miércoles, 25 de marzo de 2009

Ojos de la Muerte

Luego de una larga y fructífera vida, La Pintora se moría. Una vida excesos por fin cobraba el alto costo de su salud. Por lo demás, parecía como si no quisiera levantarse tan temprano o estuviera esperando que le sirvieran el desayuno en la cama. Su médico le había advertido que controlara su disipado estilo de vida y ahora estaba a su lado, sonriente por ver cumplidos sus pronósticos. Su novia se había ido la tarde anterior, a presentar un libro, y no llegaría hasta la noche. Llegará tarde, pensó, como siempre. Esta noche me toca.

La puerta sonó, y entró su amante con el rostro impasible, pero enrojecido por el llanto. Le habrán dicho que aparente tranquilidad así no me pongo nerviosa, pensó La Pintora. Inteligente pensamiento, que el moribundo, que sentirá todo por última vez, sienta sólo una aburrida paz y una apacible tranquilidad. Intentó decirle algo y sonreírle, pero no pudo. El médico sonrió aún más, sin mostrar sus dientes, satisfecho de ver cumplida su predicción.

La Pintora era una figura loada a nivel mundial. Sus estudios de la luz y las sombras habían influencia toda una generación de artistas, y suscitado debates tan ardorosos como su pasión por el arte. Su magna obra llenaba museos y salsas de arte en todas partes, fotos de sus cuadros eran estudiados por alumnos de arte en todo el mundo. Miró a su amante, y pensó que era hermosa. La luz matinal apenas brillaba lo suficiente como para darle un color diáfano, lunar, que no podía ser ocultado ni siquiera por sus ojos enrojecidos. El brillo del alba iluminaba las cosas sin dejar brillar las superficies esmaltadas, sólo mostrando los colores. Una hora, una luz perfectas, para una muerte que no podía ser menos que perfectas.

De repente, sus ojos moribundos captaron un poco menos de luz, o quizás un poco más. Quizás participaron por un instante breve y sin embargo eterno de la vista del Demiurgo creador. Se agitó, el médico se acercó a auscultarle el pecho, su amante corrió a tomarle la mano. El aire entraba apenas en sus pulmones, su aliento era débil como el aleteo de una mariposa. Abrió enormes los ojos, y miró todos los objetos de la habitación como si los mirara por primera vez. Y era porque los veía por primera vez. No veía la realidad aparente, encandilada por el brillo del Sol meridiano y por la estupidez propia de los hombres. Los veía bajo una luz nueva, eterna, más allá de los claroscuros. Se le ocurrió que toda la obra de su vida era pésima y no reflejaba la realidad que había querido plasmar. A la mierda, con los ojos que tenía antes no hubiera podido pintar mejor. Dios, me hubieras dado esta mirada cuando mis manos pintaban, aunque te agradezco por dármela antes de que todo termine.

Decidida a arruinarle el día a su médico, convencido de que no podría hacer nada más que morir, La Pintora tomó la mano de la mujer que lloraba a su lado y la miró. Cerró los ojos, recitando en voz clara pero audible unos sonetos de Shakespeare.



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martes, 24 de marzo de 2009

Scholomancia

Tuvimos suerte, relativamente hablando. Estos eran unos amateurs, nada que ver con los organizados alemanes, ni tan coordinados y poderosos como los salvadoreños o los chilenos. Parecían más bien una patota mal organizada, unos barrasbravas, matando y saqueando, y robándose entre ellos. Podría haber sido, razonamos treinta y pico años después.

Treinta y pico años después, los medios nos venden un caos social y nos inventan una discusión que hace mucho se terminó. Debe haber orden, como sea, pero orden, sisean algunos, por estupidez, por dolor, por interés. Más o menos lo decían en esa época, el mismo problema, las mismas soluciones. Y al final sólo somos pobres contra pobres, alimentado al que tiene el arma y el palito para abollarnos la cabeza.

La sacamos barata, nos reímos con mi hermano. Aparte tenemos feriado. ¿Cuántos tendrán idea de porque es feriado? ¿A cuántos les importará el motivo? ¿Importa acaso? Ya pasó, ya fue. Queda la memoria. Yo no lo viví, no me interesa, no tengo la culpa. ¿Seguro? ¿Acaso no se nos pasa por la cabeza que debería un poquito menos de ley y un poquito más de orden? ¿Acaso no se nos ocurre que estaríamos mejor si repartieran unos cuantos tiros más? Seguro que eso acaba con la inseguridad. Y si cortan rutas, que se vayan al carajo, les largamos a la gendarmería y listo. Porque todos dentro tenemos una parte que ama el orden a coste de sangre. Esa parte que se queda callada cuando hay una injusticia increíble, esa parte que nos hace ver boxeo, razonar que la única forma de terminar con algo es a los golpes, querer que se muera el vecino o empujar un nene cuando pasa el colectivo para ver como estalla en sangre. La misma parte que nos hace acostarnos con cualquiera, drogarnos, reírnos o escuchar metal: La parte donde duerme el diablo.

Entonces si tenemos algo de culpa, porque somos iguales que ellos. Y si el silencio es ser en parte cómplice, tu papá, tu mamá, vos y yo somos culpables. Y la vergüenza de la culpa resuena en nuestras almas. Y la mancha se verá cada vez más y más oscura a medida que brillemos más. No tenemos la culpa, pero pagamos igual. La vergüenza, amigos, es hereditaria. La necesidad de enmendar un error también

Siempre cuento que en Rumania había una escuela donde el diablo daba cátedra. Los alumnos, venidos desde muy lejos, aprendían los misterios de la vida y la muerte. Pero a cambio, una vez al año, un alumno desaparecía. Me gusta pensar que los alemanes aprendieron en esa escuela, y que ellos luego fueron nuestros maestros. Así la culpa, la vergüenza, no es del todo nuestra. A mis milicos los educaron los franceses de la OAS, a ellos agentes alemanes, a ellos el diablo. Al diablo, quizás nosotros.

domingo, 22 de marzo de 2009

El retratista

El Retratista contempló el cuadro, aprovechándose de la luz uniforme y crepuscular de la tarde. En él, el mecenas se hallaba de perfil, mirando hacia abajo con sus ojos negros y cansados en actitud concentrada como si contara sus monedas o rezara sus oraciones matinales. Tenía la tez aceitunada, tostada por el sol fuerte de la selva y un gorro rojo que le protegía los cabellos. Un retrato perfecto, se dijo El Retratista. El mecenas podría mirarse en él dentro de muchos años, y reconocerse en un instante.

