El colectivo entró en el poblado poco después de que la lluvia terminara y diera paso a un Sol aún más cegador y a una humedad aún más insoportable. El níveo parecía no transpirar debajo de su uniforme, como si éste en realidad fuera un trozo de escarcha que él se había traído de las lejanas tierras plateadas de donde venía. “Es la nueva tela que los gringos usan en la guerra” contaron después las viejas, cuando esto pasó al acervo de anécdotas del pueblo. “Tela que refresca como hielo cuando hace calor, y abriga como piel cuando hace frío” suelen contar. El poblado parecía un rejunte de casas de madera oscura y manchada de rojo y de pintura verde oliva descascarada. El níveo aún no había bajando, cuando ya todo el pueblo sabía de su presencia, y como era de esperarse los más curiosos, los niños y los que no tenían nada que hacer salvo dormir la siesta se acercaron a la tienda que oficiaba de estación de autobuses para verlo más de cerca. Caminaba con paso militar, resuelto, por la única calle empedrada del pueblito, manchando sus zapatos de charol negro como alas de cascarudos con la arcilla roja que la tormenta había dejado. Cada tanto miraba una esquina, o una casa de particular tamaño, como intentando orientarse. Nadie le preguntó nada, ni le hizo algún comentario, temerosos de provocar la ira de lo que muchos ya suponían un ser mágico. Las viejas recuerdan que cuando pasó por el hospicio de las monjas,
Se acercó al bar que en esa época estaba cerca de la estación, y que hoy es la oficina de correos y telégrafos. El cartel que rezaba “El Tigre” tenía rojas manchas de óxido y las letras azules medio despintadas. Entró. Todos los parroquianos del bar lo miraron, atónitos. Y de inmediato dejaron de jugar a los naipes y de contarse las anécdotas groseras que siempre se contaban.
“Busco a Raimunda” dijo el níveo ángel, con voz suave pero firme. Raimunda, la dueña del bar, salió de la cocina y se acercó, tranquila sabiendo de antemano lo que le dirían.
“Su hijo ha muerto en batalla” le dijo el níveo con voz firme pero llena de dolor, alargándole un telegrama amarillo con los sellos de las fuerzas navales. Debe haber seguido hablando, pero todo lo que dijo se perdió en una maraña de murmullos.
1 delirios:
Me gusto mucho tu texto, me trae tantas imágenes a la cabeza..
Saludos Gringe. (:
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