miércoles, 26 de mayo de 2010

Pesadillas

El día había terminado tarde y la noche se prometía igualmente eterna y fría. Mariano se movió en la cama por enésima vez. Esta vez su brazo era lo que lo molestaba. Por mucho que intentara, no encontraba una posición en la que estuviera cómodo, el brazo siempre estorbaba, siempre estaba demás. Era un signo claro de su dificulta para dormir esa noche: cuando tenía sueño, cualquier posición en la que cayera su cuerpo era lo bastante cómoda como para que durmiera. No era este el caso y se preguntaba porque Dios no lo había dotado de brazos extraíbles.
Los sonidos lo perturbaban. Su naturaleza curiosa jugaba en su contra por las noches. El silencio nocturno se logra gracias a la mezcla justa de sonidos súbitos y breves. El rumor del agua de un inodoro que corre por la cañería, el golpe seco de la puerta de un placar que se cierra con fuerza, el golpe de un taco o de un zapato contra el parqué del piso de arriba. Mariano vivía en un departamento insonorizado, como correspondía si quería dormir alguna vez en su vida. Pero los sonidos, breves y espaciados que hacían al silencio, que se producían en el edificio aun le llegaban como el recuerdo de un mundo lejano que trataba de dormir como él. Cada sonido lo distraía de su cansancio, lo obligaba a concentrarse en el él hasta que moría y se volvía un recuerdo. Estaban separados por un tiempo suficiente para ser olvidados, pero no lo suficiente como para poder dormirse antes de que otro despertara su curiosidad y su concentración nuevamente.
La cacofonía de un tema melódico lo hartó. Se levantó de la cama, sabido que era completamente inútil tratar de dormirse. Sabía bien que hacía mal, su médico le había aconsejado permanecer acostado. Además, le había dado unas tabletas sedantes que producían un efecto inmediato. El sueño químico, pesado, inconsciente, largo, parecía más bien el coma de Blancanieves que el sueño que él quería alcanzar. Prefería adelantar trabajo antes de sumergirse en ese mar químico del soporífero.
Fue al living con el departamento a oscuras. Las luces recién reaccionaron cuando entró a la habitación. Había programado el resto de las luces de la casa para no encenderse automáticamente, así no lo hacían cuando él iba a al baño medio dormido y acababan por despertarlo del todo. La habitación blanca y los muebles del mismo color solo acentuaban el frío que la pobre calefacción no lograba mitigar. Unos pocos adornos azules magnificaban el efecto. Como un pobre recordatorio del color, unas flores violetas se erguían en un jarrón que parecía de manteca. Gritó por un té y pudo oír el sonido del fuego al encenderse. Así de silenciosa se encontraba la habitación.
Se sentó, hipnotizado por el cansancio. Por unos instantes que a él le parecieron una eternidad, se dedicó a escuchar el siseo del gas ardiente y el creciente zumbido del samovar. El té sanguiolento cayó en la taza de cristal y plata. Luego de mirarla humear unos instantes, instintivamente tocó el vidrio de la ventana para purificarlo. El vidrio negro se esclareció hasta que sacó la mano. La ciudad insomne seguía brillando ahí. Miles de carteles de neón parpadeaban en la noche como flashes continuos. Verdes, rojos, rosados, azules, latiendo caóticamente. En el cielo sin luna ni estrellas, los infinitos edificios de cristal negro brillaban y se mecían con la brisa. El brillo de la ciudad, dorado y penetrante, se metía en el departamento eclipsándolo todo. Mariano quedó encandilado por un instante, fascinado por la escena y luego oscureció el vidrio. Ese era el problema: ¿Cómo dormir en una ciudad que nunca duerme? ¿Cómo considerar que dormir es algo bueno y necesario si la ciudad en la que y por la que vivimos no lo hace? Tomó la taza y la miró a trasluz. El té parecía sangre y lo era. Sangre que le devolvía un poco de la vida que el insomnio le robaba, sangre nueva y eterna, sin pecado concebida.
Tomó el aparato. Puso algo de música y abrió las páginas. Los hologramas bailaron ante sus ojos por un instante antes de que pudiera reconocer que eran. La melodía electrónica no lograba tapar la cacofonía de la música del piso de abajo.
Reconoció el ritmo en un atisbo de conciencia. Su vecina había comprado un antiguo tocadiscos y se divertía con él con la pasión de una niña con un juguete nuevo. Se despertó al darse de que dormía y que la canción era del Nano Serrat.
Antonio, ya no Mariano, salió de su cama mecánicamente y fue al baño. Sentía el cuerpo húmedo de sudor. Su gato dormía plácidamente, al parecer sin haberse enterado de nada. Abrió el botiquín no sin antes mirarse las ojeras en el espejo. Sacó las pastillas y tomó otra dosis.
A veces las pesadillas son algo terrible, pero no debe haber peor que soñar que se está insomne en una ciudad igualmente insomne, se dijo mientras se acostaba.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Murmullos