Los Traficantes amaban hacerse retratos. Aquellas pinturas eran especialmente solicitadas no por su belleza, sino por las posibilidades que estas traían. Un Traficante podía poner su retrato en su banco o su palacio, y todos sabrían de quién era el lugar y a quién debía respetar. Muchos donaban sumas ingentes para la construcción de templos e iglesias, con tal de que después, sus retratos fueran colgados cerca de los de los santos y el cristo. Arma de propaganda, el retrato era una forma limitada de inmortalidad, pero una forma al fin y al cabo.

El retratista pensó que el mecenas estaría satisfecho con su trabajo. Más que la belleza o la fidelidad de la pintura, el viejo miraría cuanto azul había usado, si había puesto el pan de oro aquí o allá o se lo había quedado, si había puesto el costoso amarillo o alguno más diluido. Los Traficantes no eran personas que apreciaran la belleza, eran personas que la compraban. Y no querían pagarla demasiado caro.

Se entristeció. Sabía que tenía talento, sabía que era bueno. Era con toda seguridad el pintor más buscado de la ciudad. Pero estaba limitado a pintar los que los compradores del cuadro querían. Hazme un retrato, siempre decían. Pero trata de no exagerar con las arrugas en el borde del ojo, y hazme la piel un poco más clara y trata de que la nariz no se vean tan grande…Siempre lo mismo, jamás lo verdadero.

Esa noche le pidió al Soñador que lo ayudara. El Dios de la Creación había hecho los hombres soñándolos, viendo en su mente cada músculo, cada cabello, cada minúsculo detalle. Le pidió que lo ayudara a dibujar el retrato de ese rostro, esa imagen primera, que había soñado el Dios en el momento en que pensó en cómo sería la humanidad que crearía. No esos rostros de nariz aquilina o pequeña, con arrugas o sin ellas. Sino ese rostro inicial, del que había salido todos los reflejos bizarros que nosotros llamamos nuestras caras. Durmió como nunca antes. Se revolcó, transpiró y habló entre sueños, participando por un breve instante de la mente del creador. A la mañana siguiente, ni siquiera desayunó, se levantó, tomó un trozo de carbón, el mejor papel que tenía y empezó a trazar con movimientos rápidos y azarosos.

Trazaba con frenesí, sin detenerse a contemplar lo que hacía. El carbón susurraba en la hoja de papel blanco. Dibujaba con movimientos casi espasmódicos, movido por una pasión febril, casi dolorosa. Al final de la tarde, con el brazo dolorido y la espalda destrozada, terminó el retrato.

El mecenas lo visitó esa tarde, para buscar su retrato. El Retratista le mostró el dibujo que había hecho. El anciano Traficante lo miró con una mueca, sin saber que decir. El rostro era demasiado anguloso, de trazos gruesos y pocos definidos. Los ojos no estaban a la misma altura, los cabellos eran líneas gruesas, separadas entre ellas, sin ningún orden aparente.

Lo tomó como una muestra de la excentricidad de un buen artista. Quizás una nueva muestra de ese arte moderno, deforme y grotesco que se estaba poniendo de moda en el continente níveo. Un poco de experimentación era buena, pero que no se le volviera costumbre, le dijo. Compró el dibujo también, y lo guardó en un armario donde seguramente nadie lo hallaría. El retrato grotesco, fruto de las pesadillas de El Retratista, dormiría en un cajón, sin firma ni marco, hasta que el tiempo lo volviera polvo.



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miércoles, 18 de marzo de 2009

La Vampiresa

Antes que nada, quiero aclarar que la llamo La Vampiresa por la necesidad de darle un nombre que se adecue a ella o lo que yo creo que ella era. Jamás ella se refirió a si misma de ese modo, ni de ninguna manera que explicitara su condición de ser sobrenatural. Casi nunca se refería a si misma como “yo”, sino que hablaba de “gente como yo” que era distinta a “la gente como vos”. Mi hermano afirma que esa forma de hablar de si misma desde esa perspectiva reflejan una mente infantil e incapaz de asumir sus responsabilidades.

Tocó el portero de mi casa una noche de jueves, llena de chicos que salían de los boliches en diversos estados de ebriedad y una humedad insoportable. Me levanté arrastrando los pies y puteando entre dientes, y pateé al pobre gato que pedía comida como siempre hace. Ahora pienso que ni pasó por mi mente que fuera un grupo de borrachos deseosos de molestar al prójimo. Abrí la puerta y entró precipitada. Tenía el pelo de un color rojizo, casi naranja, un cuerpo pequeño y de apariencia frágil y ojos brillantes y vivaces que en ese momento parecía asustados. Necesito ayuda, dijo con una voz que de tan asustada hubiera enternecido a un tigre. No sé porque no la eché inmediatamente, quizás fuera por su belleza, o por la inconciencia que sigue al despertar repentino. Le dije que la ayudaría, y cuando me rogó que la dejara quedarse a dormir le señalé un sillón antes de caminar como atontado hacia mi cama.

Al día siguiente todavía estaba. Con el tiempo me acostumbré a su presencia. Siempre desaparecía por unos días, pero no pasaban más de tres días antes de volver a encontrarla en el living del monoblock que alquilaba contra La Cañada. Me encantaba su voz suave y el movimiento excesivamente amanerado de sus manos. Pero por sobre todo me sorprendía su increíble capacidad para ver las cosas.

