jueves, 18 de febrero de 2010

EL Secreto

Antes soñaba. Extraño soñar. Tenías sueños de color rojo, multiformes y hermosos, como imagino que todos ustedes tienen. Ocasionalmente tenia pesadillas, que me hacían despertarme con el corazón acelerado, transpirado y alerta. Ahora ya no sueño, El Secreto ocupa mi mente incluso cuando duermo.
Desvelado como todas las noches desde su llegada, teorizo que El Secreto es algo más común de lo que parece. No puedo ser el único atrapado por sus redes, debe ser algo que aparece con cierta frecuencia, que apesta poblaciones determinadas, en determinada época. Estoy convencido que El Secreto es una enfermedad, y que sus patrones no son distintos de otras. Quizás el hecho de que no me atreva a confesar el terrible mal que padezco sea algo común también, un síntoma recurrente, y por ello la enfermedad no sea algo público y notorio. Es algo que consume mis días, que alarga mis noches hasta la demencia, es algo que me desgasta lentamente, que me envejece. Que quema en mi conciencia como una hoguera. Es algo que me destruye.
Él llegó a mi una noche como tantas otras, hace casi dos años. Amaba yo a una mujer y por un momento creí que ella también me amaba. Quizás por amor o por querer demostrar que confiaba en mí, quizás solo por estupidez, me lo reveló. Era una miseria familiar como tantas otras: Una de sus primas no era hija de su madre, sino de otra mujer. Ella no lo sabía, pero lo intuía, y todos sus familiares estaban unidos en el ocultarle este hecho. Lo hizo con una simplicidad y un tono que me indicaban que era algo privado, pero que estaba lejos de ser vergonzoso o tan intimo como para que nadie pudiera saberlo. Ahora creo que se sintió aliviada cuando me lo contó, sintió que mostraba un costado oculto de ella, que desnudaba su alma como también desnudaba su cuerpo. Quizás es imaginación mía, pero me dio la impresión de que se sintió libre en ese momento. Hizo como que se olvidó lo que me había contado, la noche se desenvolvió sin mayores incidentes y nunca volvimos a tocar el tema. (rayada la continuación)
Pensando ahora, mientras tomo mis inútiles sedantes, razono que El Secreto no tiene un contenido único, sino que depende de cada persona. Es una peste que debe haber perdurado por siglos, y por ende, su contenido debe haber variado con el tiempo. Además, tiene que variar necesariamente con cada persona. Cada uno tiene una moral y una serie de códigos con los rige su vida, y El Secreto debe ponerlos en conflicto. Por ejemplo, yo siento que esa pobre chica debe saber la verdad sobre su origen, pues me he criado en el seno de una familia muy castigada por la dictadura militar, y el asunto del robo de bebés siempre ha sido algo muy chocante para mi. Imaginar a alguien viviendo una vida de mentira repugna a mi moral, me parece algo hasta obsceno. Pero también siento que la verdad podría acabar con ella, y por ende callo, temeroso de dañar al prójimo. Ahora, esto depende de mi moral y mis códigos. Quizás mi amada tuviera códigos distintos, producto de otra historia familiar, de otra crianza. El secreto que ella me contó no tenía un contenido tan horrible. El Secreto debe tener otro contenido, algo para ella más repugnante, más inmoral, más dañino. (Anotado al margen, letra cursiva en tinta negra: No hay secretos buenos. La cosas que no pueden decirse a la luz del día nunca son cosas buenas.)
(Falta el resto de la página)
No olvidé aquello que ella me contó esa noche. La relación se deterioró rápidamente. No quería verla, me repugnaba tocarla, no podía hacer el amor con ella estando sobrio. El saber que dejaba a su prima vivir una vida de mentira me asqueaba de tal manera que no podía mirarla a la cara sin sentir una gran vergüenza por ella y por el mundo. Me dejó e intenté olvidarla a ella y sus secretos. Nunca he podido hacerlo. No he podido revelarlo tampoco, y dejo que me consuma.
Incluso he contagiado la enfermedad de EL Secreto una vez: Poco después de cortar con mi novia, salí con otra chica, más por hacer que por otra cosa. Era una chica algo tímida y retraída, criada en una familia de valores católicos, de un pueblito aburrido y caluroso de las sierras..Una rubia del campo que se vino a estudiar a Córdoba, para resumir. Entre cervezas nos contábamos anécdotas, jocosos. El alcohol, el ánimo caldeado y el placer de contar impudicias me hizo contarle algún detalle de mi vida personal que no recuerdo. Lo que si recuerdo es su rostro perder el color, y luego ponerse ligeramente verde. La conversación se volvió menos animada después, y cuando nos despedimos ambos nos dimos cuenta de que no nos volveríamos a ver. Cada tanto, ella se comunica conmigo. Lo hace a altas horas de la noche, tan insomne como yo. ME dice que no puede olvidar aquello que le contara esa noche, y que yo ya he olvidado. Me dice que no la deja dormir, pero que contarlo a alguien tampoco puede liberarla, porque el daño ya está hecho y ella debe asumirlo. Como si yo le hubiese pasado una terrible carga, que no puede pasar a su vez, sino que tiene que cargar hasta que aprenda de ella.
Insomne, muchas veces ebrio, me río de ella con risas fingidas. Y por dentro pienso en cuantos no dormirán presas de la enfermedad que ambos padecemos.

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