucione la sociedad terrestre. Algún texto sobre una vacuna nueva, una máquina que permita calcular mejor, viajar más cómodo, adelgazar más rápido, lo que sea.- le dijo casi en un murmullo.
-¡Exacto! ¡No puede decirme que no hay nada de eso!- le contesto gritando Marrande.
-Y yo le digo que no hay- le contestó en tono calmo el marciano. –No hay de esos. Tengo libros que pueden cambiar su cultura. en serio los tengo. Hay una multitud de libros de filosofía de una secta que desapareció hace mil años, y que son tan complicados que no puedo explicarle del todo lo que dicen. Tengo tratados de arte que podrían hacer las delicias de sus pintores. Pero no tengo libros de medicina porque a nosotros jamás se nos ocurrió que debíamos curar las enfermedades. Sino que casi todas nuestras civilizaciones dejaron que ellas se desarrollaran y mataran a quien debieran. ¿Para qué detenerlas? ¿Es que hay alguien que sea tan irremplazable que deba ser curado? ¿Es que las enfermedades no merecen vivir también?- El marciano sonaba irritado, Marrande estaba a punto de estallar.
-Usted lo que quiere es un descubrimiento tan grande que le deje en los libros de historia. Pero no tiene la capacidad de descubrirlo por usted mismo.- siguió hablando el marciano, enojado – por eso, necesita que esté en uno de estos libros. Por eso viene todas las semanas, a ver si me he ablandado y le ofrezco algo que sirva para volverlo famoso. Por eso se contiene ahora las ganas de estrangularme: porque sino le traduzco yo el texto, no podrá entenderlo y su “descubrimiento” se le irá para siempre.- Marrande se sentó ruidosamente, conteniendo sus deseos de golpearlo.
-Por eso me ofrece dinero y me halaga y me escucha, quiere ser famoso. Quiere que lo admitan en el gran mundo, como usted dice. Y necesita que yo le de ese libro maravilloso que contenga un descubrimiento increíble y lo traduzca para usted.-
Marrande pateó el sorbete que había dejado en el piso, volcando su contenido rojizo en el piso. El marciano se quedó viendo la mancha como si fuera sangre. Se dirigió a la biblioteca y tomó otro libro. Estaba hecho en una especie de gel traslucido, y en el primer vistazo Marrande pensó que era una bolsa rectangular de agua. Cuando el marciano tocó el libro, este se llenó de formas de verde brillante que se movían continuamente.
-Esto es un libro que tiene todos los libros. La civilización que construyó esta casa hace dos mil años tenía centenares de estos. El libro combina los símbolos hasta que se forma algo, casi siempre incoherente. Pero de vez en cuando sale algo, algo que puede ser tanto verdad como mentira. Fue la causa de la ruina de esa civilización. Una vez, en uno de estos libros apareció una verdad tan inmensa, que esa civilización simplemente se extinguió por alcanzar un nivel de conocimiento vedado a las criaturas vivas.- Se lo alargó a Marrande. El libro era más bien una tabla de un gel blando, fría al tacto, llena de símbolos que bailaban brillantes en la sustancia.
-Llévelo doctor, quizás en algún momento descubra en ella lo que busca.- le dijo el marciano, mientras abría la puerta. –Y ahora, váyase, por favor. Estoy muy nervioso y muy cansado.-
Marrande se fue en silencio, con la tabla bajo el brazo. La noche estaba helada y las lunas marcianas brillaban como enormes estrellas, llenando la llanura rocosa con una luz lechosa, sepulcral. Llegó al poblado humano en la otra orilla del mar muerto, una masa de luz, casas de madera y plástico pintadas de rosa y música electrónica. Pensó en arrojar la tabla por el canal, pensando que era inútil, incluso peligrosa. Pero no lo hizo, pensando en la verdad que quizás pudiera contener. Esa noche no durmió, combinando símbolos en la tabla, escuchando el viento levantar el polvo en el mar muerto hacía mil años.