La vampiresa no veía como los demás, de eso es lo único de que lo estoy seguro. Todo la sorprendía, como si hubiera estado ciega durante muchos años, y de repente la visión de cada objeto, de cada color, la fascinaban como las viera por primera vez. Una noche, mientras estudiaba, no podía evitar distraerme mirando su rostro pálido, ojeroso, tapizado de pecas, mirando la página ilustrada de una enciclopedia. Estuvo más de una hora observando con detenimiento las ilustraciones, hasta que la vi llorando y llamé su atención. Es que esto es demasiado hermoso, me dijo, mostrándome la imagen de un león persa de granito con alegría queda. Otra vez la vi observando divertida un reloj de bolsillo durante media tarde, otra un crisantemo blanco que le había regalado.

Una noche, medio ebrio, me atrevía preguntarle por su extraordinaria capacidad para admirar las cosas. Debo confesar que no estaba tan interesado en el tema como en tratar de halagarla, pues aunque yo no lo entendiera estaba tan enamorado como siempre me enamoro de cada persona que se me cruza y yo no puedo entender. Ella se tomó la pregunta con mucha seriedad, haciendo una mueca socarrona y con los ojos entornados que delataban que con suerte no recordaría esta charla a la mañana siguiente. Me explicó que la gente como ella, a diferencia de la gente como yo, veía el mundo a un nivel de detalle apabullante. Cada objeto, cada color, encerraban una complejidad y a la vez una armonía tan increíbles que era imposible no emocionarse por la belleza que encerraba. Vivía en un mundo multiforme, cada cosa que veía no sería vista nunca más. La flor estaría un poco más seca, la luz nunca iluminaría del mismo modo los colores, las sombras no resaltarían las imperfecciones de la misma manera. No comprendía como podía yo ponerle nombres a la cosas. Cuando yo decía “Reloj” o “Libro” o “Espejo”, me refería a tantas cosas tan distintas que era un sinsentido abarcarlas con un sustantivo. Incluso el vocablo “yo” era complicado, pues el Gringewald de las siete de la mañana, aterrador de pálido y malhumorado no se parecía al de ahora, halagador y borracho. Después de un silencio que ocupamos en acabar nuestra cerveza, me dijo que esa forma de ver no era una bendición, sino un castigo. La gente como ella era totalmente incapaz de fabricar nada, pues vivían tan atrapados en su mundo de belleza que no se atrevían a modificar la naturaleza de las cosas. Más de uno había muerto de hambre, contemplando días enteros la comida humear, enfriarse, secarse y pudrirse en el plato. Más de uno había muerto contemplándose frente a un espejo durante toda la vida, viendo los sutiles pero indefectibles progresos de la vejez y la muerte. Me acabé mi cerveza y me fui a acostar, asqueado de mis deseos de dormir con una criatura que no era capaz de entender de ningún modo.

La última vez que la vi, venía de ver 2001 Odisea en el Espacio, en el Cineclub Municipal. Miraba humear su taza de café, sentada con esos ojos soñadores y esa sonrisa entre dolorosa y alegre propia de aquéllos que han visto una película o un libro que les ha tocado el alma. Vi la peli, me dijo. Intentó describirme lo que había visto, pero la detuve en ese mismo momento. Ya vi esa película, además no te entendería, le dije fastidiado. No se enojó, sólo meneó su cabeza lentamente y sonrió mostrando sus dientes blancos y afilados. Al día siguiente ya no estaba.

Nunca más supe de ella. En mi despacho de la Avenida Vélez Sarsfield hay un pañuelo blanco tornasolado que espera que su dueña venga a buscarlo.

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Lemúria

Está lloviendo afuera, al menos eso creo. Ya no siento gran cosa, y mi oído tampoco es el mismo de antes. Es como si escuchara las cosas desde muy lejos, o a través de una pared. Bien podría estar lloviendo acá adentro, o dentro de mí, pues mis oídos no sirven para otra cosa que para ser engañados.
No recuerdo gran cosa de mi otra vida. El pasado me parece ahora más bien algo así como una maza de recuerdos amorfos y díscolos, con personas que creo eran amigos, padres, maestros, mezclados en la maza y pegados a ella como formando una pasta de memorias inconexas.
Como describir lo que pasó, o lo que creo que pasó. Yo tampoco sé bien cuando fue, si es que fue, y el como. La recuerdo a ella, al menos puedo ver su imagen, su rostro definido vagamente en un fondo de color negro pesado. No recuerdo que ropa llevaba, pero creo que el lugar era una calle cerca del lugar donde viví una vez, en ese pasado que no sé si es distante.
Recuerdo haber hablado con ella, no sé bien de qué. Pero todavía siento una especie de alegría al mencionarla, por lo que deduzco que me cayó bien. Era bonita, o al menos eso me indica mi intuición, ayudada por el vago rostro que recuerdo. Es como si esa cara fuera más bien de una caricatura mal dibujada, y sus facciones no estuvieran más definidas que en sus trazos más importantes, sin importar detalle o expresión. Quizás no las tuviera, estoy casi seguro de que no las tenía.
Hago un esfuerzo para recordar su nombre, creo que ella también hizo eso mismo. Me parece que ella, al igual que yo, no pudo recordar si tenía o no nombre. Y no sé porqué, pero eso no pareció extrañarme. Menos me va a extrañar ahora, que no recuerdo bien como era el mío. Lo supongo empezado con P o con S, pero no estoy seguro del resto.
Hablamos de tema triviales, creo. De lo frescas que se ven las estrellas después de la lluvia, de los colores de las nubes en la noche y de porqué las luciérnagas temen a los lémures. Esa palabra todavía me causa cierto escozor, pero no recuerdo que eso haya pasado en ese momento.
Me contó que la naturaleza rechazaba a los lémures porque ellos no pertenecen a estar realidad, sino que cabalgan entre varias. Originalmente fueron personas, pero tuvieron una muerte violenta, y por ello deben vagar por entre los vivos. .
Lo siguiente es todavía más vago y confuso que lo anterior. Por muchos esfuerzos que haga, nada puedo recordar de lo que pasó después. Excepto por el ruido de una frenada en el asfalto húmedo y de una bocina. Oigo vidrios rotos, pero como si fueran sumamente lejanos. Siento algo que me golpea, pero solo por un instante y después un ardor se apodera de mi cuerpo. Me invade una inmensa somnolencia y cuando cierro los ojos, millones de colores brillan como estrellas en el infinito. No siento más nada después de eso, aun no siento nada.
No sé quién soy, qué soy, si alguna vez fui algo. Sólo sé que tengo sueño y que necesito dormir más.
Todavía más.

martes, 17 de marzo de 2009

Delirando!

