sábado, 27 de febrero de 2010

Mi Colorada

Ella es una chica normal, quizás un poco más tocada que la mayoría, pero normal. Si la ven, no van a creer que la ame tanto. No le da el perfil: es petisa, gorda, chica…demasiados defectos. Pero no saben como la amo. Ni yo sé bien porque, quizás porque es la única persona que me quiere bien en serio, que jamás me pidió nada. Jamás me dio nada tampoco, y será por eso que ka odio tanto. La odio porque me dejó solo, la odio porque tiene mil ocupaciones que son más importantes que yo. La odio porque tiene novio –y no soy yo- y porque me quiso pero jamás se animó a amarme. La amo porque me quiere y la odio porque tiene miedo de quererme.
Es mi colorada, MI colorada. Tendrá novio y todo eso, pero sigue siendo mía. Y yo podré tener una y mil mujeres –ojala- pero siempre seré de ella. Hace tiempo que no hablo con ella. Ya no lo necesito como antes. En una época, cuando yo me hundía en mi insomnio y me depresión, hablaba siempre con ella. La necesitaba pues era la única persona con la que podía hablar. La otra persona, su reemplazo, era una pobre estúpida que decía quererme y que estaba demasiado ocupada tratando de no estar sola como para darse cuenta de lo que le pasaba a su novio. Jamás le conté a mi colorada de lo bien que me hizo, de lo mucho que me ayudó. Nunca le dije porque ya lo sabe.
Mi colorada estudia en Concepción. Cuando me levanté, la fotos de la ciudad estaban en los diarios. Todavía están ahí. Da la impresión de que a la ciudad le cayó una bomba atómica. El peor desastre de Chile en 30 años, dicen.
Y ella que no se conecta. Y yo, Dios mío, la amo tanto…Puedo no escribirle, no hablarle, pero no puedo convivir con la idea de que no esté. Siempre está, aunque no le hablo. No puedo imaginarme mi vida sin ella. No quiero ni imaginarme que le pudo haber pasado, porque la imaginación es siempre mas atroz que la realidad.
Y no se conecta. Y yo, Dios mío, la amo tanto. Que no haya pasado nada, que no haya pasado nada…