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Now playing: Moby - Raining Again (Steve Angello's Vocal Mix)
via FoxyTunes

domingo, 16 de agosto de 2009

Uroboros

La procesión avanza, silenciosa, misteriosa, mística, como toda marcha fúnebre. Sigo al novio, principal deudo desde una distancia corta, pero respetuosamente distante a la vez. Los cronistas vemos siempre desde lejos, en un vano intento de no participar en la escena. Pero sabemos que eso es imposible. Todo observador modifica la escena que mira, porque participa en ella. Todo cronista es a la vez participe de la historia que cuenta, que salva para la posteridad. No hay forma de ser objetivo. Sólo Dios puede serlo, mirando todo desde los cielos, percibiendo lo imperceptible, sin que se le escape nada.
Los sonajeros de las Reverendas Madres suenan como lluvias cálidas, repitiéndose una y otra vez al son de las lúgubres canciones y el tintineo de los collares de semillas. El sonido tapa los llantos, las lamentaciones de los vivos, hace escuchar a los muertos. La muerta yace en la cima de una torre de madera, como dormida, pálida, ojerosa, ajada. En la base, medio oculto por el humo del tabaco danza el novio, el principal deudo, con movimientos rítmicos, mecánicos, cansinos. El lenguaraz me explica que estamos en presencia del final de una historia de amor trágico. Los padres de la chica eran nobles, y se opusieron al matrimonio. Sólo aceptaron a regañadientes cuando ella les dijo que estaba embarazada y que tenía que encontrar rápidamente un marido para el niño. Estallaron de furia y de pena cuando se descubrió que la niña había muerto virgen.
Me permiten acercarme un poco a la torre. La muerta yace un poco menos pálida, menos demacrada. Las manchitas rojas que delatan que murió de peste desaparecen por momentos, para aparecer de nuevo como si fueran una estrella que titila. Las Reverendas Madres siguen bailando, el deudo se mueve con sus movimientos espasmódicos, la muerta está menos pálida, más sonrosada.
El deudo se ennegrece de repente, mientras baila. Se llena de manchas rojas. Cae de rodillas al sonido de lluvia de los sonajeros. La bruma de tabaco se lo traga, se vuelve polvo de a poco, arrastrado por el viento.
La muerta se levanta y se baja de la torre, al sonido de los aplausos. El chamán aparece como por arte de magia desde adentro de la niebla y la abraza. Las Reverendas Madres le colocan collares de flores en el cuello, como dándole la bienvenida a la vida. Estamos viendo el final de una historia de amor trágico, me dice el lenguaraz de nuevo.
Me voy, intentando comprender una cultura que sobrevive aunque mata a un hombre para salvar a una mujer. Intentando comprender una cultura donde dejan que un hombre se sacrifique por su amada. Quizás una cultura que se sobrevive precisamente porque el amor renace y mata. Más bien, una cultura que sobrevive porque el amor, la vida y la muerte no son más que un rito.

martes, 11 de agosto de 2009

Aristóteles chamánico

Aristóteles ayer se tragó una aguja. Por suerte no llegó a tragarla del todo, y solamente se le atragantó en el paladar. Volé al veterinario de madrugada, tardó más tiempo en hacer efecto el sedante que la mano del profesional que en un par de movimientos tenía la aguja en la mano. Me devolvieron una bolsa, una bestia sedada que apenas respiraba.
Una niebla grisácea se extiende desde el dormitorio. De repente se contrae en el tiempo de un parpadeo y la toma la forma de un gato que salta hacia la mesa. Aristóteles se va familiarizando lentamente con sus nuevos poderes. Primero viajó, ayudado por los sedantes alucinógenos, por las Tierras de los Muertos. Estaba helado, con los ojos sin movimiento, totalmente desprovisto de movimientos propios salvo por alguna respiración ocasional. A las pocas horas, alguna contracción, un despertar repentino, un maullido agónico avisaban que su viaje por esas tierras desprovistas de vida y llenas de magia eran algo terrible, místico, doloroso. Viajaba dentro de si mismo por mundos que a la mayoría nos son negados. Luego se despertó, caminaba al principio sin poder mover sus piernas traseras, luego corrió en círculos, tropezándose continuamente, los ojos fijos en una llanura invisible, el alma recorriendo las Tierras de la Gran Medicina.
Puedo solamente especular que pasó allí. Debe haber hablado con águilas y jaguares, con ballenas y golondrinas, animales poderosos y mágicos, que le deben haber contado secretos en la lengua de las sensaciones. Le he pedido un par de veces que me revele alguno de esos misterios, pero afirma que no puede. Son cosas que no pueden explicarse o entenderse, sino que sólo pueden sentirse. Como un orgasmo o la muerte, fascinantes y misteriosas precisamente porque escapan a toda comprensión humana.
¡Y yo que quería un filósofo! Me trajeron un mago. Pero bueno, mejor para mí. Ahora comprende el mundo mágico y sus tiempos, sus formas. Quizás eso me ayude a entenderme a mi mismo. A entender a los otros.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Sueñero

