sábado, 7 de marzo de 2009

Marta Eva

Conocí a Marta Eva en el secundario. Ya era bizca en esa época, lo que causaba gran cantidad de burlas entre nosotros y volvían fea a una niña que, sin ser linda, por lo menos no era horrible. Le perdí el rastro, como a todos mis compañeros, cuando egresé del secundario y entré en el seminario.

Hoy recuerdo mi infantil vocación religiosa y sonrío pensando lo tonto que era. Supongo que surgió como resultado de una familia muy conservadora, donde la Virgen y los santos tenían especial autoridad en las decisiones y cuya ayuda era causa fundamental de todas las alegrías y desgracias. El amor por el sacerdocio me duró menos de un año. Lo mató el darme cuenta de que la fe y la curiosidad eran incompatibles, y que para esos ancianos toda la belleza del mundo estaba reducido a la contemplación del rostro de Dios. Como si ver una flor, o un gato o una mujer no fueran formas de contemplar el divino rostro. Abandoné el seminario y traté de estudiar filosofía en la universidad. Me tuve que mudar a una pensión por la calle Colón. Una casa mugrienta, vieja y húmeda, pero barata y llena de personas que, sin ser ni buenas ni honestas, por lo menos eran divertidas y trataban de no engañarte cuando no era necesario. Ahí me encontré con Marta Eva de nuevo.

En un primer vistazo, no había operado en ella ningún cambio que no pudiera esperarse. Seguía teniendo el pelo negro, finísimo, largo y brillante, muy cuidado y lacio. Su piel cetrina y sus ojos negros seguían allí, y tenía esa sonrisa ancha, con los colmillos largos y afilados de perro. Era Marta Eva, no cabían dudas.

Pero sus ojos eternamente sorprendidos, uno mirando fijo cada cosa que tenía a su alrededor y el otro mirando el cielo como buscando a dios, revelaban que algo más importante había pasado. Marta Eva podía verlo todo. Este tormento al parecer había llegado solo como un cambio que viene con la pubertad, como llegan los granos y el deseo sexual en la adolescencia. En su vista, el aleteo de una mosca no era un movimiento continuo, rápido e imperceptible. Era una sucesión de pequeños instantes sucesivos, eternos. Miraba la ropa completamente absorta, reconociendo las uniones y las interacciones de las moléculas que formaban la tintura y las fibras.

Acostada, no podía dormir y se gastaba imaginando las partículas de polvo moviéndose en el aire como volando en una brisa imperceptible. Sucesos tan breves que apenas existieron escondían revelaciones asombrosas. Una vez me asustó a un anciano al mirarlo fijamente por casi diez minutos, en una parada de colectivos. Luego me dijo que le asombraba la belleza que escondía el avanzar lento pero inexorable del cáncer. En otro momento me sonrió y me dijo que era maravilloso ver como se me enrojecían lentamente los ojos a causa del insomnio.

Admiraba los rostros, encontraba belleza en todo. Pues para ella la belleza y la complejidad estaban íntimamente relacionadas, y no había suceso por minúsculo que fuera que no encerrara una complejidad imposible de comprender totalmente por una mente humana.

Un día noté que miraba mi cara con más concentración que la que ponía con otras personas. Rápidamente mi mente creyó que quizás Marta Eva gustaba de mí, y mi ego se infló como siempre ocurre en estos casos. La invité a tomar una cerveza a La Cañada, que amaba visitar para poder ver la sucesión vertiginosa de rostros, el maravilloso desfile de luces y colores.

Me miraba sonriente, su ojos izquierdo fijo en mi, su ojos derecho moviéndose nerviosamente buscando las estrellas. A la tercera cerveza le pregunté porque me miraba tanto. Ella se puso colorada, y se mordió el labio inferior sin perder la sonrisa.

-¿Vos estuviste en el seminario, no?- me preguntó.

-¿Si, pero que tiene que ver?- pregunté rápido, temiendo que creyera que yo aún mantenía cierto respeto por el voto de celibato.

-Eso quiere decir que, al menos una vez, sentiste a Dios. ¿No es así?- me contestó, mirando como las burbujas escapaban de su cerveza. Tardé en contestar.

-Sí, una vez sentí a Dios. Por eso entré.- se hizo un silencio entre nosotros mientras un auto especialmente ruidoso pasaba haciendo roncar su motor.

-Yo creo que en tu rostro aún queda parte de la presencia de Dios. Después de todo, estamos hechos a su imagen y semejanza. O sea, todos tenemos rasgos parecidos a Dios. Pero las personas que estuvieron más en contacto con Él deben ser más…parecidas. Creo que si veo cada detalle de tu cara, alguna vez podré encontrar a Dios.- me dijo

Guardé silencio un rato, sin saber muy bien que decir, sintiendo un súbito rapto de ardor místico. Se paró y fue al baño. Mientras se sentaba de vuelta, me dijo.

-Creo que Dios está debajo de tu mirada, y que yo podré verlo.-

Su ojo izquierdo mirándome serio, su ojo derecho moviéndose buscando las estrellas.

Marta Eva se suicidó el ocho de marzo de 2001. Creo que la belleza del mundo fue demasiada para que su mente pudiera comprenderla toda, y eso acabó con ella. O quizás fue que vio lo que quería, y no pudo convivir con la idea de tener que esperar para verlo de vuelta.



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2 delirios:

Andrea dijo...

wow. en serio, te quedó muy bien
que envidia, la prosa te sale... *chasquido de dedos* perfecta.
cuando publiques un libro voy a comprarlo *o*

Camila dijo...

Se murioooooooo??????? x-X
Owww, me encanto tu relato... aunque claro, siendo yo, no tengo idea de si es cierto o no, pero al ver que pusiste la fecha de muerte debe ser verdad o no? o no? dime que me dejas con la intriga x3

Jajjaj el mundo es pequeño no?
Yo vivo encontrandome con gente que tal vez no veia desde 1er grado y aun asi.. me reconocen :)
Se quedan mirandome y susurrando cosas con la compania que tengan y me ven alejandome...
Es raro... melancolico al pensar en aquellos tiempos :3
Pero se vienen mejores, es lo que siempre me digo... esa es la unica razon por la que deseo despertarme a la mañana siguiente :)

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