DJ Gringe les deja un mix de noticias que quizás les interesen:
Bueno, me largo, se quema mi tartaaa

sábado, 14 de marzo de 2009

Aristóteles y el nihilismo

¡Aliméntame! Maúlla Aristóteles. Maldito gato, vive para comer. Es la glotonería andando. No molestes, ya comiste. ¿Qué haces? Susurra maligno ¿Qué es más importante que mi hambre? Dice arañando el armario donde está su alimento. Chateo, espero a alguien. ¿Ah si? Si, a ella. Ahhh, dice y sus ojos se entrecierran dándole una mirada maligna. Ella no te quiere, ¿Sabías? Ronronea mientras frota su cabeza en mi pierna derecha. Ya lo sé, al menos se tomó la molestia de decírmelo. ¿Ah si? ¿Y por qué te sigue hablando? ¿Por qué vos le seguís hablando? Porque nos caemos bien. Mentira, vos sabés que no. Sabés perfectamente que te habla porque alguien tiene que llenar esos cinco minutos de aburrimiento que puede tener al día, y vos venís como anillo al dedo. Confía en vos porque estás muy lejos como para hacerle daño. En resumen, te habla porque no pierde nada, aunque por supuesto le importás un comino. Ya lo sé, Aristóteles. Basta. Oh, perdón, pensé que teníamos una charla acá. Claro que podrías alimentarme y me callaría. Parezco más preocupado por el peso de mi gato que por el mío propio. No, Aristóteles, ya comiste. Bueno, sigo pensando entonces…guardo silencio, no me interesa lo que piense. Te habla porque no le hacés daño, y la divertís. No te quiere, no le importás. Está demasiado preocupada en disfrutar su vida como para eso. A su edad yo era igual, o peor. Ciertamente, pero vos sos menos calculador que ella. Si ella te sigue hablando, por ejemplo, es porque no sabe cuando puede necesitarte. Puede ser. Pienso en voz alta…¿No será que te habla porque disfruta lastimarte? ¿Que decís? Claro…vos la tratás bien, ella te maltrata, vos decís algo, ella lo retruca. No le interesás más que para tener el placer de tirar de tu correa. Le divierte pensar que sufrís por alguien que no seás vos mismo. Callate, no entendes, los que queremos somos así. ¿Ah si? Yo quiero, para tu información. Pero soy más…simple…amo el alimento, que me acaricien, amo las cosas simples como una siesta. Vos querés lo lejano, lo inexistente, lo imposible. Ella ya te dijo que no le interesás, y vos te dejás basurear con la esperanza de que al final se calme y se dé cuenta de que en el fondo te quiere. O vos sos un idiota, o tenés razón y el idiota soy yo. Lo miro, con el rostro que de tan impasible delata mi enojo. No es que ninguno de los dos sea idiota, Aristóteles. El problema es que vos sos distinto a mí. Aún no tenés las urgencias de la carne, ni el alma para poder amar algo lejano. Amar es una esencia de la inmortalidad, igual que tener sexo. Es la posibilidad de trascender. Vos no querés más que el ahora porque sos demasiado cachorro para querer el futuro. Y cuando tu sangre pida la carne ajena, y maullés de amor, yo te voy a hacer capar. Y vas a ser un gato sin corazón y sin verga. Aristóteles finge que no me escucha, detesta que no le de la razón.

Y vos me vas a envidiar en ese momento, Gringewald. Dice al fin. Porque sin verga y sin corazón, sólo me voy a preocupar de mi estómago, a diferencia de vos que te preocupás por aquéllos a los que les importa un bledo que existas o no, me dice antes de irse a dormir a mi cama.

viernes, 13 de marzo de 2009

Espejos o El Veedor

No olvidaré al Veedor, a su rostro pálido, a su mirada beatifica y helada, a su mirada lechosa que lo veía todo. Llevaba meses buscándolo, tratando de encontrar el paradero de alguien a quien odiaba, pero temía. Lo odiaba porque mi hermana lo amaba desde lo más íntimo de su corazón. Le temía porque ese amor era lo que impedía que mi atracción por ella se convirtiera en la enfermedad que temía. Recuerdo que lo hablé con Federico, mi único amigo, hundida en un mar de vodka y dolor, cuando la confusión se convirtió en resignación. Entré a la habitación, y justo ella se estaba cambiando. No era la primera vez que se cambiaba en frente mío, de hecho ni siquiera tenemos ropa propia, nos prestamos todo. Pero ese día, la primera reacción de mi cuerpo fue hacer fluir toda la sangre a mi cara y hacerme cerrar la puerta con violencia. Federico me explicó, borracho y risueño, que mi atracción era el colmo de la estupidez. Enamorarse de tu gemela es como amar a tu reflejo, es como amarse a si misma. Es sólo un ataque de ego, eso me dijo. Pero la sensación, el dolor no murió. Y siempre ha quedado ahí, matando de a poco cada vez que mi hermana me cuenta lo más intimo de su corazón, cada vez que me cuenta lo mucho que ama a ese chico y como lo odia y como lo ama.

Todo eso le dije al Veedor, aunque él ya lo sabía. Se lo dije como intentando justificarme por buscarlo con tanta desesperación. Ese chico había desaparecido hacia tres meses, durante sus vacaciones. Mi hermana no conocía a su familia ni a sus amigos. Simplemente se lo había tragado la tierra. Y ella sangraba y moría de a poco, mirando siempre a los lados cada vez que caminaba por la calle, esperando cruzarlo en una avenida o verlo en alguna tienda. Tenía que encontrar a ese chico, mi amor por mi hermana me lo obligaba.