jueves, 25 de febrero de 2010

La Prisión

La mañana en la Ciudad Vieja es larga y pesada, como la de los ancianos a los que les cuesta despertarse, y pasan largas horas de sopor acostados en sus catres. En la Ciudad Nueva, por otro lado, la mañana arranca enérgica y ruidosa, como los jóvenes. Desde aquí puede oírse el Barrio del Mercado y el de los Adoradores. Llega como un murmullo, como el sonido de cientos de hojas secas movidas por la brisa. Es en realidad un fragor ensordecedor, una sinfonía caótica de miles de voces humanas, de mugidos, vagidos, ruedas crujientes, pasos, gritos, graznidos y chillidos. Es una vorágine de sonido que llega suave, amortiguada por la distancia y los muros que nos separan.
Antes, cuando vivía en ese ruido, era un literato, un panfletista. Ahora soy un sabio. Los Domesticadores me prohibieron publicar y me encerraron aquí, en el Palacio Viejo. Hicieron bien, no les guardo demasiado rencor. En su situación yo hubiera hecho lo mismo, o más. Ahora, encerrado en una habitación de un Palacio tan decrepito como la corte que lo habita, ocasionalmente veo hacia la ciudad y la extraño.
Publicaba panfletos contra la nueva religión, escritos de los que me avergüenzo por su falta de estilo, por su exceso de palabras complicadas. Creía como todos los jóvenes que un lenguaje rico es sinónimo de verdad, y que si quieres convencer a alguien debes usar palabras inextricables pero sonoras. Ahora, viejo, me doy cuenta de que hay una palabra justa para cada cosa, y que sólo esa palabra puede usarse si se quiere decir otra cosa que no sean mentiras. Soberbios, cuando ganaron la guerra, los Domesticadores no me mataron. Me enterraron vivo en un palacio convertido en ataúd, donde metieron al Príncipe Gobernante y a todos aquellos que no podían permitirse dejar con vida, pero que tampoco podían matar. Nos dejaron aquí, tras estos muros, a vivir una pobre imitación de la vida, un remedo de muerte.
Los viejos Adoradores ya hace mucho están muertos. Se levantan y acuestan, comen y hablan, discuten y juegan sin pasión alguna, por pura rutina. Tienen que moverse, pues creen que la vida están en el movimiento y temen que si no se levantan estén muertos en serio. Los guardias no les prestan atención, los esclavos apenas los miran, son fantasmas viviendo en un mundo tan lúgubre y oscuro como sólo el Viejo Palacio puede serlo. Pero yo no, yo soy libre.
Antes, vivía en la ciudad. Como todos, creía que mi vida era tan valiosa como las demás, me creía inteligente y despierto. Escribía con maestría, discutía con elegancia y sabiduría y hablaba con delicadeza. Era un Adorador de excelentes cualidades. Vivía inmerso en un mundo sonoro y luminoso, casi nunca tenía un momento de soledad ni de aburrimiento ni de ocio. Los Domesticadores me sacaron todo eso y me encerraron aquí, si supiera de lo que me han librado, me dejarían en libertad.
Ya no hay miles de voces que se mezclen en mi cabeza, sólo la limpia y cara voz de mi conciencia me interrumpe en mis pensamientos. Ya no hay risas fingidas ni fiestas agobiantes ni comidas ni pasiones que nublen mi pensamiento. Ya no hay juegos que ocupen mi tiempo. Sólo existe el pensamiento, sólo la razón ocupa todo mi tiempo. Ahora, preso, soy más libre de pensar que antes, veo las cosas más claramente, más ordenadamente. Me doy cuenta de que existe una razón detrás de cada cosa, de que los dioses no hacen las cosas porque si. No puedo ver el futuro frente a mis ojos como los videntes, pero mi razón me lo muestra con igual claridad. Mis ideas de antes ahora me avergüenzan por lo simple que eran, como me hacen reír las ideas de los níveos, tan pobres y simples. Quizás ellos también necesitan algunos años de prisión para pulir sus pensamientos y volverse los inteligentes amos del mundo que pretenden ser.
He viajado más que nunca estos años, caminando por los senderos de mi imaginación, he escrito poemas de una maestría que los guardias que queman puntualmente todo lo que escribo lloraban de pena al leer de reojo los primeros versos. Conozco el movimiento celeste de una manera todavía más precisa que la de los augures, he ideado máquinas maravillosas, pintado retratos bellísimos, inventado idiomas tan sonoros y poéticos que parecían cantos de aves. Preso resulta que soy libre del mundo, y por ello quizás sea mas humano que el resto.
Hace unas semanas, el guardia trajo a una cortesana del Palacio de Mando. No recuerdo su nombre, sólo que estaba ciega. La niña –porque me pareció una niña- me dijo que había leído alguno de mis versos, y que trataría de que el Príncipe Gobernante –no el anciano que vive en este palacio muerto, sino el que vive en el nuevo- me indultara y me llevara a la corte. Mi talento no podía desperdiciarse entre muros, ni quemarse todas las noches, me dijo.
No le presté atención, le pedí que se retirara. Seguramente creyó que yo seguía leal a mis valores de antaño y que para mi aceptar algo de una Domesticadora aún me era imposible. Si fue así, se equivocaba. No necesito que me den la libertad, yo ya soy libre. Acaso ella debería pedirme a mi que la libere de esa ciudad ruidosa, de esa religión complicada, de esa cárcel de piel y huesos en la que se encierra y se arruina todo los días un poco. Acaso algún día lo haga
Acaso mañana salga el sol.