Hay cosas que, por extraño que parezca, tienen más tiempo muertas que vivas, más tiempo viejas que jóvenes. Tiranos que son eternamente ancianos, eternamente moribundos, que someten a su pueblo desde su senilidad cruel por generaciones. Escritores que nunca tuvieron juventud, anécdotas de niño, sino que siempre fueron ancianos secos, genios incapaces de cometer un error o de padecer las pasiones juveniles. Hay amores que duran poco, que en la memoria parece menos todavía. Y que su falta se prolonga durante años, quemando por dentro, sumergiendo al pobre enamorado en un dolor que no puede soportar solo pero que no tiene alternativa.
Siempre que controlo a los repositores de jabón en polvo y a los de las almohadas me acuerdo de ella. Me gustaría saber porque justo en ese momento y no en otro cualquiera, pero supongo que la mente es así. Me acuerdo de ella antes de dormir, pero es distinto. Cuando la recuerdo durante el día, siento su falta, la extraño. Cuando estoy por dormir, le agradezco que aún me haga compañía. Un trago de café. El café humea y se siente su sabor. Los paquetes fráctalicos que este tipo usa deben ser de maravilla, como corresponde. Me estabas contando. Ah si…Hay días que tengo ganas de ir a tocarle el timbre, saber como está, abrazarla. Seguro tiene novio, la debe tratar mejor de lo que yo lo hice, me encantaría saber si sabe como tratarla, sabe de los fantasmas que le rondan por dentro, que para que duerma mas tranquila hay que acariciarle el pelo muy suavecito hasta que las escuchas roncar. Pero no puedo. Me prohibió verla, mandó a otro echarme, me desprecia. ¿Me entiende?
Frente a mí el Sueñero levanta su taza de té. Tiene uno de ese frac ingleses negros, antiguos, con cadena de plata y todo. Tiene una resolución tan alta que estoy seguro que si toco el traje sentiré la aspereza de la lana del chaleco de tweed, la suavidad de la seda de su corbatín negro. Es una historia común, caballero, no sienta vergüenza, me dice. El ruido de la taza de porcelana roja suena sumamente real, y sólo el brillo lunar, helado, que despide me recuerda que es un holograma. ¿Puede ayudarme? Le pregunto al fin. Desde luego, desde luego. Esto es ilegal, no es así. Un silencio pesado mientras El Sueñero se limpia el monóculo. Mírelo por este lado, usted no contrata un olfateador que espíe su vida privada, no la está acosando, no la persigue a través de la red e instala cámaras en su baño para verla desnuda. Usted solamente recrea un momento, me dice mientras se coloca el lente brillante en su ojo. ¿Cómo tengo que hacer? Oh, eso es simple. Usted deposita dinero en la cuenta fantasma que se le proveerá cuando me desconecte. Una vez depositado el pago, recibirá una serie de procesadores mnemónicos junto con unas instrucciones que le suplico siga al pie de la letra. Yo recrearé las escenas y preparé una serie de momentos basados en sus anécdotas. Usted me sugerirá cambios, detalles tanto en ella como en la escena…que ella sea más alta, sonría más, cosas sobre el timbre de su voz, el calor del ambiente…hasta que usted esté enteramente satisfecho.
Miro mi café, y pienso si en serio quiero esto. Soñar para la eternidad que estoy con una persona que en realidad no me quiere no me suena a una forma sana de terminar mis días. ¿Pero cuáles son las otras alternativas? ¿Suicidarse? Acabaré así en cualquier momento… ¿No se sentirá como si estuviera preso? Después de todo no puedo ir por toda la ciudad. Le aseguro que desde el comienzo no tendrá ese problema. Recibirá información por televisión radio y Thewired sobre los otros barrios, que después de todo hasta ahora jamás ha visitado. Todos los lugares que frecuenta estarán como usted quiere que estén, y agregaré algunos como parques de diversiones y jardines floridos. Con el tiempo, hasta se olvidará que está en una realidad simulada.
El Sueñero se despide. Un cartel lleno de números y códigos de barra para mi cyber-cerebro queda flotando donde antes estaba su holograma. Mi café se termina.
Vivir…dormir…si acaso soñar…