El Veedor era un hombre de piel de una tez cérea, brillante, iluminada por la luz fuerte de una lámpara oculta en una alguna parte de la sala. Mi imaginación me dice que la luz emanaba de él, como un efluvio divino. Dos espejos a cada lado de él se enfrentaban y reproducían su imagen hasta el infinito. Veo cada hilo de esta realidad, niña, me dijo. Pero también veo todos los hilos que pudieron ser, así que no estoy seguro de si te seré de mucha ayuda, continuó, con su voz gastada y vieja. Por lo que hablamos, pude entender que veía el devenir de todas las cosas. Todas las cosas que eran, pero también como podían haber sido y como podrían ser. El tiempo no era importante, era un mero detalle, en cada mundo, las cosas ya estaban hechas, las cartas, todas ellas, ya se habían jugado. Me pidió que me acercara para decirle en el oído el nombre del chico que buscaba. Cuando me acerqué no pude evitar mirar a los espejos, y ver que n lo reflejaban exactamente: Algunos lo mostraban más viejo, otros más joven. En un, el se agachaba antes, en otro mucho después, hacia el final de esa galería interminable había uno donde no se reflejaba. No mirés esos reflejos, no te conciernen, me dijo. Le dije el nombre del chico. Me miró con sus ojos ciegos. Ese chico está muerto, me dijo. Era totalmente seguro que lo estaba, porque no tenía caminos hacia lo que nosotros entendemos como futuro. Sólo los muertos no tienen posibilidades, los demás las tenemos en una cantidad casi abrumadora pero lejos de ser infinita.

Que vas a hacer con esto que sabés, me preguntó. Imagino que ya sabe lo que voy a hacer, aunque yo no lo sepa, le contesté con una sonrisa. Si, es cierto, porque ya lo hiciste, me dijo y me despidió con un gesto de la mano.

Le conté a Federico, completamente drogada. No podía competir con un muerto, mi hermana lloraría toda la eternidad, y yo contendría sus lágrimas en el infierno, le dije sumida en un torbellino de tonos sepia.

Al día siguiente le conté. María, me encontré con Nicolás. Está de novio con una chica, se cambió de carrera. Me dijo que te dijera que no lo busqués, que no te contactés con él ni con su familia, ni por mail ni por teléfono ni de ningún modo. Puede ver como en la cara de mi hermana asomaba una lágrima, pero infinitamente menor que las que lloraría por un muerto.

Quiero creer que ella se dio cuenta de que yo mentía. No puedo mentirle a mi propio reflejo, se da cuenta siempre. Pero que su piedad y su inteligencia la hicieron querer creer mi mentira. Por mi lado, yo me justifico pensando que no podía competir con la memoria de alguien que se volvería cada día más hermoso, más bueno, más inteligente. No podría competir jamás con alguien a quien la imaginación y el dolor lo volverían cada día más hermoso. Preferí que su odio la salvara de amar a un muerto, y que me salvara a mí del amor imposible que me carcome y me carcomerá hasta la muerte. Igualmente no podía ser de otro modo. El Veedor ya sabía como serían las cosas, yo sólo podía cumplir con mi destino.



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miércoles, 11 de marzo de 2009

Entrañas

Ya está, es definitivo. Aristóteles es un criminal nato. Su feroz instinto de cazador de animales pequeños se muestra en su forma más desgarradora y cruel: Ha destripado a un inocente oso de peluche. No podemos decir que el pobre animal de felpa se defendiera demasiado. Ni siquiera gritó. Cuando entré en la habitación, el gato me miraba con sus ojos verdes inmensos, el peluche con sus ojos de fantasía fijos, secos.

El gato no es estúpido, ninguno lo es. Cuando me acerqué, sigilosamente, dispuesto a estrangularlo, huyó como perseguido por el diablo. Me quedé sentado en la cama, al lado del pobre oso, abierto, destripado.

Me di cuenta que el peluche no tiene entrañas, no tiene vísceras, no tiene órganos. Está relleno por una masa oscura, que parece ser del mismo material con el que se hacen los trapos de piso. No tiene hígado, corazón, músculo. ¿Recordará el lejano y exótico país que lo vio nacer? No tiene cerebro, no debe recordar. ¿Habrá sonreído a las manos amorosas que le colocaron entrañas nuevas y lo repararon? ¿Será conciente de su infantil belleza, de sus brillantes colores? No creo, nosotros tampoco somos concientes de esas cosas, y eso que tenemos carne y sangre.

Pobre oso destripado sin tener tripas. Pobre oso abierto sin poder sangrar. Podríamos habernos juntado alguna vez, tomar un café, una cerveza, y reflexionar sobre lo efímero de la vida y los certero de la muerte. Pero sin entrañas, no creo que pueda tomar nada.

Aunque, a veces debe estar bueno no tener tripas, y el alma que las mueve. Debe estar bueno tener trapos en lugar de corazón, cuando nos fallan o necesitamos fallar. Y en este momento desearía no tener estómago, porque mi digestión es un desastre.

¿Y ella, tiene entrañas? Hace poco me di cuenta que me está leyendo. No ha desaparecido, no se atreve a desaparecer. Si tuviera peluche en lugar de sangre, olvidaría más rápido. ¿Y yo? ¿Tengo entrañas? Cada vez que agacho la cabeza y me resigno a que las cosas sean como son, usando esa lógica propia de quien no quiere arriesgarse por nada, pienso que no debo tener tripas porque sino gritaría y al menos me quejaría de lo que no puedo cambiar. ¿Y ustedes tienen? Cada vez que hacen una pelotudez grande como una vaca, cada vez que se callan en lugar de decir lo que todos sienten que debería decirse, cada vez que deciden no arriesgarse y no acatar lo que sus órganos les dicen: ¿Tienen entrañas en ese momento?

Comí estofado anoche…como quisiera no tener tripas en este momento…aunque sea para que el estomago deje de dolerme.

sábado, 7 de marzo de 2009

Marta Eva

Conocí a Marta Eva en el secundario. Ya era bizca en esa época, lo que causaba gran cantidad de burlas entre nosotros y volvían fea a una niña que, sin ser linda, por lo menos no era horrible. Le perdí el rastro, como a todos mis compañeros, cuando egresé del secundario y entré en el seminario.