jueves, 18 de febrero de 2010

EL Secreto

Antes soñaba. Extraño soñar. Tenías sueños de color rojo, multiformes y hermosos, como imagino que todos ustedes tienen. Ocasionalmente tenia pesadillas, que me hacían despertarme con el corazón acelerado, transpirado y alerta. Ahora ya no sueño, El Secreto ocupa mi mente incluso cuando duermo.
Desvelado como todas las noches desde su llegada, teorizo que El Secreto es algo más común de lo que parece. No puedo ser el único atrapado por sus redes, debe ser algo que aparece con cierta frecuencia, que apesta poblaciones determinadas, en determinada época. Estoy convencido que El Secreto es una enfermedad, y que sus patrones no son distintos de otras. Quizás el hecho de que no me atreva a confesar el terrible mal que padezco sea algo común también, un síntoma recurrente, y por ello la enfermedad no sea algo público y notorio. Es algo que consume mis días, que alarga mis noches hasta la demencia, es algo que me desgasta lentamente, que me envejece. Que quema en mi conciencia como una hoguera. Es algo que me destruye.
Él llegó a mi una noche como tantas otras, hace casi dos años. Amaba yo a una mujer y por un momento creí que ella también me amaba. Quizás por amor o por querer demostrar que confiaba en mí, quizás solo por estupidez, me lo reveló. Era una miseria familiar como tantas otras: Una de sus primas no era hija de su madre, sino de otra mujer. Ella no lo sabía, pero lo intuía, y todos sus familiares estaban unidos en el ocultarle este hecho. Lo hizo con una simplicidad y un tono que me indicaban que era algo privado, pero que estaba lejos de ser vergonzoso o tan intimo como para que nadie pudiera saberlo. Ahora creo que se sintió aliviada cuando me lo contó, sintió que mostraba un costado oculto de ella, que desnudaba su alma como también desnudaba su cuerpo. Quizás es imaginación mía, pero me dio la impresión de que se sintió libre en ese momento. Hizo como que se olvidó lo que me había contado, la noche se desenvolvió sin mayores incidentes y nunca volvimos a tocar el tema. (rayada la continuación)
Pensando ahora, mientras tomo mis inútiles sedantes, razono que El Secreto no tiene un contenido único, sino que depende de cada persona. Es una peste que debe haber perdurado por siglos, y por ende, su contenido debe haber variado con el tiempo. Además, tiene que variar necesariamente con cada persona. Cada uno tiene una moral y una serie de códigos con los rige su vida, y El Secreto debe ponerlos en conflicto. Por ejemplo, yo siento que esa pobre chica debe saber la verdad sobre su origen, pues me he criado en el seno de una familia muy castigada por la dictadura militar, y el asunto del robo de bebés siempre ha sido algo muy chocante para mi. Imaginar a alguien viviendo una vida de mentira repugna a mi moral, me parece algo hasta obsceno. Pero también siento que la verdad podría acabar con ella, y por ende callo, temeroso de dañar al prójimo. Ahora, esto depende de mi moral y mis códigos. Quizás mi amada tuviera códigos distintos, producto de otra historia familiar, de otra crianza. El secreto que ella me contó no tenía un contenido tan horrible. El Secreto debe tener otro contenido, algo para ella más repugnante, más inmoral, más dañino. (Anotado al margen, letra cursiva en tinta negra: No hay secretos buenos. La cosas que no pueden decirse a la luz del día nunca son cosas buenas.)
(Falta el resto de la página)
No olvidé aquello que ella me contó esa noche. La relación se deterioró rápidamente. No quería verla, me repugnaba tocarla, no podía hacer el amor con ella estando sobrio. El saber que dejaba a su prima vivir una vida de mentira me asqueaba de tal manera que no podía mirarla a la cara sin sentir una gran vergüenza por ella y por el mundo. Me dejó e intenté olvidarla a ella y sus secretos. Nunca he podido hacerlo. No he podido revelarlo tampoco, y dejo que me consuma.
Incluso he contagiado la enfermedad de EL Secreto una vez: Poco después de cortar con mi novia, salí con otra chica, más por hacer que por otra cosa. Era una chica algo tímida y retraída, criada en una familia de valores católicos, de un pueblito aburrido y caluroso de las sierras..Una rubia del campo que se vino a estudiar a Córdoba, para resumir. Entre cervezas nos contábamos anécdotas, jocosos. El alcohol, el ánimo caldeado y el placer de contar impudicias me hizo contarle algún detalle de mi vida personal que no recuerdo. Lo que si recuerdo es su rostro perder el color, y luego ponerse ligeramente verde. La conversación se volvió menos animada después, y cuando nos despedimos ambos nos dimos cuenta de que no nos volveríamos a ver. Cada tanto, ella se comunica conmigo. Lo hace a altas horas de la noche, tan insomne como yo. ME dice que no puede olvidar aquello que le contara esa noche, y que yo ya he olvidado. Me dice que no la deja dormir, pero que contarlo a alguien tampoco puede liberarla, porque el daño ya está hecho y ella debe asumirlo. Como si yo le hubiese pasado una terrible carga, que no puede pasar a su vez, sino que tiene que cargar hasta que aprenda de ella.
Insomne, muchas veces ebrio, me río de ella con risas fingidas. Y por dentro pienso en cuantos no dormirán presas de la enfermedad que ambos padecemos.

