jueves, 4 de febrero de 2010

El Horla

El primer incidente me pasó a mí. Era una tarde sofocante, húmeda, pegajosa. Lo único que vendemos esas tardes es bebida. Gaseosa, cerveza. Todo lo más helado posible. Sacaba del depósito unos cajones de cerveza, para llenar por enésima vez la heladera. Todo pasó en un parpadeo: Las botellas estallaron, como si tuvieran explosivos. Pude sentir los vidrios contra la piel de mis brazos. Solté el cajón, movido por el instinto. El golpe del borde de plástico azul me cortó la rodilla. El cajón tocó el piso, mis compañeros corrieron a ver que pasaba. Yo miraba como hipnotizado como la cerveza formaba un charco dorado por el piso del depósito. “¿estás bien?” me preguntó Franco. Si, contesté por impulso. Casi cuando decía eso, me di cuenta de que tenía cortes en los brazos. Ya me limpio yo, le dije, con voz ausente, como si estuviera en otro lugar. Me ayudo a limpiarme los brazos, y luego limpio los vidrios. Tardé en darme cuenta de que me sangraba la rodilla. “¿Seguro que estás bien?” me preguntó la encarga. Si, estoy seguro, sólo es el susto. No te preocupes. Le dije. Mentía. Estaba pensando en otra cosa. Estaba tratando de ver que pasó. De si acaso había agitado la cerveza, de si acaso el calor la había forzado a estallar. “Menos mal que no la tenías a la altura de la cara…” dice Franco. Yo apenas lo escucho. Estoy pensando en otra cosa. Estoy seguro de que en la explosión no me salpiqué yo solo. Había alguien más ahí que se mojó. Estoy seguro de que no estaba solo.
“Ah no, ahora reponés vos las cervezas. Ni en pedo me acerco a esa mierda.” Le digo al Rata, mientras me paso alcohol por los brazos. Viene el carnicero, el Pelado, a buscar al Guardia. “Vení, mirá el baño” El Guardia se levanta rápido y va para allá. “Vengan, así lo ven también”, nos dice el Guardia a los gritos desde el baño. “Es muy asqueroso, mirá que ando medio nervioso…” Le digo a Franco, que ya lo vio y viene del baño. “No, anda a ver.” Voy, entro el en baño. El Guardia y el Pelado discuten sobre quién habrá sido el hijo de puta. Sobre la tapa del inodoro hay tres botellas de leche, vacíos.
“cuando yo vine, no estaban aún”. Aseguro. “Así que seguro es alguien del turno noche.” Aventuro. Los demás se muestran de acuerdo. Nos llama la atención a todos. Hemos visto que se roben chocolates, cerveza. Pero no tres litros de leche. No tiene sentido. Nos obliga a mirar por encima del hombre continuamente, a dudar de todos nosotros. El Guardia va a estar encima continuamente. Lo que nos faltaba. Y todo por un pelotudo adicto a la leche…
Los días pasan. Estamos cada vez más nerviosos. A la mañana, dos cervezas en la góndola explotan al lado de un cliente, bañándolo. A nosotros nos retan antes de cerrar el local a las diez y media, porque el Guardia encuentra tres botellas de leche vacías y escondidas entre los cajones de Coca-Cola.
La botellas estallan en caja, botellas de leche aparecen vacías en lugares insólitos. Creo que estoy estresado. No estoy durmiendo bien, y pierdo peso. Me doy cuenta de que no soy el único. Debe ser el calor, la altura del año. Necesitamos vacaciones, de nuevo.
“¿vamos a tomar una fresca?” Le pregunto a Franco, cuando me trae del trabajo. Duda al comienzo, al final se da cuenta de que se lo merece. Estamos todos cansados, tomemos una y despejemos un rato.
Fumamos un rato, ahuyentando el calor con cerveza y Fanta. “¿Qué puta estará pasando en el boliche? Son increíbles las cosas que pasan.” Asiento con la cabeza, me levanto y busco en la biblioteca. Saco un librito del tamaño de un anotador pequeño. “Es una antología de cuentos de terror.” Contesto a la mirada interrogadora de Franco. Le muestro un cuento y tomo unos tragos de cerveza con Fanta mientras él lo lee. “Así que, para vos tenemos un Horla en el local?” me pregunta con una sonrisa ebria. “Y…es invisible, bebe leche en grandes cantidades, estamos insomnes y cansados…a mi me cierra.” Me río suavemente, hablo medio en joda, medio en serio. Quiero creer que esas cosas como vampiros invisibles no existen. Pero si bien no creo en fantasmas, les temo. “Ay Nahuel, además de borracho estas loco” me dice.
Se va. Cierro la puerta con dificultad, tambaleándome brevemente. Mañana seguramente va a faltar leche de nuevo, la cerveza va a estallar. Y no vamos a saber quién o qué fue quien lo hizo.

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