Se despertó sobresaltada. El corazón le latía rápido y la garganta le ardía. Aún sentía las lágrimas, húmedas, secándose en su cara. Se sentó en la cama, agarrando con sus manos las sábanas, como si la protegieran de algo. Respiró hondo. Sólo había sido una pesadilla. Quizás había comido demás la noche anterior, quizás el stress estaba mellando sus sueños. Pero solo había sido una pesadilla.
Intentó recordar que había soñado, que le había causado tanto terror. Su mente vagó por sus miedos habituales: aquélla pesadilla recurrente de ser devorada por perros salvajes, aquélla otra en la que se no podía moverse y se ahogaba. Ninguna activó un recuerdo en su mente. No importaba que pensara, nada le hacía recordar lo que había soñado. De repente, le sudaron las manos y empezó a temblar. Había recordado una cosa, algo había vuelto a ella. No era el sueño en sí, sino una certeza que al parecer venía con ella:
Si Nicolás sale del departamento, se va a morir.
Su novio la sorprendió llorando silenciosamente en la cama. Sobresaltado, le preguntó que le pasaba. Ella no pudo contestarle. Era una locura pensar que él moriría si salía de la casa. Le dijo que había tenido una pesadilla, nada más. Él la abrazó y le propuso llevarle el desayuno a la cama. Evidentemente, ver a su novia llorar sentada en su cama lo había puesto nervioso, pues habló poco mientras le cebaba un mate endulzado con sacarina.
Afuera, los árboles se mecían ocasionalmente, movidos por una brisa fresca. Un ruido lejano recordaba que la ruta no estaba lejos. Era domingo, y ningún auto pasaba zumbado por la calle. Un perro ladraba solitario, una bolsa rodaba por la vereda. Era un día de domingo como cualquier otro.
Cada vez que María José trataba de recordar lo que había soñado, sentía que sus amígdalas le dolían y la garganta se le secaba. Tenía la sensación de que la respuesta estaba en la punta de la lengua, haciendo fuerza para salir de su boca, que la menor alusión al término le haría recordar que era lo que ocurría. Pero no pasaba nada. Le daban ganas de gritar, pero no podía hacerlo sin alarmar a Nicolás. Golpeaba la almohada con los puños, en una furia silenciosa y ciega, mientras su novio se bañaba.
Nicolás no tenía que salir de allí. Si Nicolás sale del departamento, se va a morir.
No salió de la cama. Tenía previsto arrastrarlo ahí y mantenerlo todo el día acostado. No había terminado de pensar en que decirle cuando recordó que estaba indispuesta. Se levantó rápido, para que Nicolás no la hallara acostada, le diera un beso y se despidiera para ir al trabajo. En el living, sin pensarlo urdió un plan. Buscó las llaves de la casa, cerró la puerta principal y arrojó las llaves dentro de un jarrón. Ahora estaba encerrado.
Mientras Nicolás buscaba desesperado las llaves, insultando a Dios y a los Santos mientras lo hacía, María José se estrujaba los sesos tratando de recordar. Pero los insultos de Nicolás no la ayudaban a concentrarse. Estaba irritada con él, que gritaba y no la dejaba pensar. Si supiera que su vida pende un hilo no gritaría tanto. Pensó en decirle, pero sabía que no le creería, a menos de que ella tuviera un motivo convincente. Pero para eso tenía que acordarse, pero no podía acordarse porque Nicolás gritaba como un loco porque iba a llegar tarde, y seguramente no gritaría tanto si supiera que se está por morir, pero si le dijera no lo creería, a menos que tuviera un motivo, pero para tener el motivo tenía que acodarse del sueño, pero no podía porque Nicolás gritaba como un loco y seguro que si supiera que se está por morir no gritaría así pero…
María José gritó desaforada, loca. El dolor en sus amígdalas se apagó durante el momento del grito, pero volvió con angustiante fuerza cuando cerró la boca. Nicolás la miró, helado. EL grito le hizo recordar algo, había gritado en el sueño. Había dicho algo en ese grito, habían pronunciado palabras. Las palabras tenían algo que ver. Pero cuáles eran…
Nicolás dijo algo justo en el momento en el que ella iba recordar las sílabas iniciales. El recuerdo quedó en la punta de su lengua. Ahogada de frustración, tiró un adorno hacia cualquier lado. El adorno golpeó en el jarrón, y Nicolás vio las llaves.
Si Nicolás sale del departamento, se va a morir.
Iba a suplicarle que no saliera, que se quedara. Le iba a decir que estaba mal, que estaba enferma. LA interrumpió. No sé qué te pasa, cuando vuelva hablamos. No sé que sea, pero mejor tranquilízate y después hablamos.
Iba a decirle que no habría próxima vez si atravesaba la puerta, pero justo en ese momento sonó el celular y Nicolás se disculpó por llegar tarde a algún desconocido del otro lado de la línea. María José sintió que estaba por llorar. Sintió la misma angustia, el mismo dolor desesperante, que había sentido al despertar. Comprendió que no podía detener el destino fijado para su novio. Lo saludó cuando abrió la puerta y lo dejó partir hacia lo desconocido.
Cara Berlangganan WeTV
Hace 1 año
0 delirios:
Publicar un comentario