sábado, 27 de junio de 2009
Rojo sobre rojo
bajo el sol naciente.
Brillante rojo.
El cigarrillo
en la oscuridad es
un punto rojo.
Rojas las aves
se bañan en la fuente
ruidosamente.
La hojas rojas
tapizan el callejón.
Dorado tapiz.
Sueño despierto
con el rojo cabello.
Extraño tanto.
miércoles, 24 de junio de 2009
La Prágmatica
domingo, 21 de junio de 2009
Politica de La Ciega (fragmento)
El barco se mueve, ningún jaguar disfruta del movimiento del piso que lo sustenta. Lo pone nervioso, alerta, como si el océano debajo estuviera a punto de atacarlo. Sueño, estoy despierto. La vigilia y la alucinación están mezcladas. No se puede solamente soñar cuando la realidad se mueve, sólo se logra estar en un estado entre las dos realidades, confuso y atormentado por los monstruos de dos mundos distintos.
En otra parte del camarote-celda-en-movimiento se escucha la risa de una niña. Miro hacia allá. Una bruma gris salta y se desliza por el lugar, para caer en el regazo de la niña que brilla bajo la luz de la miríada de cuentas y pedazos de plata que cuelgan de sus orejas y su complicado tocado. Su máscara arde bajo un fuego helado, blanco, crepuscular. La máscara ni tiene ojos, su dueña tampoco. No es ninguna niña, los hongos me confunden. Es
La niña ríe, y ladea la cabeza. Por un momento no es ELLA, sino la niña frágil y aterrorizada que metieron en un barco y enviaron lejos para que sobreviviera a mi venganza. Es la niña que creía ver y aún no estaba ciega y con los ojos abiertos. Sepan los Dioses las payadas que hablan, para que ELLA exponga una debilidad de ese modo. ¿Le pasa algo, Reverendo Devorador? No, Excelentísima Ciega, no quise interrumpirla en sus juegos. Oh, no interrumpe si quiere decirme algo, Reverendo. Pocas cosas suelen ser más importantes que lo que el Reverendo puede concebir desde los sueños. No tema, Excelentísima, si tengo algo importante para decir, lo diré.
Es verano y estoy en otro barco. La sumaca cruje mientras parecer ni siquiera moverse por un río quedo como un espejo. Las horas muertas de la tarde no pasan, el calor no cesa.
¿Qué recuerda, Reverendo Devorador? Esa vez que tuvimos que viajar juntos, por el Río Selva. Ah…, lo recuerdo. Yo aún creía que el pasado no era una distorsión del presente, que el futuro era algo deseable y que el Reverendo Devorador era un mal necesario. Y yo aún creía que la Excelentísima era una pobre niña ciega. La risa de
miércoles, 10 de junio de 2009
Los Clonadores
Por eso, antes de que se fuera, tomé una sola célula de su cuerpo. Quizás para amarla de nuevo.
sábado, 6 de junio de 2009
Fiesta de ver la Luna
Todos eso pensaba Cuauhtli cuando miraba a una bella chica nívea que no debería pasar los quince años. Tenía el cabello rojo como el fuego, lo que causaba revuelo y gracia en los Príncipes del Caucho hiperbóreos, y las manos y el rostro de un fantasmal color blanco. Su vestido azul intentaba darle una belleza altiva a su cuerpo lánguido y delicado. Cualquiera podría haber dicho que estaba enferma y que moriría en poco tiempo, consumida por el fuego de su cabello. Para los estándares hiperbóreos, era una criatura con el color de un fantasma y la belleza de un caballo. Pero a Cuauhtli le gustó ver que estaba alejada del grupo de las niñas níveas, con un aire aburrido. Se le acercó, dispuesto a impresionarla.
Quería ver los ojos marrones de la joven abrirse enormes cuando él le explicara que su estirpe había combatido contra los gigantes y los dragones en
La chica se divirtió mucho hablando con Cuauhtli, y lo invitó a visitar la casona familiar cuando pudiera verlo. Su familia recibía los Sábados. A diferencia de los padres hiperboreos, los níveos estaban atados a rigidas normas de etiqueta para salvar el decoro de sus hijas. Lo dejó sólo, parado, mientras era llamada por su enorme y sonrosada madre.
Cuauhtli se quedó en el lugar, sin saber qué hacer ni qué sentir. No podía odiar a la joven por hablarle de esa manera. No podía quererla por haberle mostrado la verdad tampoco. Los níveos no eran idiotas: se ocultaban tras la máscara de la idiotez para poder conquistar el mundo más fácilmente, mientras los demás creían que sólo estaban de paso. Y su cultura era mucho más joven pero por eso más veloz y cambiante, mientras que la suya se moría de vieja.
lunes, 1 de junio de 2009
Nieve
El trabajo es tan simple que le permite a su imaginación vagar.
Hace frío y todo el personal luce chalecos negros como las manos sucias de los repositores.
Pablo contempla como cae el azúcar del paquete roto, y piensa en la nieve.
Dale culeado, le dice el de limpieza. Un muchacho de rostro curtido y uniforme celeste. No seas tan mugriento che, que me quiero ir. Pero José no lo escucha.
En ese mismo instante, en el pago, la nieve se posa silenciosa sobre los tejados. En supermercado, el azúcar cae susurrando inaudiblemente.
Nieva acá, nieva allá, murmura José.
El súper es el pago, por un instante.