Treinta y pico años después, los medios nos venden un caos social y nos inventan una discusión que hace mucho se terminó. Debe haber orden, como sea, pero orden, sisean algunos, por estupidez, por dolor, por interés. Más o menos lo decían en esa época, el mismo problema, las mismas soluciones. Y al final sólo somos pobres contra pobres, alimentado al que tiene el arma y el palito para abollarnos la cabeza.
La sacamos barata, nos reímos con mi hermano. Aparte tenemos feriado. ¿Cuántos tendrán idea de porque es feriado? ¿A cuántos les importará el motivo? ¿Importa acaso? Ya pasó, ya fue. Queda la memoria. Yo no lo viví, no me interesa, no tengo la culpa. ¿Seguro? ¿Acaso no se nos pasa por la cabeza que debería un poquito menos de ley y un poquito más de orden? ¿Acaso no se nos ocurre que estaríamos mejor si repartieran unos cuantos tiros más? Seguro que eso acaba con la inseguridad. Y si cortan rutas, que se vayan al carajo, les largamos a la gendarmería y listo. Porque todos dentro tenemos una parte que ama el orden a coste de sangre. Esa parte que se queda callada cuando hay una injusticia increíble, esa parte que nos hace ver boxeo, razonar que la única forma de terminar con algo es a los golpes, querer que se muera el vecino o empujar un nene cuando pasa el colectivo para ver como estalla en sangre. La misma parte que nos hace acostarnos con cualquiera, drogarnos, reírnos o escuchar metal: La parte donde duerme el diablo.
Entonces si tenemos algo de culpa, porque somos iguales que ellos. Y si el silencio es ser en parte cómplice, tu papá, tu mamá, vos y yo somos culpables. Y la vergüenza de la culpa resuena en nuestras almas. Y la mancha se verá cada vez más y más oscura a medida que brillemos más. No tenemos la culpa, pero pagamos igual. La vergüenza, amigos, es hereditaria. La necesidad de enmendar un error también
Siempre cuento que en Rumania había una escuela donde el diablo daba cátedra. Los alumnos, venidos desde muy lejos, aprendían los misterios de la vida y la muerte. Pero a cambio, una vez al año, un alumno desaparecía. Me gusta pensar que los alemanes aprendieron en esa escuela, y que ellos luego fueron nuestros maestros. Así la culpa, la vergüenza, no es del todo nuestra. A mis milicos los educaron los franceses de
0 delirios:
Publicar un comentario