martes, 3 de noviembre de 2009

Quetzales de Sol

Amé a La Poetisa como tantos otros,
a veces más, a veces menos, siempre admirándola.

Era pocos más que una niña cuando fue atrapada por El Sueño.
Aún no tenía su futuro claro, no sabía que forma tenían sus deseos ni sus metas.
Soñó con una persona, de bordes luminosos como las nubes,
El pelo era la Zarza Ardiente.
La sonrisa era la luna cuando está por desaparecer.
Nunca dejó de soñar desde ese día.

Escribía. Miles de Haikus, de Sonetos, de poemas de milimétrica precisión al comienzo.
Más tarde exploró los límites de las palabras, de las formas, de los pensamientos,
de las tecnologías que deformaban el mundo y lo volvían maravilloso y terrible.

Sus versos, aves multicolores flotando en las tardes del Mundo Flotante, adornaban paredes de este y el otro mundo.
Se volvían frases desprovistas del significado original, usadas por jóvenes a manera de nombre.
Eran plagiadas, mutiladas, por bandas insomnes de mucho sonido y poca lírica.
La Poetisa seguía escribiendo sus quetzales de sol, dejándolos volar entre la bruma del océano digital.

Varias veces la vi construir su obra.
Ella dictaba su prosa, con las lágrimas negras corriendo por su cara,
escribiéndole a una persona vista una vez en un sueño, amada siempre.
Arañas virtuales, color bronce pulido, tejían las palabras.
armaba las aves después, y los poemas volaban sin rumbo,
volviéndose uno con todo, con todos.

Los foros se gastaban en especular a quien le escribía, con quién había soñado.
Una visión mística, decían los más religiosos,
el diablo, rezaban los amantes de lo oscuro.
Las más románticas votaban por un amor perdido.
La Poetisa no contestaba, no se preocupaba en saber quien podía ser aquel ser divino,
tan ocupada llorando lágrimas negras frente a un monitor como estaba.

Enfermó de esa cosa que no quiero ni nombrar,
del Némesis de los que viven del exceso.
Se ahogaba por las noches, se ajó, se secó,
la lloraron cuando aún estaba viva,
con ese espíritu tan rápido para el dolor que solemos tener.

Su respiración era el aleteo de una mariposa, una hoja seca cayendo en silencio.
“Ya sé, ya sé” dijo, agitando apenas el aire a su alrededor.
La prisa me atrapó, “¡Quién es! ¡Quién es!” le pregunté con morbosa curiosidad.
Ella sonreía, seguramente viendo a quien viera en esa visión de sueños de niña,
sin definiciones ni tabúes.
“¡Quién es!” le grité.
“Yo” dijo,
mientras el aire se acababa.

1 delirios:

Muffin dijo...

che escribis re piola. te leo

Publicar un comentario