lunes, 14 de junio de 2010

De Parranda

Por las noches, la ciudad a oscuras parece parte de la selva que la asedia. Se vuelve parte de la tierra sobre la que se posa innaturalmente. En la oscuridad, lo nuevo y lo que siempre fue son casi iguales. Los Domesticadores perdemos por las noches. La ciudad se vuelve selva nuevamente, los hombres dejan salir sus instintos naturales, los animales nos pierden el temor. Los Domesticadores perdemos, pues todo lo que fue vuelve a ser hasta que el sol se asoma.
El Dios está agitado. La celda de cal blanca impoluta, la inconmensurable ciudad de piedra, no son su ámbito natural. La tensa selva nocturna si lo es. Se muere por salir a acechar por las callejuelas húmedas, por olfatear sus presas escondido en algún rincón oculto, por atacar rápido y silencioso y ser solo un rugido breve, un grito asustado y la calma tensa de los que esperan aterrados por su turno. El rugido se atrapa en mi garganta. ¡Tranquilo, Jaguar! No es momento de correr libre y depredar ni los corderos que duermen tibios en sus cunas ni a los desdichados que se cubren inútilmente de la invisible lluvia nocturna. Hasta que el golpe sea dado exitosamente habremos de movernos con cautela, que se supone que todavía estamos presos en Estancia Fundación. Deja que los Adoradores duerman en sus burbujas patéticas y crean que están seguros, así más fuerte será el rugido, porque sonará a venganza. Así más duro será el zarpazo, porque tendrá fuerza de algo esperado. Más terrible será la muerte, porque será inevitable. Pero por ahora cautela, acechemos en silencio, escondidos.
No hay caso, el Jaguar quiere salir. No lo culpo, yo tampoco me conformo con encerrarme ahora que puedo estirar las piernas. La ciudad está ahí, aunque no se vea, y la verdad es que los dos la extrañábamos. Vamos, Jaguar, salgamos, pero con cuidado, ¿Eh? Que crean que somos un fantasma, así será mayor su miedo cuando vean que de etéreos no tenemos nada.
Salgo. La lluvia cae tibia en la noche húmeda y agitada. Los monos corretean entre los cocoteros de la Avenida del Palacio y se esconden con los murciélagos en los tejados de las casas. Una que otra luz mortecina avisa que hay vida dentro de las casas. Las callejuelas inundadas se vuelven riachos que intentan llegar al Gran Río. Alguna luz roja avisa que los burdeles trabajan incluso con esta tormenta. Un rayo capta la escena por un instante. Una mujer me mira a la luz del rayo y rápidamente se aleja al verme. No parezco un cliente potencial. De seguro parezco más bien un dios, o monstruo o las dos cosas. No soy ningún monstruo, Reverendo. Venga, Jaguar, no te enojes. Que el Dios de un pueblo es el diablo de otro. No puedes culparla. Que seguro con esta tormenta debemos tener un aspecto de todos los diablos. La respuesta del Jaguar se ahoga en el bramido de un trueno que hace temblar las osamentas de las pobres casas que nadan por el callejón. En una esquina distingo la pulpería.
Entro, entramos. La luz no es mucho mejor que afuera, ni tampoco llueve mucho menos. Pero todo el lugar tiene un inconfundible olor a hogar. Detrás del mostrador, Anastasio se toma su trabajo muy en serio, y limpia el mostrador con sumo cuidado y fingiendo concentración. Sonrío cuando veo el muñón que tiene en lugar de brazo. El mezclado peleó con los Esclavos de Batalla. Se distinguió el muchacho, ¿Recuerdas, Jaguar? Gritaba como todos los demás juntos, no se quejaba jamás. Perdió su brazo en uno de tantos encuentros. Sus compañeros se alzaron una terrible curda cuando lo dieron de baja. Le regalaron la bandera del escuadrón. Hasta a mí se me escapó un lagrimón cuando se lo vio partir subido al carretón de los heridos, abrazado a la bandera como si fuera un hijo. Se abrió una pulpería. Nunca me reconoció. Sin tanta plata encima, soy un viejo no más feo que el resto y no menos ebrio. Saludos, paisano. Saludos, una ginebra nomás. Unos hombres con mala pinta cantan una canción típica de la zona. Una de esas que recuerdan la Guerra de los Tres Príncipes. Pago con moneda imperial. El Patriarca Domesticador me mira desde la ceca de la moneda. Descuide, Patriarca, no se van a enterar que ando por acá. Y prometo estar lúcido para mañana. A la salud de los Esclavos de Batalla. Salud, dicen el viejo Anastasio y los viejos que se chupan su jornal en la barra.
Mierda, paisano, ¿Qué le pasó en la cara? Un viejo manco me mira el rostro despedazado y yo miro su miro sus piernas en la oscuridad. ¿Y a usted, paisano, que le pasó en la pierna? La perdí en la Batalla de Bruja Encerrada. Toda una batalla, si me permite. ¿Es veterano usted también? A este lugar vienen casi solamente veteranos. Sí, soy veterano del cuerpo. Dicen por ahí que se está por organizar de nuevo. Eso dicen, pero la verdad no creo que nos llamen. El servicio necesita jóvenes, sanos y fuertes, con almas firmes y enérgicas. El Dios necesita todo eso. ¿Qué cosa? El Dios Jaguar, lo necesita. Por eso auspicia las guerras. El Dios no se puede manifestar en este mundo como no sea a través de la violencia. El es una tormenta, un sismo, un hombre apuñalando a otro. Solo a través de las fuerzas de la naturaleza se puede presentar. Es ante todo un fenómeno violento. Claro, tiene razón en eso. El viejo pide otra ginebra. ¿Mató muchos? Si, paisano, he matado, mucho. Ah…que bueno. Yo no maté tanto, un balazo se llevó mi pierna antes. Solo maté dos veces. Igual, ya no tenía alma para dar después, así que hubiera sido lo mismo. El alma. Es lo primero que se pierde en una guerra. Luego viene la vida. El coraje, el amor, todo se va con ella. El alma se larga, se la come el Jaguar. Da lo mismo estar vivo o muerto después. Lo que queda es una carcasa vieja, llena de recuerdos de gloria que no fue y pesadillas que se apagan con ginebra… ¿Me va a decir que le pasó en la cara, paisano? Un Dios me sacó un ojo para que pudiera ver con el otro, compañero. Le digo, mientras me levanto. El viejo no entiende hasta que salgo a la tormenta. Se convence de que ha visto un fantasma, y no está tan lejos de la verdad tampoco.
Vamos, Jaguar, dejemos a los desdichados de tus guerras beber en paz. Mañana tendremos guerras nuevas para que te sientas vivo. Después de todo, los Domesticadores perdemos durante la noche, pero el día es nuestro.

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