domingo, 16 de agosto de 2009

Uroboros

La procesión avanza, silenciosa, misteriosa, mística, como toda marcha fúnebre. Sigo al novio, principal deudo desde una distancia corta, pero respetuosamente distante a la vez. Los cronistas vemos siempre desde lejos, en un vano intento de no participar en la escena. Pero sabemos que eso es imposible. Todo observador modifica la escena que mira, porque participa en ella. Todo cronista es a la vez participe de la historia que cuenta, que salva para la posteridad. No hay forma de ser objetivo. Sólo Dios puede serlo, mirando todo desde los cielos, percibiendo lo imperceptible, sin que se le escape nada.
Los sonajeros de las Reverendas Madres suenan como lluvias cálidas, repitiéndose una y otra vez al son de las lúgubres canciones y el tintineo de los collares de semillas. El sonido tapa los llantos, las lamentaciones de los vivos, hace escuchar a los muertos. La muerta yace en la cima de una torre de madera, como dormida, pálida, ojerosa, ajada. En la base, medio oculto por el humo del tabaco danza el novio, el principal deudo, con movimientos rítmicos, mecánicos, cansinos. El lenguaraz me explica que estamos en presencia del final de una historia de amor trágico. Los padres de la chica eran nobles, y se opusieron al matrimonio. Sólo aceptaron a regañadientes cuando ella les dijo que estaba embarazada y que tenía que encontrar rápidamente un marido para el niño. Estallaron de furia y de pena cuando se descubrió que la niña había muerto virgen.
Me permiten acercarme un poco a la torre. La muerta yace un poco menos pálida, menos demacrada. Las manchitas rojas que delatan que murió de peste desaparecen por momentos, para aparecer de nuevo como si fueran una estrella que titila. Las Reverendas Madres siguen bailando, el deudo se mueve con sus movimientos espasmódicos, la muerta está menos pálida, más sonrosada.
El deudo se ennegrece de repente, mientras baila. Se llena de manchas rojas. Cae de rodillas al sonido de lluvia de los sonajeros. La bruma de tabaco se lo traga, se vuelve polvo de a poco, arrastrado por el viento.
La muerta se levanta y se baja de la torre, al sonido de los aplausos. El chamán aparece como por arte de magia desde adentro de la niebla y la abraza. Las Reverendas Madres le colocan collares de flores en el cuello, como dándole la bienvenida a la vida. Estamos viendo el final de una historia de amor trágico, me dice el lenguaraz de nuevo.
Me voy, intentando comprender una cultura que sobrevive aunque mata a un hombre para salvar a una mujer. Intentando comprender una cultura donde dejan que un hombre se sacrifique por su amada. Quizás una cultura que se sobrevive precisamente porque el amor renace y mata. Más bien, una cultura que sobrevive porque el amor, la vida y la muerte no son más que un rito.

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