Hoy recuerdo mi infantil vocación religiosa y sonrío pensando lo tonto que era. Supongo que surgió como resultado de una familia muy conservadora, donde la Virgen y los santos tenían especial autoridad en las decisiones y cuya ayuda era causa fundamental de todas las alegrías y desgracias. El amor por el sacerdocio me duró menos de un año. Lo mató el darme cuenta de que la fe y la curiosidad eran incompatibles, y que para esos ancianos toda la belleza del mundo estaba reducido a la contemplación del rostro de Dios. Como si ver una flor, o un gato o una mujer no fueran formas de contemplar el divino rostro. Abandoné el seminario y traté de estudiar filosofía en la universidad. Me tuve que mudar a una pensión por la calle Colón. Una casa mugrienta, vieja y húmeda, pero barata y llena de personas que, sin ser ni buenas ni honestas, por lo menos eran divertidas y trataban de no engañarte cuando no era necesario. Ahí me encontré con Marta Eva de nuevo.

En un primer vistazo, no había operado en ella ningún cambio que no pudiera esperarse. Seguía teniendo el pelo negro, finísimo, largo y brillante, muy cuidado y lacio. Su piel cetrina y sus ojos negros seguían allí, y tenía esa sonrisa ancha, con los colmillos largos y afilados de perro. Era Marta Eva, no cabían dudas.

Pero sus ojos eternamente sorprendidos, uno mirando fijo cada cosa que tenía a su alrededor y el otro mirando el cielo como buscando a dios, revelaban que algo más importante había pasado. Marta Eva podía verlo todo. Este tormento al parecer había llegado solo como un cambio que viene con la pubertad, como llegan los granos y el deseo sexual en la adolescencia. En su vista, el aleteo de una mosca no era un movimiento continuo, rápido e imperceptible. Era una sucesión de pequeños instantes sucesivos, eternos. Miraba la ropa completamente absorta, reconociendo las uniones y las interacciones de las moléculas que formaban la tintura y las fibras.

Acostada, no podía dormir y se gastaba imaginando las partículas de polvo moviéndose en el aire como volando en una brisa imperceptible. Sucesos tan breves que apenas existieron escondían revelaciones asombrosas. Una vez me asustó a un anciano al mirarlo fijamente por casi diez minutos, en una parada de colectivos. Luego me dijo que le asombraba la belleza que escondía el avanzar lento pero inexorable del cáncer. En otro momento me sonrió y me dijo que era maravilloso ver como se me enrojecían lentamente los ojos a causa del insomnio.

Admiraba los rostros, encontraba belleza en todo. Pues para ella la belleza y la complejidad estaban íntimamente relacionadas, y no había suceso por minúsculo que fuera que no encerrara una complejidad imposible de comprender totalmente por una mente humana.

Un día noté que miraba mi cara con más concentración que la que ponía con otras personas. Rápidamente mi mente creyó que quizás Marta Eva gustaba de mí, y mi ego se infló como siempre ocurre en estos casos. La invité a tomar una cerveza a La Cañada, que amaba visitar para poder ver la sucesión vertiginosa de rostros, el maravilloso desfile de luces y colores.

Me miraba sonriente, su ojos izquierdo fijo en mi, su ojos derecho moviéndose nerviosamente buscando las estrellas. A la tercera cerveza le pregunté porque me miraba tanto. Ella se puso colorada, y se mordió el labio inferior sin perder la sonrisa.

-¿Vos estuviste en el seminario, no?- me preguntó.

-¿Si, pero que tiene que ver?- pregunté rápido, temiendo que creyera que yo aún mantenía cierto respeto por el voto de celibato.

-Eso quiere decir que, al menos una vez, sentiste a Dios. ¿No es así?- me contestó, mirando como las burbujas escapaban de su cerveza. Tardé en contestar.

-Sí, una vez sentí a Dios. Por eso entré.- se hizo un silencio entre nosotros mientras un auto especialmente ruidoso pasaba haciendo roncar su motor.

-Yo creo que en tu rostro aún queda parte de la presencia de Dios. Después de todo, estamos hechos a su imagen y semejanza. O sea, todos tenemos rasgos parecidos a Dios. Pero las personas que estuvieron más en contacto con Él deben ser más…parecidas. Creo que si veo cada detalle de tu cara, alguna vez podré encontrar a Dios.- me dijo

Guardé silencio un rato, sin saber muy bien que decir, sintiendo un súbito rapto de ardor místico. Se paró y fue al baño. Mientras se sentaba de vuelta, me dijo.

-Creo que Dios está debajo de tu mirada, y que yo podré verlo.-

Su ojo izquierdo mirándome serio, su ojo derecho moviéndose buscando las estrellas.

Marta Eva se suicidó el ocho de marzo de 2001. Creo que la belleza del mundo fue demasiada para que su mente pudiera comprenderla toda, y eso acabó con ella. O quizás fue que vio lo que quería, y no pudo convivir con la idea de tener que esperar para verlo de vuelta.



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Now playing: MUCC - Panorama
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viernes, 6 de marzo de 2009