Derrotados los ejércitos de los Príncipes rebeldes, depuesto el Príncipe Gobernante, ejecutados sus generales, violadas las vírgenes de los templos, saqueados los palacios por los ejércitos victoriosos, sólo quedaba torturar a los sacerdotes y los escribas de las cortes rebeldes. En ese momento, los torturadores níveos vieron los tatuajes que serpenteaban por el cuerpo de Pies Azules. Los negros caracteres prometían maldiciones a quienes tocaran el cuerpo escrito del escriba. Los Domesticadores afirmaban no creer en las promesas de dolor de los escritos, pero por si acaso no torturaron a Pies Azules como lis usos de la guerra lo ordenaban. En su lugar, lo encerraron en una habitación subterránea de lo que antes había sido el Monasterio Casa de las Palomas y ahora es la Casa Larga, la prisión donde los níveos olvidan a quienes no se atreven a matar.
La celda era húmeda y oscura, pequeña y silenciosa. Una puerta cerrada a cal y canto la clausuraba. Se cerraron todos los agujeros de ratas y otros animales inmundos, no se dejo resquicio por donde la luz y el exterior pudieran pasar. Se limpió las piedras con polvos mágicos para que los sueños no pudieran salir o entrar. Un plato de madera pasaba por una rendija de la puerta dos veces al día, permitiendo a veces que una brizna de luz entrara.
Pies Azules sabía perfectamente el motivo de tan celoso encierro. No podían tocarlo sin maldecirse y había considerado eso como una victoria. Pero a los pocos meses, empezó a creer que las torturas físicas hubieran sido mejores. Alimentado a intervalos aleatorios, no podía organizar su cuerpo a un ciclo de sueño coherente. La falta de luz y sonido agudizaba sus otros sentidos, trastornando su mundo. A veces, llegaba el olor a humo de alguna cocina no demasiado lejana. La tibiez del sol calentaba las piedras y le hacían recordar el día. No pasó mucho tiempo hasta que se encontró hablando solo. Pequeños comentarios al principio, donde se felicitaba por el ingenio de algún pensamiento jocoso. Largos diálogos después, donde discutía consigo mismo de temas que en la oscuridad absoluta de la celda parecían ser de otro mundo. EN un arrebato de conciencia, abandonó esos diálogos. Era lo que los Domesticadores querían: que enloqueciera. Esa sería su tortura, el encierro perpetuo en la cárcel de la locura. El abatimiento y la oscuridad lo sumieron en sus pensamientos más que nunca. Sentía que peleaba su propia guerra personal, distinta de esa rebelión masiva contra los níveos, distinta de esa campaña impresionante, de esa sensación de camaradería, de esa derrota increíble, de ese calvario infinito. Era una guerra personal sin aliados ni enemigos visibles. Una guerra contra lo que los níveos querían, nada más que eso.
Para pasar las largas horas de vigilia a oscuras, se puso a repetir una y otra vez los versos y poemas que conocía. En otro tiempo había aprendido las formulas sagradas y otros textos igualmente musicales y sagrados. Los repetía una y otra vez, todas las horas. Los repetía en murmullos mientras se dormía, hasta que lo vencía el sueño, los repetía en su mente cuando comía. Los cantaba a los gritos para escuchar su voz retumbar contra las paredes ciegas. Los repetía hasta que las silabas se mezclaban, los sonidos se unían, los símbolos se desdibujaban y se volvían una sola mezcla informe, multisonora, que era todas las palabras y ninguna. Los repetía hasta que se volvían el siseo de una serpiente, el zumbar de un mosquito, la brisa soplando imperceptiblemente, el susurro del pasto cuando crece…
De repente se topó con el lenguaje de Dios. Los sonidos que son lenguaje de los níveos y los hiperbóreos. Las palabras que son la lengua del río y del chacal. Los símbolos que en realidad son la rosa y la piedra, y la muerte y las estrellas. El idioma que es todos los dioses y todos los hombres y todas las cosas que son, que fueron y podrían haber sido. Murmuró las palabras que eran su celda y los níveos que la vigilaban, y eran los Adoradores rebeldes, los escribas muertos y los Esclavos de Batalla. El idioma que evocaba el amor porque amaba y refería al odio porque lo era. Dejó de comer, porque la comida no hacía falta porque las palabras eran saciedad y hambre. De dormir, de cantar, de moverse, de defecar, porque las palabras eran el sueño, el canto, el movimiento y las heces.
Los carceleros lo dejaron ser unos días, hasta que llamaron a las Patricias. Las eminentes doctoras, de túnicas negras y guantes rojos le diagnosticaron neurosis, provocada por el encierro. Los trasladaron a Estancia Fundación, donde el aire y la solitaria calma de la llanura quizás podrían curar sus males.
Todavía se lo ve por allí, viejo y desdentado. Con la piel ajada y curtida, atravesada de tatuajes negros, sentado en alguna esquina oscura.
Murmurando.

lunes, 10 de mayo de 2010

Y vomitaba collares de perlas...

