Hiedo. El Sol y la Luna se alzan y caen como la marea. Llevo catorce días dentro de esta inmunda diligencia y los perfumes no logran ocultar el olor almizclado de mi sudor. El calor es insoportable, el polvo también. Las estancias se miden en Soles, según la cantidad de días que toma atravesarlas al galope. Estancia Cerro de Plata tiene ocho Soles de largo. Pero mis caballos no galopan mientras tiran de la carreta y la escolta me retrasa. Me toma catorce soles atravesar los campos de la estancia, catorce soles en los que apesto y me hipnotizo en mi cárcel-carreta.
Sueño. La carreta es crisálida en la que viajo envuelta y embebida de los jugos salobres de mi sudor. Floto por un camino que huele a sangre seca. Saco la lengua, pero sólo puedo saborearme a mi misma. La realidad-sueño no puede entrar en mi crisálida. No hay otro sonido que el crujir de ruedas y el rechinar de los flejes que me suenan lejanos y provienen de otro mundo. Nada interrumpe el flotar de la carreta-crisálida. No hay nadie aquí, no hay nada excepto el camino y el páramo. El sueño está domesticado.
El tiempo de los sueños es distinto al de la vigilia. Vuelve a lo importante, sin reconocer linealidad ni sucesión de causas-consecuencias. Mi carreta-crisálida reposa en uno de los asientos de la sala capitular de Estancia Fundación. Mi Yo-yo no está lejos, con su cuerpo frágil y sus movimientos exagerados de ciega nueva. Casi puedo ver a los presentes. Los Domesticadores enfundados en sus largas y pesadas túnicas negras, los Traficantes en sus fracs azules y los Adoradores bajo sus máscaras de plata. Yo-yo hago tintinear las piezas de plata que decoran el tocado cilíndrico de mi cabeza, el sonido me divierte, pero me retan y no lo vuelvo a hacer. No entiendo la solemne importancia del momento. Tampoco lo hacen los Traficantes, que lo ven como otro acto de gobierno destinado a influir en la economía ni los Adoradores que nunca acabarán de entender la terrible perpetuidad de una ley escrita. Solo entienden el Patricio Domesticador, sentado frente al escritorio y junto al tintero de plata, el Reverendo Devorador, sentado a su izquierda y yo-ELLA dentro de la carreta-crisálida lo comprendemos. Suena una campanilla, varios presentes se llaman a silencio. Se lee la Pragmática. La multitud se pierde en el laberinto de artículos que parecen no tener sentido para nadie salvo para los Domesticadores. El Domesticador toma la pluma y firma. Todos aplauden y sonríen como es de rigor. No aplaude el Patriarca Domesticador, que debe mantener su inmóvil autoridad, ni el Reverendo Devorado que comprende la tarea que le espera ni yo-ELLA porque no puedo moverme dentro de mi carreta-crisálida. Yo-yo suspiro y pregunto que acaba de pasar. Se acaba de firmar La Pragmática , la que prohíbe que lo imaginario se confunda con lo verdadero, le dice alguien.
Yo-ELLA percibo la presencia de otros soñadores. Son muertos ahora, pero su presencia se siente en el acto, untados en las vigas de Estancia Fundación. Están felices. Los Domesticadores son estúpidos, dicen. Cierran la frontera de los sueños y se aíslan en la realidad lineal y subjetiva. Estúpidos, les digo susurrando para no interrumpir el acto. ¿No se dan cuenta que los Domesticadores no se prohíben cosas para ellos nada más? Podrán ser sacerdotes, pero ante todo son níveos. Cuando prohíben, ya nadie más puede hacerlo. Cuando obligan, todos deben cumplir. No entienden, no entienden. No pueden ver la mirada sombría del Devorador, que se prepara para su tarea. No pueden entender, demasiado tiempo soñando para entender que aquellos que no sueñan no crean y solo matan.
¡Cállate! ¡Sal de mis sueños ahora! No contamines el débil soñar que puedo lograr en mi carreta crisálida. Espérame en tu celda de Estancia Fundación. Quédate en un lugar por una vez, en lugar de derramarte por todas partes. Como de costumbre, hasta en tu dolor te crees importante. Cuando dices verdugo, quieres decir VERDUGO. Como si fueras un magno homicida destinado a una infatigable tarea. No eres más que un jaguar que espera que aparezca entre los árboles que los incautos aparezcan para comértelos. Cuando no podías derrotarlos dormidos, los buscabas despierto y los despedazabas para que no volvieran a soñar. No hemos sido verdugos ni homicidas. Sólo hemos sido perros, ladrando y mordiendo a cualquiera que quisiera cruzar la cerca que La Pragmática ha puesto en el mundo imaginario.
La carreta se para. El sacudón me despierta. ¿Llegamos? No, Excelentísima, acabamos de entrar en los terrenos de Estancia Fundación. LA Casa Larga está a tres Soles de camino.
Tres días…tres días me separan del Devorador, del monje caníbal, del soñador asesino, del maestro. Lo odio y quiero verlo. Lo adoro y quiero que muera.
Percibo un olor. Mi esclava no lo nota, por suerte. Siento algo húmedo y simulo dormir.
No es sudor. Me estoy meando.
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