El arte es una forma de buscar inmortalidad. El que pinta, esculpe, funde, dibuja o compone una pieza de arte trata d captar algo: un momento en el tiempo, un pensamiento que pasó por su mente, la esencia de una situación. Esto mismo que estoy narrando trata de hacer eso, captar el momento y los pensamientos que tengo mientras estoy por entrar a la fama. El artista es en sí mismo alguien que busca la inmortalidad de un modo distinto. No trata de extenderse en el tiempo a través de la descendencia (salvo que puedan como hijo a un cuadro o a una canción) sino que trata de extenderse a través de sus obras. Yo sé que mi abuelo y mi padre existieron por los recuerdos que tengo de ellos. Recuerdos los momentos vividos, los pensamientos que me trasmitieron, los valores. Si abrieran mi cabeza, verían sus imágenes esculpidas en mi mente, pues la han dado forma a mis pensamientos. Eso quiere hacer el artista, darle forma a los pensamientos de los otros, para así lograr una forma de inmortalidad.
La notoriedad es una cosa rara. La fama es una forma efímera de inmortalidad. A veces, no siempre, dura tanto como la de todos. Eróstrato solo es famoso por haber quemado la maravilla, no hizo nada más. Los arquitectos de tan tamaña obra se han perdido en la bruma de mi olvido. El que la destruyó no. Él si se hizo famoso. He buscado la fama a través de los cuadros, pero no tiene caso. Son todos parecidos, y a su vez todos se parecen a algo más. Ese es el problema del arte, todo acaba pareciéndose a algo más. El que escribe finalmente se vuelve Platón o Aristóteles, el que pinta finalmente tratará de ser Miguel Ángel o alguna mano desconocida en Lascaux. Todo se repite, y yo mismo al afirmarlo me inscribo con los platónicos. El artista, el buen artista, captará la esencia de lo que muestra, y eso lo volverá a todos los demás que la captan.
La fama de Eróstrato es distinta. El llegó a inscribirse en nuestras mentes mediante un acto de violencia. Igual que Alejandro o Hitler, no nos llegan anécdotas de sus pasiones y sus pensamientos. Nos llegan historias de masacres, de latrocinios, de victorias y derrotas, de actos de vandalismo, de terrorismo. La inmortalidad plena solo puede llegar a través de estos actos. Captan una esencia que el arte sólo puede captar brevemente: La realidad es un fenómeno violento. El buen dios no hizo un mundo sin hambre, hizo depredadores y presas. Ni hizo bastante riqueza para todos. Nos dio hambre y cosas para comer. Y huracanes y terremotos. Dios se manifiesta mediante la violencia, mediante fuego y rocas ardientes.
Me acerco al cuadro. Martí Lutero mira con esa sonrisa petulante que siempre detesté desde la altura de su cuadro. Alguien podría decirme que ese no es Martín Lutero, como la pipa no es una pipa. Pero es él, no hay otro él en mi mente. Yo no conocí al teólogo, yo sólo vi sus cuadros y leí sus escritos. Martín Lutero es un muerto hace siglos, pero por sobretodo es esos escritos, y este cuadro.
El ácido cae sobre la pintura. La madera florece por debajo. Casi no llego a ver el resultado pues un par de inoportunos me toman desde atrás y me tiran al suelo. La sonrisa de Lutero se ennegrece primero y luego se derrite como si estuviera hecha de cera. Un par de persona chilla y se escuchan gritos y el sonidos de las cámaras sacando fotos. Mañana será cosa de los diarios, y yo seré cosa de los psiquiátricos. Pero mierda, que no se olvidarán de mí.
Cara Berlangganan WeTV
Hace 1 año
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