Los Traficantes amaban hacerse retratos. Aquellas pinturas eran especialmente solicitadas no por su belleza, sino por las posibilidades que estas traían. Un Traficante podía poner su retrato en su banco o su palacio, y todos sabrían de quién era el lugar y a quién debía respetar. Muchos donaban sumas ingentes para la construcción de templos e iglesias, con tal de que después, sus retratos fueran colgados cerca de los de los santos y el cristo. Arma de propaganda, el retrato era una forma limitada de inmortalidad, pero una forma al fin y al cabo.
El retratista pensó que el mecenas estaría satisfecho con su trabajo. Más que la belleza o la fidelidad de la pintura, el viejo miraría cuanto azul había usado, si había puesto el pan de oro aquí o allá o se lo había quedado, si había puesto el costoso amarillo o alguno más diluido. Los Traficantes no eran personas que apreciaran la belleza, eran personas que la compraban. Y no querían pagarla demasiado caro.
Se entristeció. Sabía que tenía talento, sabía que era bueno. Era con toda seguridad el pintor más buscado de la ciudad. Pero estaba limitado a pintar los que los compradores del cuadro querían. Hazme un retrato, siempre decían. Pero trata de no exagerar con las arrugas en el borde del ojo, y hazme la piel un poco más clara y trata de que la nariz no se vean tan grande…Siempre lo mismo, jamás lo verdadero.
Esa noche le pidió al Soñador que lo ayudara. El Dios de
Trazaba con frenesí, sin detenerse a contemplar lo que hacía. El carbón susurraba en la hoja de papel blanco. Dibujaba con movimientos casi espasmódicos, movido por una pasión febril, casi dolorosa. Al final de la tarde, con el brazo dolorido y la espalda destrozada, terminó el retrato.
El mecenas lo visitó esa tarde, para buscar su retrato. El Retratista le mostró el dibujo que había hecho. El anciano Traficante lo miró con una mueca, sin saber que decir. El rostro era demasiado anguloso, de trazos gruesos y pocos definidos. Los ojos no estaban a la misma altura, los cabellos eran líneas gruesas, separadas entre ellas, sin ningún orden aparente.
Lo tomó como una muestra de la excentricidad de un buen artista. Quizás una nueva muestra de ese arte moderno, deforme y grotesco que se estaba poniendo de moda en el continente níveo. Un poco de experimentación era buena, pero que no se le volviera costumbre, le dijo. Compró el dibujo también, y lo guardó en un armario donde seguramente nadie lo hallaría. El retrato grotesco, fruto de las pesadillas de El Retratista, dormiría en un cajón, sin firma ni marco, hasta que el tiempo lo volviera polvo.
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Now playing: The Philip Glass Ensemble - Pruit Igoe & Prophecies
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2 delirios:
& el traficante decidio guardarlo pues no vio lo que quería ver.
Que buen relato Gringe! (:
hey!me alegro que a alguien le haya gustado
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