martes, 16 de febrero de 2010

Radio Gringewald

Hola, esto es Radio GringewaldLa radio más secacerebros del mundo! Para que no puedas pensar ni medio segundo, y acabes tan aturdido e idiotizado como para no poder dormir en un mes! ¡YAHOOO!! ¡WIII! Y Ahora vamos con los temas del verano, esos que a vos te encantan. Mucho punch, mucho up, nada de letra, no sea que tengas que pensar en vacaciones. ¡Los temas más pegadizos del mundo, como para que estés saltando como un canguro lleno de éxtasis durante todo el día! ¡YAHOOO!
¡Y acá va nuestro primer tema! ¡A que ya saben cual es! ¡Sí! ¡1,2,3,4 y toda la mierda esa! ¡Seguido por el mismo puto tema de Lady Gaga y el mismo desquiciante tema electrónico de siempre, incluso en el mismo orden de anoche!
Y para las chicas y los chicos cursis o simplemente solitarios y sin amor, nuestro compilado de los temas mas EMOS de Lerner y toda la caterva de vagos que cantan más o menos lo mismo con voz triste. Cosa de hacerte acordar a todos tus novios del pasado, y acabes comiéndote un kilo de helado porque te sentís re sola. Porque no todo es punch y up en verano. ¡Tiene que haber sentimiento! ¡SIII WIIII!¡SENTIMIENTO!
AHORA VAMOS A UNA PEQUEÑA TANDA COMERCIAL. NO SE PIERDAN LA SIGUIENTE, EN LA QUE VOY A GRITAR AUN MÁS ALTO!

(para vos, que creías que la tele idiotizaba. Te equivocás, nena, ya somos idiotas.)

domingo, 14 de febrero de 2010

Sermón

El olor a lluvia inunda las habitaciones en la tarde sin sol. Huele dulzón, húmedo, limpio, muy distinto del olor a polvo rojo que inundaba las habitaciones en las tardes viento de las otras semanas. La lluvia golpea mientras oro arrodillado contra la ventana. El Sol no se deja ver, pero está ahí, como cada día, observándonos. El Domesticador también. (Nota al margen, letra desconocida: “Analogía utilizada inicialmente por los teólogos imperiales para referirse al poder del Príncipe Gobernante” Fue luego tomada por los Domesticadores y es un buen ejemplo del sincretismo que marca toda la obra litúrgica del Devorador.) Su autoridad se derrama sobre todos, su vigilancia también. Le rezo al Sol, no pidiéndole que salga todos los días, como es obvio que lo hará por toda la eternidad, sino agradeciéndole por derramar su virtud sobre nosotros.
Él está ahí, más allá del muro de agua y de las nubes. Él está ahí, vigilándonos, cuidándonos. El Reverendo Domesticador también.
(El Devorador, Diario de Encierro, Fragmento)

miércoles, 10 de febrero de 2010

Cita

"No suelo discutir; y cuando lo hago no es sobre algo importante. Discuto trivialidades lógicas, delirios lógicos. Nunca nada importante.
Discutir sobre algo es rebajarlo a mi nivel. Es someterlo a mi escrutinio, diseccionarlo para luego emitir sentencia sin un buen análisis. Pues no hay análisis que sea bueno, completo, coherente. El análisis siempre es subjetivo, incompleto.
No hay nada de sagrado, útil, importante, en lo que se discute. Nada valioso, sagrado, puede sobrevivir a ella"

(La Ciega, respondiendo a la pregunta de El Devorador de porque no participaría del Concilio del Palomar"