Yo le rezo a la lujuria del Dios Ave-Singular
y a la princesita que vomitaba collares de perlas.

Ahí va, por mi memoria,
sosteniendo un cigarrillo en su mano.
Niebla multicolor y elefantes rosados,
llorando estrellas.

Quise comulgar a los pies del Dios Neo-Paladial.
Pero no quiso escucharme, y me regaló
a la princesita que vomitaba collares de perlas.

Sé que la veré, en mi memoria.
Escribiendo versos eclesiásticos,
ostias de carbón y selvas sanguiolentas,
crucificando perros.

Quise brindar a los pies del Dios Sutil-Inmoral.
Se voló y me dejó bebiendo
con la princesita que vomitaba collares de perlas.
Ya se esconde en mi memoria,
vagando por pasadizos lisérgicos.
Electora salvaje, Emperatriz puta,
borrando recuerdos.

Yo adoro el cabello del Dios Rojo-Virginal
y a la princesita que vomitaba collares de perlas.

sábado, 8 de mayo de 2010

Definición

(En el diario) Las horas de la siesta pasan lentas y pesadas. El propio aire parece haberse detenido. La siesta es un préstamo que el Dios Pájaro-Sueño otorga por las tardes y descuenta de las noches. Pero los insomnes debemos inventarnos actividades para las horas muertas.
La pipa es verde claro, con un tubo del mismo color y una boquilla de ámbar miel, su cuello es de plata labrada y la campana de agua es verde oscuro y tiene olas grabadas. Aspiro y dicto. Ojos anota como siempre, mientras describe con sus-mis ojos lo que estoy viendo-sintiendo.
(En el Libro)“(…) Es cierto que la verdad es una construcción de los poderosos. Pero ante todo es una construcción de los que poseen el conocimiento, pues ellos son los que dirán al común que están viendo todo al revés. Son los sabios los que encontrarán laberínticas maneras de justificar los más arbitrarios procedimientos y de resolver las incoherencias que tienen las ideologías con la realidad que el común ve. Así, no debe despreciar el Domesticador el valor de tener siempre a su lado a aquellos que pueden trastocar la naturaleza y darle la forma que éste necesite para manejar mejor el mundo” (La Ciega: Diario Sobre el Domesticador)
(En el diario) Tenemos que revisar la cantidad de veces que he puesto construcción, Ojos. Odio repetirme tanto. Escribe bien, excelencia. Sus ideas son complejas, pero sus palabras permiten a todos entender el significado tras ellas. ¿Tú crees, Ojos? ¿Es que no has aprendido nada? Suspiro, me abanico tratando de que el fresco contenga las ganas de estrangularla. Sostiene un abanico blanco nacarado, con perlas adornando la punta y tejidos de plata que forman nubes rozadas y pájaros batiendo sus alas como si bailaran.  No entiendes nada, como siempre, Ojos. Ese es el problema con los nativos, jamás acaban de entender nada.
(En el Libro) “Los idiomas se dividen en dos grupos: Aquéllos que buscan decir cosas, y que aquéllos que buscan ocultarlas. Los primeros son francos y directos, escasos de sutilezas, abundantes en caligrafías y escritos poéticos. Los segundos son idiomas duros, técnicos, sutiles en las implicancias de cada palabra, llenos de lagunas y oscuridades que deben ser rellenadas por la mente. De letras rectas y brutales, hechas para escribir leyes en piedras o leyendas en lápidas. En todo caso, ninguno de los dos puede decir una verdad, aunque el segundo tipo es más útil a la hora de poder fabricarlas.” (La Ciega: Diario Sobre el Domesticador”)
(En el diario) Nosotros fabricamos lo que queremos decir, ¿entiendes? Toma por ejemplo la palabra…el lomo del libro es rojo oscuro, letras de oro pintado cubren su…si basta con eso, no me dejas pensar. Lee esa palabra. Las pequeñas letras negras se apiñan en el centro del libro, un dibujo de una hoguera, con ángeles y sol  pintados con pan de oro adorna la siguiente página. Ahí dice “Hereje”. Muy bien. ¿Qué es un hereje?  Una persona que niega los dogmas de la religión. Muy bien, veo que has estudiado la lección. Pues no, un hereje es aquél que piensa contra El Patriarca-Domesticador. El cazador de brujas de hoy es el hereje de mañana, según como funcione la balanza del poder en la administración central. Y eso que la forma de pensar de la pobre persona que arderá en la hoguera es siempre la misma. O, mejor aún… ¿Qué es una persona? Una persona es un hombre, Excelencia, una de las criaturas creadas por los dioses. Pues no. Una persona es una herramienta de la que el poderoso se vale para hacer cumplir sus metas. Las personas son cosas. Y eso que hasta en tu idioma la distinción entre persona y cosa es clara.