Aristóteles y las Polleras

¿Te podés bajar de mis piernas, Aristóteles? No, a menos que sea para que me des de comer. Gato goloso, vive con hambre. Le acaricio el lomo, y ronronea suavemente, tranquilo. Estoy borrando basura de mi pc, ganando espacio. De repente, aparece una foto de ella. ¿Cómo sobrevivió a las purgas? Decreté el olvido hace unos días, cuando me convencí de que no aparecería de nuevo, debí desaparecer junto con todo lo demás. Todas las fotos, todos los cuentos, todos los contactos. Ah...es que la memoria es complicadamente engañosa. Cuando uno cree que le está ganando la guerra, resulta que el olvido pierde y ella aparece de nuevo. Me dí cuenta que todos mis problemas se relacionan con polleras...Me rio de mi ocurrencía, Aristóteles maulla. Son los únicos problemas que te importan, en todo caso. Lo demás te resbala. Ella no me resbala, es cierto. Como me falló ¿No es verdad?. Para nada, ella hizo lo que más le convenía, no tiene reproche eso. Acaso si podamos criticarle algo, será la innecesaria crueldad, la patética simulación de dolor que hizo. Ella siempre fue dada a hacer escenas, profudamente teatrales. En realidad, si lo pensás, nunca le importó nada. Salvo ella misma, claro. No, si fingió dolor, fue porque le importabas.
¿Y a mi me importaba algo más? Si, el futuro. ¿Qué? Claro, el futuro. Ella se queja de que la hiciste esperar demasiado, que sufrió demasiado por vos, todo eso. Son todas quejas que implican el presente de algo. Vos no mirás una relación desde el presente, sino desde su potencialidad. Es como no comer huevos y esperar que los pollitos nazcan. Puede ser. Ella nevesitaba alguien ahora, no en un futuro hipotético como vos. Igual no te veo mal por esto. La verdad, no estoy mal. La extraño, pero está bueno extrañarla. Hasta se siente mejor que estar con ella. Ciertamente, estar con alguien que está en otra parte es dañino, extrañar alguien que no está tiene más...sentido...Aristóteles se despereza y se va a su caja de arena. Deberías ser como yo, preocupado por las necesidades del presente, no tanto por el futuro incierto, no tanto por el pasado inmodificable. Podría ser, pero no sería yo entonces. Igual, te repito, no te veo tan mal por esto.
Tenés razón, Aristóteles. No estoy tan mal por esto. Por un lado porque no me queda otra, y por otro, porque siento que merezco algo mejor.



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Now playing: MONORAL - Kiri
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martes, 3 de marzo de 2009

English Russia

English Russia es un blog original, como mínimo. En sus posts no encontramos los hormonales desahogos de un adolescente ni la crítica desorientada del que se cree intelectual. Tampoco pasea en delirios dalinianos. Por el contrario, se mantiene firmemente atado a la realidad de un país tan desconocido por nosotros como Rusia.

Rusia y los países de la ex Unión Soviética son para nosotros como Marte o la Luna. Todos sabemos donde está. Pero si nos dicen que se calientan con bosta de yack y que los asedian los osos polares durante los inviernos, lo creeremos, pues nuestro desconocimiento de la cultura y la vida de ese país es absoluta. Así y todo el blog no pasa por aburrido. Rusia es un país versátil, que alberga tanto los climas tórridos del continente europeo como los aterradores inviernos polares de Siberia. Es un país de enormes rascacielos conviviendo con la memoria omnipresente de la Unión de Republicas Socialistas Soviéticas. Es un país delirante y extraño, donde bañeras motorizadas recorren las autopistas, y los jóvenes pasean por los restos de las instalaciones militares del pasado rojo. Un país que trata de zafarse de su pasado para mirar hacia el futuro. En resumen, un país único, un país como el nuestro.

PD: A los que dicen que el vodka no se congela, que miren esto.



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Now playing: Los Redondos - la gran bestia pop
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lunes, 2 de marzo de 2009

El pintor

Huitzilihuitl dio los últimos retoques a las nubes pesadas, oscuras, que anunciaban la lluvia. En su centro, un sol crepuscular las hacía brillar con un dorado casi cegador. El cuadro estaba terminado. Podía casi sentirse la humedad que anunciaba la tormenta nocturna que se avecinaba. Los que lo miraran tendrían que entornar los ojos para no quedar encandilados por el poderoso brillo de un sol que moría y teñía de violeta el atardecer. Huitzilihuitl sintió una oleada de gozo latir dentro de él, como un calor maravilloso que lo envolvía y lo llenaba de felicidad. Su musa, esa inexistente diosa a la que adoraba y encontraba en su miríada de amantes, en las enérgicas y soñadoras estudiantes del taller, en los niños alegres e inocentes, sería muy feliz al ver el cuadro, y sentir el calor del sol calentando su rostro aún a través de una pesada capa de nubes que presagiaban una fresca lluvia que caería en la noche como un milagro de Dios.

A los pocos días, el cuadro lo fue decepcionando cada vez. Aquél cuadro que sus admiradores y los críticos admiraban y elogiaban estaba lleno de pequeñas imperfecciones, que podían pasar inadvertidas para algunos. Pero para él, que las había cometido, brillaban como pintadas con una pintura fosforescente. El cuadro le repugnaba, por sus errores, que en el fondo eran los suyos propios. Dejó que su agente se encargara de venderlo, de sacarlo del taller. Para él, ya no existía, era como una amante vieja. Una mujer que el pasado le causaba un placer indescriptible y que ahora era una carga insoportable.

Siempre pasaba lo mismo. Dedicaba meses enteros a una sola pieza, primero observando en su mente la maravillosa escena que esta recreaba, estudiando la luz, la sombra, los infinitos matices que tenían los colores en las cosas. Luego recién pintaba, movido por una pasión febril, aunque contenida a fuerza de años de disciplina de pintor. Cuando el cuadro estaba terminado, lo abandonaba, avergonzando del engendro que sus manos habían creado. Los colores nunca eran los correctos. A veces eran demasiado pálidos, blanqueados por el exceso de aceite en la mezcla de la pintura, o demasiado oscuros como para estar siendo iluminados por la luna. Los personajes eran demasiado inexpresivos, o expresaban demasiado en el rostro. Parecían demasiado jóvenes o les sobraban arrugas.

Los críticos lo admiraban, los ricos Traficantes pagaban elevadas sumas de dinero para que pintara sus retratos. Él seguía pintando con esa pasión obsesiva propia del que busca algo determinado y está seguro de no alcanzarlo. No sabía bien que era, pero lo buscaría, hasta que muriera

Una tarde, mientras compraba pigmentos en el mercado de especias se dio cuenta de qué era lo que buscaba: buscaba pintar las cosas, en el sentido más estricto de la palabra. No quería pintar lo que el veía, lo que parecían las cosas para él. No quería pintar la belleza que él veía, ni iluminar como el creía que el sol iluminaba por las tardes los canales del mercado de especias. Quería pintar las cosas como eran en realidad, quería contener la realidad en un cuadro. Esa realidad que nos está vedado ver a los mortales, que no podemos sino percibir lo que es evidente para nuestros pobres ojos. Quería ver la verdad, y plasmarla en un cuadro. Esa revelación lo trastornó profundamente. Nunca podría cumplir su meta, su sueño. Nunca vería las cosas como son en verdad, y aunque pudiera, jamás encontraría la destreza, la maestría para hacerlo. Aún si tuviera esa divina capacidad de pintar la propia realidad, las tinturas y pigmentos conocidos no lograrían los infinitos matices que tienen los colores verdaderos. Sus flores nunca serían flores de verdad, siempre serían pálidos reflejos, demasiado perfectas o demasiado horrendas para ser reales.