jueves, 4 de febrero de 2010

El Horla

El primer incidente me pasó a mí. Era una tarde sofocante, húmeda, pegajosa. Lo único que vendemos esas tardes es bebida. Gaseosa, cerveza. Todo lo más helado posible. Sacaba del depósito unos cajones de cerveza, para llenar por enésima vez la heladera. Todo pasó en un parpadeo: Las botellas estallaron, como si tuvieran explosivos. Pude sentir los vidrios contra la piel de mis brazos. Solté el cajón, movido por el instinto. El golpe del borde de plástico azul me cortó la rodilla. El cajón tocó el piso, mis compañeros corrieron a ver que pasaba. Yo miraba como hipnotizado como la cerveza formaba un charco dorado por el piso del depósito. “¿estás bien?” me preguntó Franco. Si, contesté por impulso. Casi cuando decía eso, me di cuenta de que tenía cortes en los brazos. Ya me limpio yo, le dije, con voz ausente, como si estuviera en otro lugar. Me ayudo a limpiarme los brazos, y luego limpio los vidrios. Tardé en darme cuenta de que me sangraba la rodilla. “¿Seguro que estás bien?” me preguntó la encarga. Si, estoy seguro, sólo es el susto. No te preocupes. Le dije. Mentía. Estaba pensando en otra cosa. Estaba tratando de ver que pasó. De si acaso había agitado la cerveza, de si acaso el calor la había forzado a estallar. “Menos mal que no la tenías a la altura de la cara…” dice Franco. Yo apenas lo escucho. Estoy pensando en otra cosa. Estoy seguro de que en la explosión no me salpiqué yo solo. Había alguien más ahí que se mojó. Estoy seguro de que no estaba solo.
“Ah no, ahora reponés vos las cervezas. Ni en pedo me acerco a esa mierda.” Le digo al Rata, mientras me paso alcohol por los brazos. Viene el carnicero, el Pelado, a buscar al Guardia. “Vení, mirá el baño” El Guardia se levanta rápido y va para allá. “Vengan, así lo ven también”, nos dice el Guardia a los gritos desde el baño. “Es muy asqueroso, mirá que ando medio nervioso…” Le digo a Franco, que ya lo vio y viene del baño. “No, anda a ver.” Voy, entro el en baño. El Guardia y el Pelado discuten sobre quién habrá sido el hijo de puta. Sobre la tapa del inodoro hay tres botellas de leche, vacíos.
“cuando yo vine, no estaban aún”. Aseguro. “Así que seguro es alguien del turno noche.” Aventuro. Los demás se muestran de acuerdo. Nos llama la atención a todos. Hemos visto que se roben chocolates, cerveza. Pero no tres litros de leche. No tiene sentido. Nos obliga a mirar por encima del hombre continuamente, a dudar de todos nosotros. El Guardia va a estar encima continuamente. Lo que nos faltaba. Y todo por un pelotudo adicto a la leche…
Los días pasan. Estamos cada vez más nerviosos. A la mañana, dos cervezas en la góndola explotan al lado de un cliente, bañándolo. A nosotros nos retan antes de cerrar el local a las diez y media, porque el Guardia encuentra tres botellas de leche vacías y escondidas entre los cajones de Coca-Cola.
La botellas estallan en caja, botellas de leche aparecen vacías en lugares insólitos. Creo que estoy estresado. No estoy durmiendo bien, y pierdo peso. Me doy cuenta de que no soy el único. Debe ser el calor, la altura del año. Necesitamos vacaciones, de nuevo.
“¿vamos a tomar una fresca?” Le pregunto a Franco, cuando me trae del trabajo. Duda al comienzo, al final se da cuenta de que se lo merece. Estamos todos cansados, tomemos una y despejemos un rato.
Fumamos un rato, ahuyentando el calor con cerveza y Fanta. “¿Qué puta estará pasando en el boliche? Son increíbles las cosas que pasan.” Asiento con la cabeza, me levanto y busco en la biblioteca. Saco un librito del tamaño de un anotador pequeño. “Es una antología de cuentos de terror.” Contesto a la mirada interrogadora de Franco. Le muestro un cuento y tomo unos tragos de cerveza con Fanta mientras él lo lee. “Así que, para vos tenemos un Horla en el local?” me pregunta con una sonrisa ebria. “Y…es invisible, bebe leche en grandes cantidades, estamos insomnes y cansados…a mi me cierra.” Me río suavemente, hablo medio en joda, medio en serio. Quiero creer que esas cosas como vampiros invisibles no existen. Pero si bien no creo en fantasmas, les temo. “Ay Nahuel, además de borracho estas loco” me dice.
Se va. Cierro la puerta con dificultad, tambaleándome brevemente. Mañana seguramente va a faltar leche de nuevo, la cerveza va a estallar. Y no vamos a saber quién o qué fue quien lo hizo.

Volví!

¡Miren quien ha vuelto de entre los muertos! He resucitado gracias a la magia shamánica de Aristóteles (nyoo!!).
No, mentira. Ocurrió que mi PC murió, y hubo que contratar magos vudú para arreglarla (literalmente, porque parecía poseída la pobre) hasta que finalmente cambiamos dos cagadas y se ahora funciona.
Les prometo postear unos cuantos textos en estos días. Tengo diez mil ideas flotando en mi cabeza, pero como no escribo sin la PC (he perdido la costumbre de escribir a mano) no tengo nada para postear ahora. No se hagan drama, volveré a publicar con regularidad. Espero que hayan empezado un bien el año, y gracias por saludarme en mi cumpleaños, maldito ingratos *risas*.
Nos vemos, ¡manténganse fieles!