(En el Libro) “Ante todo, un idioma es una herramienta de libertad. El común solo puede pensar en aquellas cosas que tienen palabras. Mientras más central sea una cosa o una idea en una lengua, más difícil será sacarlo de las cabezas del común. El Domesticador siempre debe tener presente esto, con la mirada en modificar el idioma. Cada vez que elimine un término, o valorice otro en una lengua, estará domesticando mejor la mente de los que esa lengua hablan” (La Ciega: Diario Sobre el Domesticador)
(En el diario) Mírate por ejemplo a ti. Antes tenías un nombre y un pasado. ¿Lo recuerdas? Te dieron a mí y nos divertimos y reímos juntas, soñando que nos casaríamos con un capitán ganar de cien batallas o con un príncipe de máscara de plata y cabellos negros. Ahora solo eres Ojos y yo soy La Ciega. Pero aún tengo un nombre, Excelencia. ¿Ah sí? Si yo. Ni se te ocurra decirlo porque te sacaré la cabeza de un solo golpe y tendrás que ver por mí desde un maniquí. La sola idea de escucharte me da acidez. Ven, ven. Dame tu mano. Sin miedo tonta, que no hablaba en serio. No puedo hacerte daño, si perdiera tu-mi vista, no sé qué haría. Busca la pluma-plata y las cosas para escribir.  El pincel es de madera plateada con diseños de tréboles trepando por el mango. La mesita es de laca roja, como el tintero. Una hoja blanca se apoya sobre la mesita. Toma la pluma-plata, mójala en el tintero. Con cuidado, boba, se supone que tomas lecciones de caligrafía. Una mancha negra parece irradiarse en el borde superior derecho de la hoja blanca. Siempre me pareció que te pones demasiado descriptiva cuando tocas los instrumentos de caligrafía. No sé como tomar eso, Excelencia. No lo tomes, tu toma la pluma-plata por ahora nomás y mójala con cuidado. Ahora tomo tu muñeca para poder ver como escribes. Escribe tu nombre en la hoja. ¿Lo sientes? ¿Sientes tu lengua tomar forma en la hoja? ¡Lo siento, Excelencia, lo siento! ¿Sientes el río negro extenderse majestuoso hacia abajo? ¿Sientes las pequeñas curvas pronunciadas que se forman cuando rodea alguna montaña, la firma rectitud con que recorre las llanuras de la selva-papel? ¡Lo siento, siento las llanuras, las montañas! Dibuja con cuidado sus brazos-líneas, sus lagos-puntos. El río recorre exacto y elegante la selva de palabras de tu idioma antiguo y nativo. Casi puedo verlo al tocar tu muñeca, corriendo por tus venas. Abre los ojos. La hoja está toda escrita en caracteres algo deformes pero claramente legibles hechos con tinta negra. El manchón cubre una parte del texto. ¿Qué dice? Dice… ¿Qué? Yo soy los Ojos de La Ciega... ¿Ves? Eso eres. Ese es tu nombre.
Como con todos los demás animales, hemos tomado lo mejor de ti y lo hemos pulido. Hemos desechado el resto, tus errores, tus vicios y defectos. Solo hemos dejado lo útil. De la que fuiste, sólo hemos dejado tus ojos.  Suspiro y aspiro el nebuloso humo de la pipa. No llores, tonta. No es tan malo. Yo soy mejor que tu. De la niña que fui solo queda La Ciega. Y eso es menos de lo que queda de ti. Tú al menos puedes ver.
Las horas muertas de la siesta avanzan despacio, sofocantes. Ojos trata de calmarse, y yo trato de pensar. Pero las horas muertas no sirven de nada. Al parecer, solo sirven para dormir.

sábado, 1 de mayo de 2010

69

Excitada,

Saboreo las heridas
Que he sangrado
Por tu roja selva púbica.

Unidas las dos en un serpentino símbolo infinito
Acaricio amorosa
Tu humeante pasión.

Corazón, amo tus gemidos.
Somos una sola en tu dolor.
Y todos los seres, en este instante del orgasmo.