Tocó el portero de mi casa una noche de jueves, llena de chicos que salían de los boliches en diversos estados de ebriedad y una humedad insoportable. Me levanté arrastrando los pies y puteando entre dientes, y pateé al pobre gato que pedía comida como siempre hace. Ahora pienso que ni pasó por mi mente que fuera un grupo de borrachos deseosos de molestar al prójimo. Abrí la puerta y entró precipitada. Tenía el pelo de un color rojizo, casi naranja, un cuerpo pequeño y de apariencia frágil y ojos brillantes y vivaces que en ese momento parecía asustados. Necesito ayuda, dijo con una voz que de tan asustada hubiera enternecido a un tigre. No sé porque no la eché inmediatamente, quizás fuera por su belleza, o por la inconciencia que sigue al despertar repentino. Le dije que la ayudaría, y cuando me rogó que la dejara quedarse a dormir le señalé un sillón antes de caminar como atontado hacia mi cama.
Al día siguiente todavía estaba. Con el tiempo me acostumbré a su presencia. Siempre desaparecía por unos días, pero no pasaban más de tres días antes de volver a encontrarla en el living del monoblock que alquilaba contra
La vampiresa no veía como los demás, de eso es lo único de que lo estoy seguro. Todo la sorprendía, como si hubiera estado ciega durante muchos años, y de repente la visión de cada objeto, de cada color, la fascinaban como las viera por primera vez. Una noche, mientras estudiaba, no podía evitar distraerme mirando su rostro pálido, ojeroso, tapizado de pecas, mirando la página ilustrada de una enciclopedia. Estuvo más de una hora observando con detenimiento las ilustraciones, hasta que la vi llorando y llamé su atención. Es que esto es demasiado hermoso, me dijo, mostrándome la imagen de un león persa de granito con alegría queda. Otra vez la vi observando divertida un reloj de bolsillo durante media tarde, otra un crisantemo blanco que le había regalado.
Una noche, medio ebrio, me atrevía preguntarle por su extraordinaria capacidad para admirar las cosas. Debo confesar que no estaba tan interesado en el tema como en tratar de halagarla, pues aunque yo no lo entendiera estaba tan enamorado como siempre me enamoro de cada persona que se me cruza y yo no puedo entender. Ella se tomó la pregunta con mucha seriedad, haciendo una mueca socarrona y con los ojos entornados que delataban que con suerte no recordaría esta charla a la mañana siguiente. Me explicó que la gente como ella, a diferencia de la gente como yo, veía el mundo a un nivel de detalle apabullante. Cada objeto, cada color, encerraban una complejidad y a la vez una armonía tan increíbles que era imposible no emocionarse por la belleza que encerraba. Vivía en un mundo multiforme, cada cosa que veía no sería vista nunca más. La flor estaría un poco más seca, la luz nunca iluminaría del mismo modo los colores, las sombras no resaltarían las imperfecciones de la misma manera. No comprendía como podía yo ponerle nombres a la cosas. Cuando yo decía “Reloj” o “Libro” o “Espejo”, me refería a tantas cosas tan distintas que era un sinsentido abarcarlas con un sustantivo. Incluso el vocablo “yo” era complicado, pues el Gringewald de las siete de la mañana, aterrador de pálido y malhumorado no se parecía al de ahora, halagador y borracho. Después de un silencio que ocupamos en acabar nuestra cerveza, me dijo que esa forma de ver no era una bendición, sino un castigo. La gente como ella era totalmente incapaz de fabricar nada, pues vivían tan atrapados en su mundo de belleza que no se atrevían a modificar la naturaleza de las cosas. Más de uno había muerto de hambre, contemplando días enteros la comida humear, enfriarse, secarse y pudrirse en el plato. Más de uno había muerto contemplándose frente a un espejo durante toda la vida, viendo los sutiles pero indefectibles progresos de la vejez y la muerte. Me acabé mi cerveza y me fui a acostar, asqueado de mis deseos de dormir con una criatura que no era capaz de entender de ningún modo.
La última vez que la vi, venía de ver 2001 Odisea en el Espacio, en el Cineclub Municipal. Miraba humear su taza de café, sentada con esos ojos soñadores y esa sonrisa entre dolorosa y alegre propia de aquéllos que han visto una película o un libro que les ha tocado el alma. Vi la peli, me dijo. Intentó describirme lo que había visto, pero la detuve en ese mismo momento. Ya vi esa película, además no te entendería, le dije fastidiado. No se enojó, sólo meneó su cabeza lentamente y sonrió mostrando sus dientes blancos y afilados. Al día siguiente ya no estaba.
Nunca más supe de ella. En mi despacho de
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3 delirios:
sentí como si me estuvieses describiendo al principio del texto, pero solo soy una pequeña engreida mas.
Bye, me vuelvo a mi burbuja, y me gustó muchísimo, mas que María Eva.
jajajajaja, describe a alguien, pero no a ti...xD Hey!! antes de Marta Eva hay otro cuento!!que no lo leyo nadie??!!
Lo que mas me gusto de tu vampiresa es la capacidad que poseía de no modificar las cosas, de dejarlas intactas, puras, para no dañar su naturaleza hermosa.
Saludos Gringe, quizás vuelvas a verla!
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