Tomó la daga de obsidiana que llevaba siempre en su costado, y se fue al baño. El agua caliente lo reconfortó un instante que pareció eterno. Apenas sintió dolor en sus brazos cuando los cortó, tan absorto como estaba viendo lo bella que se veía la sangre mientras brotaba de los cortes y contrastaba con su piel cetrina y como teñía lentamente el agua. Pensaba que no hubiera podido captar esa escena de forma clara: el agua nunca habría podido ser pintada con perfección, ni la nube roja que se extendía.

Lo encontramos en la bañera, con las muñecas abiertas, al día siguiente. Sonreía, con los ojos muy abiertos. Imagino que antes de morir pudo ver la realidad verdadera, con sus ojos que ya no se encandilaban con la luz ni perdían detalles por las sombras. Me pregunto si acaso yo, antes de morir podré verla también, y lo que deben haber sentido los grandes pintores, los grandes poetas, al comprender lo alejadas de la realidad que estaban sus obras.



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Now playing: Within Temptation - 03 Jillian (I'd Give My Heart)
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domingo, 1 de marzo de 2009

Demiurgos, musas y Aristóteles

Quiere un café, Aristóteles? No GrAcIaS, mE dA aCiDeZ, contesta el gato con un bostezo que muestra todos sus blanquísimos dientes de cachorro. Se distrae por un momento, contemplando el vuelo histérico de una polilla alrededor de la lámpara que nos ilumina. ¿Qué me decía de las musas, caballero? ¿QuÈ CoSa? Las Musas, Aristóteles, que no existían, que eran parte del Demiurgo. Ah Si...LaS MuSaS...Tu MuSa Te Ha aBaNdOnAdO, ¿nO eS aSí? me dice, metiendo el dedo en la llaga. Gato malvado, solo por eso no te arrojo la bolita de papel que oficia de pelota. Él me mira con esa media sonrisa socarrona propia de todos los gatos. Sonrisa inteligente, altanera, de quien sabe que sus pensamientos son más perfectos. Sonrisa sobradora, paternal, de quien sabe que habla en enigmas. Si, Aristóteles, ya hablamos de eso. Pero ibas a algo importante, me impaciento yo. BuEnO bUeNo, Lo QuE qUeRíA dEcIr Es QuE tU mUsA nUnCa EsTuVo CoN vOs. La MuSa Es uNa CoNsTrUcCiÓn De Tu MeNtE. Pero ella existía, te lo aseguro. Más allá de que nunca la viera, sabía que estaba ahí, helándose a la altura a la que la había colocado. No, No EsTaBa, dice él, y se distrae arañando el borde del mantel. Vamos, gato destructor, dejá eso y explicame. Él bosteza silenciosamente. ¿QuÈ eRa lA mUsA pArA vOs? Pienso apenas un instante, pues la respuesta flota en mi cabeza desde hace días. Era una fuerza, una energía que me impulsaba hacia adelante, un primer motor que mantenía mi ritmo. eXaCtO, iGuAl QuE eL DeMiUrGo: uN pRiMeR mOtOr, lA cUeRdA dE lOs iNfInItOs mEcAnIsMoS dE tU aLmA. ¿Seguro que no querés café? El gato no se molesta en contestar. PeRo ElLa No hAcÌa NaDa QuE tE iMpUlSaRa. O sEa, No CoGíA cOn VoS, nO tE cAuSaBa ViSiOnEs MíStIcAs, No eRa UnA mEnTe bRiLlAnTe QuE dEsTiLaBa TaLeNtO. VaMoS, aPeNaS eRa uNa PoBrE cHiCa, BaStAnTe GoRdA pOr CiErTo, CoN lA qUe HaBlAbAs. Es cierto, ¿Pero que tiene que ver? Aristóteles menea la cabeza, harto de hablar con mentes inferiores que necesitan poner en palabras lo que sienten. Él es como el reflejo en los espejos, no tiene voz, y sin embargo se le entiende, como la gente de los sueños. TiEnE tOdO qUe VeR, Gringewald. Tu MuSa Es SóLo UnA iDeAlIzAcIóN dE tU mEnTe. Es El DeSeO dE qUe ExIsTa Un PoCo De BeLlEzA eN eL mUnDo, Un DeSeo De QuE lA pErFeCcIóN pUeDa SeR. CuAnDo HaBlÁs De Tu MuSa, PaRtIcIpÁs De La MeNtE dEl DeMiUrGo, PoRqUe TeNdÉs A eLeVaRtE hAcIa Él. No ImPoRtA qUe EdIpO mAl CuRaDo HaYa HeChO qUe JuStO ELLA sEa La ElEgIdA, pErO eN rEaLiDaD vOs pOnÉs A sU nOmBrE tOdAs LaS cArAcTeRíStIcAs DeL DeMiUrGo. Es Él Tu FuEnTe De InSpIrAcIóN, dEsTiLaDo, CoNcEnTrAdO eN eSa pObRe CoNcHa QuE tAnTo AmAbAs. El gato se lame su tupido pelo gris. Me mira un momento con sus maquillados ojos verdes. ¿EnTeNdEs?
Claro que entiendo, querido. La Musa existe. No necesita hablarme o quererme, necesita existir solamente. Es una energía que late dentro de mí y que coloco dentro de los demás. Es una fuerza estética que late dentro de todos, porque es el deseo de belleza de la mente del Demiurgo.
Aristóteles corre excitado hacia su pelotita de papel, y hace unas gambetas con ella que envidiaría el propio Messi. Él puede hacer varias cosas a la vez, como pensar y jugar. Mi café está frío. Yo o capto el presente, o tomó café, o pienso en mi musa. No puedo hacer las tres cosas...



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Now playing: Within Temptation - 02 Ice Queen
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